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Esto es lo que el cambio climático le hace a tu cerebro, según un neurocientífico

Cinco razones por las que el cerebro afectado por el cambio climático es un problema neurológico real, según el autor de “The Weight of Nature”.

Esto es lo que el cambio climático le hace a tu cerebro, según un neurocientífico DOERS/Adobe Stock

Clayton Page Aldern es un neurocientífico que se convirtió en periodista ambiental. Actualmente es el principal reportero de datos en el sitio de medios sobre el clima Grist. Su trabajo se centra en la intersección entre el cambio climático y la salud humana, especialmente en el impacto de los factores ambientales en el cerebro.

A continuación, Aldern comparte cinco ideas clave de su nuevo libro, The Weight of Nature: How a Changing Climate Changes Our Brains.

1. Tu cerebro modela el mundo

Para navegar por tu entorno, debes poseer un sentido innato de cómo todo encaja. Si quieres sobrevivir en la jungla de concreto, la gravedad no puede sorprenderte. Debes entender que cuando el agua cae de las nubes, eso no significa que el cielo está cayendo con ella. Tu cerebro ayuda a construir y almacenar este tipo de predicciones sobre el mundo.

Estas predicciones están dentro de ti. En otras palabras, eres un modelo —una imagen de lo que hay afuera. Pero la imagen no es estática. De momento a momento, para sostener tu existencia, tu cerebro compara las predicciones de su modelo del mundo con la información sensorial que recibe, ajustando su funcionamiento interno para minimizar las sorpresas. Miras a tu alrededor, sientes, te mueves aquí y allá— siempre esperando que las cosas sucedan de cierta manera. Cuando no lo hacen, actualizas tu modelo en consecuencia.

El objetivo es minimizar la discrepancia entre lo que esperas experimentar en un momento dado y lo que realmente experimentas. Si tu cerebro no buscara minimizar las sorpresas, estarías patológicamente asombrado en cada momento de cada día. Olvidarías que las personas generalmente tienen dos brazos; te aterrorizaría descubrir que tus manos están unidas a tu cuerpo. O que el cielo es azul.

Pero en lugar de vivir en un estado constante de shock, tu modelo aprende a esperar este tipo de cosas para que pueda centrarse en lo interesante. Modelar el mundo nos permite entender que seguimos vivos y que la realidad se parece más o menos a lo que esperamos.

Nuestro acceso consciente a este modelo —nuestros sentimientos y conocimientos— nos permite usar nuestros cerebros y cuerpos como herramientas para mantenerse a sí mismos. Ese es un punto importante: entenderte a ti mismo como un constructor de modelos invoca necesariamente el cerebro y el resto del cuerpo. La cognición está literalmente encarnada. El material del pensamiento es material físico. Está expuesto al mundo y se moldea a sí mismo a su imagen. A medida que el entorno cambia, deberías esperar cambiar también. Es el trabajo de tu cerebro modelar el mundo tal como es. Y el mundo muta.

2. Los factores ambientales impulsan el comportamiento

El calor puede tener un impacto profundo en el comportamiento, a menudo de maneras sutiles y sorprendentes. Como discuto en el libro, las temperaturas más altas se han relacionado con un aumento en la agresión y la impulsividad en una amplia gama de especies. Los peces damisela limón, por ejemplo, se vuelven más agresivos cuando sube la temperatura del agua, efecto que se observa en cada pez individual. En los humanos, el calor también parece alterar nuestros sentidos y nuestras capacidades de toma de decisiones. Los estudios han demostrado que en días más calurosos, los lanzadores de béisbol son más propensos a golpear a los bateadores en represalia, y los jueces de inmigración rechazan más solicitudes de asilo.

Los mecanismos neurológicos son complejos, pero pueden implicar la capacidad del calor para alterar la función de la serotonina en el cerebro, un fenómeno que se ha relacionado con la violencia impulsiva. Cognitivamente, el calor también parece actuar como una especie de “carga” en nuestros sistemas de atención, volviéndonos más distraídos y afectando funciones como la resolución de problemas y la regulación emocional.

En última instancia, nuestros cerebros priorizan la supervivencia en el calor, aunque eso signifique sacrificar algunas de nuestras habilidades cognitivas más valoradas. Es un intercambio evolutivo con importantes implicaciones a medida que el mundo se calienta. Al comprender los efectos íntimos del calor en la mente, podemos captar mejor las dimensiones humanas del cambio climático.

