Entonces, ¿cuál es tu palabra favorita en el diccionario? ¿Cuadrado? No, demasiado aburrida. ¿Evanescencia? No, demasiado… fugaz. Espera, ya lo tengo: tu palabra favorita para 2025 es aranceles.
Algunos han dicho que es la palabra más hermosa del diccionario; no estoy seguro de que Shakespeare estuviera de acuerdo. Admito que no fui invitado a ser juez en el certamen de belleza lingüística de este año, pero te explicaré la palabra, y al final, tú decidirás si crees que aranceles merece ese título.
Sacudamos el polvo de nuestras nociones económicas, añadamos un poco de sentido común y veamos qué le espera a México y al resto del mundo que comercia con los Estados Unidos de Aranceles, como China, Canadá y Europa.
Aranceles 101: El impuesto que nadie pidió
Los aranceles, en el sentido más básico, son impuestos, derechos y recargos que se imponen sobre bienes importados. Se utilizan para negociar acuerdos diplomáticos y comerciales, fomentar la industria nacional, castigar a otro país o generar ingresos para el gobierno federal. Cuando un producto sujeto a arancel llega al país de destino, la aduana calcula un impuesto sobre su valor y lo envía, generalmente, al Tesoro. Entonces, ¿por qué son tan importantes, peligrosos y molestos para el consumidor común?
El mundo está entrando en una especie de versión de “Atínale al precio” donde los consumidores tendrán que adivinar cuánto pagarán por una gran variedad de productos. Recuerdo que, de niño, cuando me enfermaba y me quedaba en casa, veía la versión estadounidense. Los concursantes se esforzaban por adivinar el precio de todo, desde una barra de jabón hasta un refrigerador o un coche nuevo… todos artículos que, con los aranceles, terminarán costando más.
Ahora bien, podrías pensar que los aranceles no te afectarán porque, al fin y al cabo, los pagará el otro país. Pero no es tan simple. La mayor confusión sobre los aranceles suele centrarse en quién termina cubriendo el costo adicional. Es como ir a cenar y no saber quién pagará la cuenta del tipo que acaba de sentarse en tu mesa y empieza a pedir cóctel tras cóctel a 500 pesos cada uno. Te preguntas: ¿me tocará pagar su cuenta? Veamos. Llamemos a ese tipo “Bob”; quien resulta ser el departamento de tesorería del gobierno que impone los aranceles.
El caso Bob: cuando la economía se vuelve un restaurante caro
Para simplificar, reduzcamos la economía mundial a un ejemplo de restaurante. Elegiste ese restaurante porque es el mejor de la ciudad: buen ambiente, excelente comida, porciones generosas y precios razonables. Después de revisar el menú, pides tu comida y tienes una idea más o menos clara de cuánto será tu cuenta. Pero entonces llega Bob, se sienta en tu mesa y empieza a pedir tragos y algunos aperitivos que no piensa compartir. El mesero agrega sus consumos a tu cuenta y, antes de que puedas decir algo (o al menos robarle una de sus entradas), Bob se levanta y se va. ¿El resultado? Tu cuenta es ahora 25% más cara de lo que habías planeado gastar.
Las acciones de Bob no cambiaron la calidad de tu comida, el ambiente ni el tamaño de las porciones. Pero sí aumentaron el precio que pagaste. Si hubieras sabido que gastarías un 25% más, quizá habrías elegido otro restaurante. Si todos los restaurantes tuvieran Bobs que deambulan, se sientan en las mesas, acumulan cuentas y desaparecen, quizá empieces a replantearte la idea de comer fuera por completo. Los precios se habrían elevado demasiado en relación con el valor real de la experiencia.
Lo mismo sucede con los aranceles: encarecen los productos que ya compras sin mejorar su calidad, tamaño o utilidad. ¿Y quién termina pagándolos? Tú. No Bob. No el restaurante. Tú.
Entonces, ¿por qué alguien querría imponer un arancel? ¿Por qué hacer más caro lo que compramos? Si un arancel se impone sobre las exportaciones de México, Canadá o China hacia Estados Unidos, es el consumidor estadounidense quien paga el precio más alto, no las empresas extranjeras. Pero aquí viene el giro: aunque el consumidor estadounidense termine pagando más, podría empezar a considerar opciones locales que sean lo suficientemente similares pero más baratas que lo que solía comprar. Aquí es donde las acciones de Bob comienzan a perjudicar a las empresas extranjeras.
A medida que los consumidores en el país que impone los aranceles buscan marcas alternativas, las órdenes de compra de empresas extranjeras disminuyen, reduciendo sus ingresos y estabilidad financiera. Se trata de pedidos reales que se pierden, ingresos que se esfuman y dinero que deja de llegar.
Si las pérdidas son lo suficientemente grandes, el país que impone los aranceles espera que las empresas afectadas presionen a sus gobiernos para sacar a Bob de la ecuación. ¿Funciona? No realmente. La mayoría de las veces, solo resulta en precios más altos para todos.
Cómo prepararte para la tormenta arancelaria
Dado que los gobiernos de México, Canadá y China proponen aranceles de represalia, los precios de todo lo hecho en Estados Unidos también subirán en esos mercados. Si operas en un mercado afectado por estos aranceles, tanto en importaciones como en exportaciones, ¿qué puedes hacer?
- Empieza a buscar compradores alternativos para tus productos en otros mercados lo antes posible y diversifica tu base de clientes a largo plazo.
- Invierte en IA avanzada que te ayude a mejorar la productividad, reducir costos y operar de forma más fluida en todo el mundo. Revisa mis otras columnas para más ideas.
- Prepárate para un periodo de incertidumbre en los mercados globales. Los aranceles tienen un historial de generar efectos secundarios inesperados.
Entonces, ¿es aranceles la palabra más hermosa del inglés o de cualquier otro idioma? Yo diría que depende. En términos diplomáticos y comerciales, pueden ser útiles si se aplican estratégicamente. Sin embargo, si se implementan de manera incorrecta, los costos para los consumidores, los hogares y las empresas pueden ser extremadamente altos.
Ante el incremento de aranceles, nunca ha habido un mejor momento para que México replantee su posición en la economía global y para que las empresas mexicanas exploren otros mercados alrededor del mundo. Porque la palabra más hermosa en español podría no ser aranceles, sino Soberanía.