Cuando hace más de 20 años empezamos a hablar de influencers –y a trabajar con ellos–, una de las principales razones para incluirlos como parte de nuestras estrategias era el potencial de alcance que, sumado a su autenticidad y originalidad, le brindaban a las marcas una oportunidad orgánica de conectar con las audiencias.
Durante años nos acercamos a los principales personajes de cada categoría y los convertimos en aliados para impulsar nuestros objetivos dentro de las marcas; así empezamos a trabajar con los expertos en maquillaje, las mamás que daban tips, los comediantes que eran capaces de aligerar cualquier tema… Con gran éxito, vimos a “personas normales” pisar el territorio antes reservado para las celebridades.
Con el tiempo y como era de esperarse, estas “personas normales” se convirtieron en celebrities gracias a una industria que vio en ellos a aliados capaces de compartir mensajes publicitarios sin que parecieran publicidad… hasta que la saturación hizo que empezaran a perder la credibilidad.
El extraño caso de la naturalidad producida
La compra de seguidores y el contenido excesivamente producido han erosionado la confianza en las colaboraciones con grandes influencers. Cuentas con millones de seguidores han evidenciado las inconsistencias y, en algunos casos, la falta de autenticidad de estos creadores, dejando claro que los consumidores valoran más las conexiones genuinas que los mensajes que no son cercanos a su realidad.
En este escenario, los nanoinfluencers y microinfluencers surgieron como una alternativa fresca, auténtica y efectiva que transforma la manera en que las marcas conectan con sus audiencias. Estos nuevos influencers –cuyas audiencias rondan entre los 10,000 y 50,000 seguidores– no solo destacan por su capacidad de establecer relaciones auténticas con sus comunidades, sino que son capaces de conectarnos con las personas ideales para nuestros productos. Eso se traduce en mejores tasas de conversión y un retorno de inversión significativamente alto.
Pero esta transformación basada en la confianza no se limita al marketing de productos, sino que está tocando también a los medios o el consumo deportivo, que con la pandemia aceleró su desplazamiento hacia plataformas digitales que ofrecen experiencias interactivas y personalizadas.
El poder de la autenticidad
El denominador común en estas tendencias es claro: el valor de la autenticidad. Y es que si una cosa podemos tener clara es que en el ecosistema digital actual no se trata solo de captar la atención, sino de construir relaciones significativas y duraderas.
El futuro de estas estrategias dependerá de cómo las marcas aprovechen estas herramientas para equilibrar la innovación, transparencia y conexión genuina. En un mundo donde las métricas tradicionales son cada vez más cuestionadas, la verdadera influencia radica en el poder de inspirar confianza y resonar emocionalmente con las audiencias.