
Al decidir si algo vale la pena, ya sea que ya te hayas esforzado o te enfrentes a la perspectiva de trabajar, cambia la forma en la que lo mides. Eso es lo que descubrimos en nuestra nueva investigación, publicada en el Journal of Experimental Psychology: General .
Al considerar un esfuerzo futuro, más trabajo hace que el resultado sea menos atractivo. Pero una vez completado el trabajo, entre más esfuerzo el resultado parece más valioso. También descubrimos que, tras este principio general de la oportunidad, se esconden diferencias individuales en cómo el esfuerzo antes o después determina el valor que las personas otorgan a los frutos de su trabajo.
¿Cuánto vale el trabajo para ti?
En nuestro experimento, les dimos a los participantes la opción de elegir entre una cantidad fija de dinero y un objeto doméstico (una taza) que podían llevar a casa si realizaban un cierto esfuerzo físico, aproximadamente equivalente a subir uno, dos o tres tramos de escaleras.
Esto nos permitió determinar el valor que cada persona le dio al esfuerzo: ¿añadió o restó valor al objeto?
También manipulamos el factor tiempo del esfuerzo. Cuando el esfuerzo se tenía que realizar después, los participantes decidían si querían quedarse con el dinero o conseguir la taza con su esfuerzo. Cuando el esfuerzo era pasado, los participantes decidían si querían cobrar la taza que ya habían ganado con esfuerzo.
Como ya lo habíamos previsto, la idea de realizar un esfuerzo para conseguir la taza fue menos atractiva, pero cuando el esfuerzo ya había sido realizado le daban un mayor valor a la taza.
Hay percepciones individuales del trabajo
Sin embargo, no todos responden al esfuerzo de la misma manera. Nuestro estudio también reveló notables diferencias individuales. Surgieron cuatro patrones distintos:
- Para algunas personas, el esfuerzo extra siempre resta valor a las recompensas.
- Otros prefirieron consistentemente objetos que ganaban con más trabajo.
- Muchos mostraron patrones mixtos, donde el esfuerzo moderado incrementaba el valor que le daban a las recompensas, pero el esfuerzo excesivo lo disminuía.
- Algunos experimentaron lo opuesto: inicialmente rechazaron el esfuerzo, pero luego encontraron mayor valor en las recompensas.
Estos patrones cambiantes demuestran que la relación con el esfuerzo no es sencilla. Para muchas personas, existe un punto óptimo: un pequeño esfuerzo puede hacer que algo sea más valioso, pero si el resultado se exige demasiado, el valor que le dan disminuye. Es como disfrutar de un entrenamiento de 30 minutos pero temer una sesión de dos horas, o, por el contrario, sentir que por un entrenamiento de cinco minutos no vale la pena cambiarse de ropa.
Nuestro artículo ofrece un modelo matemático que da cuenta de estas diferencias individuales al proponer que la mente calcula de manera flexible los costos y los beneficios del esfuerzo.
¿Por qué violar la “ley del trabajo mínimo”?
¿Por qué debería importar el tiempo para el esfuerzo? Parece obvio que la razón y la naturaleza nos enseñarían a evitar y sentir desagrado por el esfuerzo.
Imagina un colibrí que tiene dos opciones: una flor fácil de alcanzar y otra que requiere más esfuerzo. Si elige la difícil, podríamos reconocer su esfuerzo, pero, agotado, no sobreviviría mucho tiempo. En la naturaleza, como en la vida cotidiana, la racionalidad en el uso de recursos es clave. Optimizamos energía y esfuerzo, buscando el mejor resultado con el menor desgaste posible.
Este principio se refleja en lo que la psicología llama la ley del menor trabajo, que básicamente señala que, si dos opciones ofrecen el mismo beneficio, elegimos la más fácil. Desde esta perspectiva, cualquier decisión que implique un esfuerzo innecesario parecería irracional.
El humano es contradictorio
Sin embargo, aquí viene la contradicción: las personas—y hasta los animales—parecen darle más valor a las cosas que requieren esfuerzo, aunque no haya una recompensa adicional. ¿Por qué lo difícil nos resulta más atractivo? Lo hemos vivido muchas veces: cuando trabajamos duro por algo, la satisfacción es mayor, ya sea en el amor, la carrera, los deportes o incluso armando un mueble complicado.
Este fenómeno es lo que se conoce como la “paradoja del esfuerzo”. En el ejemplo del colibrí, el esfuerzo es una decisión futura: sabe que gastar energía puede ser riesgoso. Pero en otros casos, como el “efecto Ikea”—cuando apreciamos más los muebles que armamos nosotros mismos—el esfuerzo ya pasó, y eso nos hace sentir que el resultado tiene más valor.
Los nuevos hallazgos en psicología muestran que este principio aparece en múltiples aspectos de la vida. Por ejemplo, al iniciar una rutina de ejercicio, el esfuerzo parece abrumador; pero, una vez que el hábito se establece, el mismo esfuerzo nos trae satisfacción. En el trabajo, aprender habilidades nuevas puede parecer complicado al principio, pero después de dominar un conocimiento difícil, lo valoramos más precisamente porque nos costó trabajo.
Lo que aún no sabemos
Dichos como “sin esfuerzo no hay ganancia” o “lo que fácil viene, fácil se va” son comunes en nuestra cultura. Pero los investigadores todavía intentan entender por qué algunas personas valoran más el esfuerzo que otras. ¿Será por su condición física, su historia personal, la forma en que perciben la dificultad, o incluso por valores culturales sobre el trabajo duro? Todavía no hay una respuesta definitiva.
Actualmente, los estudios buscan entender cómo el esfuerzo influye en la percepción del valor, ya sea en términos de dinero, placer o estética. Por ejemplo, se investiga si el esfuerzo que una persona invierte en apreciar la caligrafía artística hace que la considere más bella.
Este tipo de investigaciones pueden ayudar a explicar fenómenos culturales, como la experiencia de ver la Mona Lisa tras horas de espera en el Louvre. Además, pueden aportar ideas para diseñar mejores sistemas de motivación en educación, salud y empresas, aprovechando la forma en que nuestra mente asigna valor a lo que nos cuesta trabajo.
Piotr Winkielman es profesor de psicología en la Universidad de California en San Diego .
Przemysław Marcowski es investigador postdoctoral en la Universidad de California en San Diego .
Este artículo fe publicado originalmente en The Conversation.