La contaminación del aire, también desatada por incendios forestales, por ejemplo, puede infiltrarse en nuestras mentes y moldear nuestro comportamiento de maneras alarmantes. Económicamente, se ha demostrado que reduce la productividad de todos, desde trabajadores agrícolas hasta empleados de centros de llamadas. Pero los efectos son más profundos: la contaminación del aire se ha relacionado con el deterioro del aprendizaje y la memoria, la reducción de las calificaciones de los exámenes en estudiantes de secundaria e incluso con comportamientos poco éticos como hacer trampa. Las diminutas partículas en el aire contaminado pueden provocar inflamación en el cerebro, afectando la cognición y la toma de decisiones. Estos impactos suelen recaer desproporcionadamente en las comunidades de bajos ingresos, lo que resalta la interrelación entre la justicia ambiental y social. Al igual que con el calor, enfrentar la contaminación del aire significa confrontar su influencia invisible pero omnipresente en nuestro mundo interior.

3. El cambio climático propaga enfermedades al cerebro

En la enmarañada red de impactos del calentamiento global en la salud, uno de los hilos más insidiosos y perturbadores es la propagación de enfermedades cerebrales. A medida que las temperaturas aumentan y los patrones meteorológicos cambian, no solo están alterando los paisajes, sino que también crean nuevas oportunidades para que las dolencias neurológicas prosperen y se propaguen.

Un camino importante es la expansión de enfermedades zoonóticas. A medida que el cambio climático empuja a las poblaciones animales a nuevos territorios y a una mayor proximidad con los humanos, aumenta el potencial de propagación de patógenos. Las enfermedades transmitidas por mosquitos, como la encefalitis japonesa y el Zika, por ejemplo, se están desplazando hacia nuevas regiones a medida que los insectos expanden sus rangos. Las temperaturas más cálidas a menudo son un beneficio para estos portadores de enfermedades, lo que les permite vivir en áreas antes inhóspitas y reproducirse más rápidamente.

El cambio climático también despierta peligros latentes como la ameba devoradora de cerebros Naegleria fowleri. A medida que las aguas se calientan, estos microbios pueden florecer en fuentes de agua dulce, ingresando al cerebro a través de la cavidad nasal y causando una devastadora meningoencefalitis. Aunque las infecciones son raras, casi siempre son fatales, un recordatorio contundente de los altos riesgos en nuestro mundo en calentamiento.

Otra amenaza acecha en la creciente marea de neurotoxinas. A medida que las floraciones de algas dañinas se expanden tanto en frecuencia como en distribución geográfica, también lo hace el alcance de toxinas como BMAA, un compuesto vinculado a enfermedades neurodegenerativas como la ELA y el Alzheimer. Estas toxinas pueden bioacumularse a lo largo de la cadena alimentaria. Aún más preocupante, la evidencia sugiere que estas toxinas podrían viajar por el aire, desplazándose en el rocío del mar y en el polvo. Ya no confinadas al plato de la cena, se convierten en una parte ineludible de la atmósfera. Combinado con el aumento del flagelo del mercurio, otra neurotoxina potente que se libera del permafrost que se descongela, la carga neurológica del cambio climático se está volviendo cada vez más difícil de evitar.

En conjunto, estas amenazas pintan un panorama preocupante. A medida que el planeta se calienta, también lo hace el riesgo de enfermedades cerebrales y, a menudo, los más vulnerables entre nosotros son quienes están en mayor riesgo. Enfrentar este desafío requerirá un esfuerzo interdisciplinario concertado, uno que reconozca las profundas interconexiones entre la salud planetaria y humana. Es una tarea titánica, pero una que no podemos darnos el lujo de ignorar. Después de todo, nuestras mentes pueden depender literalmente de ello.

4. La salud mental refleja la salud del planeta

En la intrincada danza entre la mente y el mundo, nuestro bienestar mental está íntimamente entrelazado con la salud del planeta. El costo psicológico de un mundo en calentamiento se está volviendo cada vez más evidente, grabado en los contornos de nuestra psique colectiva.

Considera la difícil situación de las comunidades en primera línea de la degradación ambiental. A medida que los mares en ascenso devoran las costas y la sequía reseca los campos, la carga en la salud mental es inmensa. La angustia existencial causada por el cambio ambiental es un fenómeno muy real vinculado a tasas elevadas de ansiedad, depresión e incluso suicidio. Para estas comunidades, las cicatrices del cambio climático no solo son físicas, sino profundamente psicológicas.

