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El perfeccionismo es como darse un tiro en el pie —así es como puedes manejarlo

El perfeccionismo impone estándares imposibles, te deja con la sensación de fracaso. Pero hay una forma de reajustar tus expectativas.

El perfeccionismo es como darse un tiro en el pie —así es como puedes manejarlo [Source Photo: Freepik]

Ser perfeccionista es como jugar a la maquinita. Se presenta como algo fácil y que se puede lograr, como que la garra atrape el peluche, cuando en realidad es imposible e inalcanzable. Las personas que se sienten presionadas por los demás, o que se exigen a sí mismas la perfección están atrapadas en un mundo absurdo donde lo normal y lo difícil se confunden con lo perfecto y lo fácil. Al no poder lograr la perfección, reciben constantemente mensajes de que no están pensando, sintiendo o actuando de manera normal:

Todos los demás logran mantener su casa en orden mientras trabajan a tiempo completo y crían hijos.

Nadie más tiene que trabajar tanto solo para sobrevivir.

Ninguna otra mamá tiene dificultades para levantarse para ayudar a sus hijos en la mañana.

Por supuesto, todos estamos, en cierta medida, encadenados al perfeccionismo. Esas tres últimas afirmaciones provienen de mi propio diálogo interno perfeccionista. En un mundo de perfiles cuidadosamente creados y fotos retocadas, desarrollar un sentido preciso de lo “normal” es una lucha constante. La distorsión constante hace que igualar sea crítico.

Igualar le muestra a alguien que su reacción tiene todo el sentido dadas sus circunstancias y la forma en que los humanos responden naturalmente. Esencialmente, el perfeccionismo te invita a pensar: “Si yo estuviera en tus zapatos, haría o sentiría lo mismo”. No solo valida las reacciones de las personas, sino que también redirige sus expectativas.

Mi cliente, un médico al que llamaré Lou, llegó una vez a la sesión con un problema común: no podía ponerse al día con los correos electrónicos en su nuevo trabajo y tenía dificultades para completar las notas de sus pacientes a tiempo, en parte debido a la sobrecarga de correos. No hay problema, pensé. Discutimos maneras de agilizar su proceso de documentación y creamos un plan para que hablara con la directora si todo lo demás fallaba. Bueno, todo lo demás falló, incluida su conversación con la directora, que mi mente crítica quería desesperadamente ver como Cruella de Vil.

Lou no podía obtener ayuda del personal para responder los correos electrónicos de los pacientes; sí, todos los correos de los pacientes debían ser respondidos al final del día; no, no podría tener tiempo administrativo semanal para atender estas tareas, como es habitual en la mayoría de los hospitales. Debería recuperar el trabajo perdido en su propio tiempo. La directora no validó ninguna de las preocupaciones de Lou y, en cambio, parecía sugerir que debería ponerse al día. Aún así, las demandas parecían irrazonables. ¿Cómo lograban los demás médicos mantenerse a flote? Lou no lo sabía. La directora no era muy aceptada en el trabajo, pero nadie más se quejaba de las expectativas o la carga.

Una situación kafkiana a una expectativa irreal

“Tal vez sea el TOC”, dijo él después de meses sin poder llegar a casa a tiempo para acostar a sus hijos. Lou tenía antecedentes de trastorno obsesivo-compulsivo, que se manifestaba en revisiones excesivas. Cuando comenzamos a trabajar juntos, él revisaba si el horno estaba apagado, luego lo volvía a revisar para asegurarse, luego lo revisaba una vez más solo para estar seguro, y así sucesivamente. En el trabajo solía revisar compulsivamente las órdenes y recetas que enviaba, impulsado por la ansiedad de que había cometido un error. Pero eso ya quedó en el pasado. Lou respondió positivamente al tratamiento y llevaba años libre de síntomas.

“¿Estás revisando otra vez?”, le pregunté. Al principio lo negó, pero la duda empezó a invadirlo. Le recordé la ansiedad y los pensamientos obsesivos que solían disparar sus compulsiones. Reconoció que los “matones de la mafia” ya no estaban presentes. Pero si no era el TOC, ¿qué estaba pasando? La situación de Lou se volvía cada vez más absurda. Decidió empezar a buscar otro trabajo.

Un día, su directora desapareció. Lou no sabía si la habían despedido o si había renunciado. Apareció una nueva directora, y lo primero que hizo fue solicitar comentarios anónimos de los médicos sobre sus necesidades y dificultades. Luego organizó una reunión en la que se centró principalmente en reconocer las preocupaciones que todos habían expresado sobre la gestión de los correos electrónicos.

Resultó que Lou no era un caso aislado después de todo. Era parte de una mayoría silenciosa. Su agotamiento y desesperanza no eran reacciones anormales ante demandas razonables; eran respuestas normales a expectativas irreales.

Aunque la nueva directora no tenía soluciones inmediatas al problema de los correos, Lou abandonó su búsqueda de trabajo. Ya no se sentía abrumado por la desesperanza y la duda; su máscara de oxígeno estaba firmemente en su lugar.

El perfeccionismo prospera en la soledad, donde no podemos ver que otros también luchan con los mismos estándares imposibles. Sacar a la luz estas luchas invisible ayuda a normalizar nuestras respuestas —que son totalmente comprensibles— ante demandas irreales.





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