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¿Puede la inteligencia artificial mostrar compasión? Enseñar a la IA a preocuparse puede enseñarnos a ser más humanos

El verdadero avance en IA no se encontrará en máquinas que sientan emociones, sino en programarlas para que las comprendan y actúen con compasión y ética.

¿Puede la inteligencia artificial mostrar compasión? Enseñar a la IA a preocuparse puede enseñarnos a ser más humanos Getty Images

En 1859, Charles Darwin dio a conocer una teoría de la evolución que sacudió al mundo científico: la supervivencia del más apto, según la cual la naturaleza prospera gracias a la competencia despiadada y la eficiencia. Este enfoque de competencia despiadada influyó profundamente en la forma en que millones de personas perciben el progreso durante más de un siglo: celebramos la competencia (a expensas de la compasión) como el motor de la evolución.

Ahora, en el siglo XXI, nos encontramos en un momento emocionante y valiente en el que la tecnología está modificando el arco mismo de lo que significa ser humano de maneras que Darwin nunca podría haber imaginado. En esta nueva frontera, la evidencia sugiere que la feroz competencia entre los seres humanos ya no es el único catalizador del progreso. En un giro de los acontecimientos un tanto sorprendente, la compasión se está convirtiendo en una variable cada vez más crucial en el complicado algoritmo del progreso humano.

El desafío que define a nuestra generación no es solo quién puede superar al otro, sino más bien cómo incorporar valores humanos más profundos (la bondad, la empatía y la compasión) en las tecnologías que darán forma al futuro. Al hacerlo, no solo evolucionamos, sino que lo hacemos de una manera mucho más elevada y significativa que nunca. Al poner el yo colectivo por encima del yo individual, forjamos un camino hacia una existencia más conectada, con propósito y sostenible.

Una falsa dicotomía: “nosotros contra ellos” en las relaciones entre humanos e inteligencia artificial

Como si nos estuviéramos preparando para una invasión extraterrestre, los susurros de que “la IA está tomando el control” resuenan cada vez más fuerte en nuestras salas de juntas, conferencias de la industria y reuniones de negocios. Esta visión apocalíptica de la inteligencia artificial, donde la “singularidad” amenaza nuestra propia existencia, tiene sus raíces en una forma de pensar del viejo mundo alimentada por el miedo y la escasez.

En lugar de aferrarnos a una narrativa de “humanos contra máquinas”, ¿qué pasaría si viéramos la inteligencia artificial como una forma evolutiva de amplificar nuestro potencial en lugar de competir con él? La IA es una conversación en curso, no una regresión. Tiene el potencial de ayudar a resolver problemas mundiales que siguen azotándonos: el hambre, el cambio climático, las enfermedades, el difícil acceso a tratamientos médicos adecuados y tantos otros.

Imaginemos una aldea rural de la India, donde los médicos, en particular los especialistas, son pocos y distantes entre sí. Aquí, una herramienta de diagnóstico impulsada por inteligencia artificial bien capacitada y totalmente compatible podría salvar una profunda brecha de disponibilidad y experiencia (no reemplazando a los médicos humanos, sino ampliando su alcance). Esta innovación tan necesaria podría ofrecer experiencia que salve vidas donde antes no existía.

Otro gran ejemplo es el auge de los acompañantes terapéuticos impulsados ​​por inteligencia artificial. Durante los días largos y solitarios o los ataques de ansiedad nocturnos que demasiadas personas en este país y en todo el mundo experimentan todos los días, un terapeuta de IA puede ser un recurso disponible y oportuno, accesible cuando el aislamiento amenaza la salud mental y el bienestar de alguien. Este tipo de compañero amistoso de IA no estaría allí para reemplazar el contacto humano, sino para estar presente, disponible y valioso cuando el contacto humano no esté disponible.