Incluso para aquellos que no están inmediatamente en el camino de, digamos, un huracán, la amenaza del cambio climático se cierne enormemente. La ecoansiedad, el miedo crónico a la perdición ambiental, está en aumento, particularmente entre los jóvenes. Es un trauma generacional, un peso que llevan aquellos que heredarán un mundo en caos. Este sentido generalizado de temor e impotencia es un reflejo de un planeta en peligro.

Pero los impactos en la salud mental del cambio climático no se tratan solo de ansiedad y desesperación. A medida que los desastres naturales se vuelven más frecuentes y severos, las tasas de trastorno de estrés postraumático están aumentando. El terror de un incendio forestal o la devastación de un huracán pueden dejar profundas heridas psicológicas mucho después de que se haya reparado el daño físico. Estas cicatrices mentales son un reflejo de un mundo cada vez más definido por la agitación y la incertidumbre. También sabemos que experimentar un estrés ambiental extremo in utero (como vivir a través de un huracán) puede aumentar drásticamente el riesgo de un niño de sufrir ansiedad, depresión, trastornos de conducta y trastorno por déficit de atención e hiperactividad, o TDAH. Es probable que estos efectos epigenéticos también sean heredables.

En última instancia, nuestra salud mental es un barómetro de la salud planetaria. A medida que el mundo a nuestro alrededor se desmorona, también lo hacen los hilos de nuestro bienestar psicológico. Abordar esta crisis requerirá un cambio de paradigma, uno que reconozca la interconexión fundamental entre la mente y la naturaleza. Es un reconocimiento de que al sanar el planeta, también podemos comenzar a sanar nosotros mismos. Después de todo, como dice el adagio, no hay salud sin salud mental, y tal vez no haya salud mental sin un planeta saludable.

5. La atención plena importa

En su esencia, la atención plena se trata de cultivar una conciencia profundamente encarnada, una forma de estar completamente presente en la realidad de nuestra experiencia. Y en un mundo cada vez más moldeado por el cambio climático, esta capacidad de presencia nunca ha sido más esencial.

A nivel individual, la neurociencia de la atención plena ofrece un argumento muy convincente para su potencial transformador. Entrenar el cerebro para enfocarse en el momento presente puede servir como un contrapeso poderoso a los efectos de la impulsividad y la distracción causados por los factores de estrés ambiental, así como a la ansiedad y la desesperación que a menudo acompañan la ecoansiedad. Los estudios han demostrado que la atención plena aumenta la densidad de la materia gris en regiones asociadas con el aprendizaje, la memoria y la regulación emocional, como el hipocampo y la corteza prefrontal, al tiempo que reduce el tamaño y la reactividad de la amígdala, ese asiento primitivo del miedo y la reactividad.

La conectividad funcional entre las regiones del cerebro que regulan la atención y el control ejecutivo se ve mejorada, lo que lleva a una mejor regulación emocional. La atención plena también disminuye la actividad en la red neuronal por defecto, que está vinculada a la divagación mental, mejorando así la conciencia del momento presente.

Pero los beneficios de la atención plena van mucho más allá del individuo. Al fomentar una conciencia más profunda de nuestra interconexión con el mundo que nos rodea, la atención plena puede servir como un catalizador para la acción. Al sintonizarnos con la sutil red de causa y efecto que nos une al planeta, puede inspirar un renovado sentido de responsabilidad y gestión ambiental. La atención plena, en este sentido, no se trata solo de encontrar la paz interior; se trata de despertar a la realidad de nuestra incrustación ecológica.

Este despertar es aún más crucial a la luz de los impactos neurológicos del cambio climático. Imagina un mundo en el que las implicaciones en la salud mental del cambio climático se tomaran con la misma urgencia que sus impactos físicos. Donde la conciencia no fuera solo una práctica personal, sino un valor social entretejido en el tejido de nuestras instituciones y procesos de toma de decisiones.

Este es el mundo que la atención plena nos invita a crear. Un mundo donde estamos completamente presentes en la realidad de la crisis, pero no paralizados por la desesperación. Donde podemos sostener el duelo y la belleza, el miedo y la posibilidad en igual medida. Donde podemos enfrentar la enormidad del desafío con ojos claros y tal vez incluso con corazones abiertos.

Al final, la atención plena importa porque nos ofrece una forma de enfrentar la realidad del cambio climático—de enfrentarlo de manera directa sin titubear y responder con sabiduría y compasión. Es un acto radical de presencia en un mundo que preferiría mirar hacia otro lado. Y en esa presencia, podemos encontrar la claridad y el coraje para construir un futuro mejor—para nosotros mismos, los demás y el planeta que llamamos hogar.

* Este artículo apareció originalmente en la revista Next Big Idea Club y se reproduce con permiso.

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