Este no es un concepto futurista; los compañeros de inteligencia artificial ya están aquí, dando forma a nuestro mundo hoy, mientras hablamos. Y lo están haciendo para mejorar, en lugar de amenazar nuestra propia existencia o encontrar una manera de sacarnos a todos del negocio. El papel de la IA no es competir con nosotros, es colaborar y ayudarnos a ayudar a las personas y los lugares donde el esfuerzo humano por sí solo no está tan disponible o no es tan accesible.

Empatía digital

Hace unos pocos años, la idea de que la inteligencia artificial participara en conversaciones significativas parecía descabellada. Pero hoy, la IA puede mantener conversaciones que a veces son indistinguibles de las que se mantienen con los humanos (en el juego Human or Not, la mitad del tiempo las personas ni siquiera pueden saber si están hablando con un bot).

Los sistemas de IA ahora pueden generar respuestas que resuenan con nosotros, lo que plantea preguntas sobre su comprensión auténtica de nuestras emociones. Tal vez, la IA esté aprendiendo de nosotros y convirtiéndose en una mejor versión de sí misma (o, paradójicamente, ¿podría incluso evolucionar hacia una mejor versión de nosotros?).

Pensemos en los chatbots con tecnología de inteligencia artificial que se utilizan en el servicio de atención al cliente, diseñados no solo para responder preguntas, sino para reconocer y responder a las señales emocionales de los clientes. El sistema de IA podría detectar la frustración en el tono y el comportamiento digital de un cliente y ajustar sus respuestas para ofrecer más empatía y apoyo, simulando una comprensión del estado emocional del cliente y, en última instancia, brindando un servicio mucho mejor. Esto debería sonar mucho mejor que discutir con un empleado descontento, con exceso de trabajo y al que le gritan a menudo por un producto o servicio que no cumplió con sus expectativas.

Otro ejemplo convincente es la IA en aplicaciones de salud mental. Herramientas como Woebot ofrecen apoyo emocional a través de conversaciones que utilizan técnicas de terapia cognitivo-conductual. Los usuarios informan que encuentran consuelo en estas interacciones, aunque provengan de una entidad virtual. Al final, humano o bot, lo que realmente importa es cómo se siente el humano original al otro lado de la conversación al final de la misma. No obstante, este fenómeno plantea la pregunta de si la IA realmente entiende las emociones de los usuarios o simplemente utiliza algoritmos para simular la empatía basándose en un cálculo frío.

La respuesta es probablemente que todavía estamos en la fase de simulación de la IA completamente “humanizada”. Aun así, la comprensión profunda y la empatía auténtica probablemente estén más cerca de lo que pensamos. Las máquinas no sienten como nosotros, pero están mejorando cada vez más en la reproducción de la interacción humana al aprender de los humanos e interactuar regularmente con ellos.

Lo que estamos presenciando no es la empatía como la conocemos los humanos; es empatía digital, una simulación tan refinada que invoca un valor emocional real en quienes la reciben. ¿Se trata de una distinción sin diferencia o de una diferencia con una enorme distinción?

Más allá de la utilidad

El verdadero dilema de esta nueva y valiente frontera no es si la IA puede sentir, sino si la IA puede actuar compasivamente y basándose en sus “emociones”. Hollywood nos ha condicionado a esperar que las máquinas conscientes se enfrenten a una conciencia similar a la humana.

Pero el verdadero salto adelante no se encontrará en que las máquinas sientan emociones, sino en programarlas para que comprendan las emociones y actúen compasivamente y éticamente basándose en un conjunto determinado de hechos y en un intercambio distinto entre ellas y las personas y entre otras personas.

La compasión es un proceso cognitivo de alto nivel, más una forma de razonamiento que una mera reacción. Al enseñar a la IA a comprender el contexto, los matices, los sentimientos y las consideraciones éticas, estamos incorporando las mejores partes de la humanidad en sistemas que nunca sabrán lo que es llorar o reír. Piénselo como enseñarle modales a un niño antes de que comprenda completamente el significado detrás de ellos: con el tiempo, la práctica y la experiencia, esas prácticas evolucionan hacia una empatía genuina.

Aunque sería un desafío programar a las IA para que amen profundamente o se lamenten genuinamente, podemos y debemos enseñarles a actuar con compasión y de manera étnica, lo que probablemente hará que su mundo y el nuestro sean más agradables para vivir.

La paradoja de la compasión

En nuestra búsqueda por programar la compasión y enseñar a las máquinas a preocuparse, nos topamos con una paradoja fascinante que nos obliga a lidiar con y aclarar qué significa realmente la compasión para nosotros. Es una pregunta que rara vez consideramos a menos que algo salga trágicamente mal en una relación o conexión significativa.

Piénsalo de esta manera: con qué frecuencia tú, como ser humano:

  • Evalúas verdaderamente cómo tratas a los demás
  • Consideras profundamente si eres compasivo con quienes te rodean
  • Estudias cuidadosamente cómo tu comportamiento impacta los sentimientos de tus amigos y familiares más cercanos

Como ingenieros, gerentes de productos y diseñadores que codifican marcos éticos y algoritmos de empatía, estamos esencialmente involucrados en un proceso reflexivo de clarificación de nuestros propios valores. Este proceso no solo implica definir cómo debe pensar, sentir y, por lo tanto, comportarse la IA, sino que también nos obliga a reevaluar nuestros propios valores y nuestro enfoque de la empatía y la compasión.

Enseñar a la IA a preocuparse sirve como un espejo figurativo, que refleja las áreas en las que nuestra propia moral y empatía pueden necesitar refinamiento. Este ejercicio de traducir los sentimientos humanos matizados en algoritmos nos empuja a enfrentar las brechas en nuestra propia empatía y razonamiento moral. Nos desafía a aplicar más rigurosamente esta comprensión en nuestras propias vidas y trabajos.

A medida que descomponemos las emociones humanas complejas en código, obtenemos una visión más clara de nuestros propios marcos emocionales. Este proceso revela no solo las limitaciones de la IA sino también las complejidades del alma humana. La IA, en este contexto, se convierte en una herramienta poderosa, un catalizador para la reflexión, la contemplación y la autoconciencia.

Forjando un futuro simbiótico con una IA compasiva

Winston Churchill dijo una vez: “Damos forma a nuestros edificios; a partir de entonces, ellos nos dan forma a nosotros”. Lo mismo es cierto para la inteligencia artificial. A medida que codificamos sistemas compasivos, esos sistemas se convertirán en nuestra realidad virtual y, eventualmente, en nuestra realidad real, que a su vez nos moldeará.

El futuro no se trata de un enfrentamiento entre humanos y máquinas. Se trata de coevolución, donde el carbono y el silicio, el corazón y la mente, se fusionan para crear algo mayor que la suma de sus partes.

Hoy, la compasión es un rasgo exclusivamente humano, pero no tiene por qué seguir siendo así. Al incorporar la compasión en la estructura misma de nuestra tecnología, no solo estamos ampliando la frontera de la eficiencia; estamos ampliando la empatía.

No se trata de programar máquinas para reemplazar a la humanidad, sino de asociarnos con ellas para mejorarla. El próximo gran salto en la evolución no estará impulsado únicamente por la lógica y la computación ni será impulsado únicamente por la competencia, sino por la compasión, aumentada, ampliada y perfeccionada por nuestros socios de silicio.

Author

  • Ron Gutman

    Ron Gutman es cofundador y co-CEO de Intrivo, una empresa global de tecnología sanitaria, y de On/Go, la marca detrás de las populares pruebas caseras de detección de COVID-19.

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Sobre el autor

Ron Gutman es cofundador y co-CEO de Intrivo, una empresa global de tecnología sanitaria, y de On/Go, la marca detrás de las populares pruebas caseras de detección de COVID-19.

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