
En una conferencia académica reciente, noté una inquietud familiar en las conversaciones sobre “habilidades blandas”. Muchos participantes se estremecieron ante el término. Reconocieron que era inadecuado, pero les costó ponerse de acuerdo sobre una mejor alternativa. Se lanzaron sugerencias como “habilidades humanas”, “habilidades esenciales” o “habilidades de poder”, pero ninguna pareció adecuada.
Este persistente problema terminológico refleja una tensión más profunda en nuestro sistema educativo. Existe un sesgo arraigado que prioriza las competencias técnicas “duras” sobre las capacidades humanas, matizadas y profundas, que realmente definen el éxito profesional a largo plazo.
Históricamente, las habilidades duras surgieron de las ciencias naturales: cuantitativas, medibles y cada vez más automatizables. Las habilidades blandas, en cambio, provienen de las artes liberales, las humanidades y las ciencias sociales. Estas disciplinas nos ayudan a comprender el comportamiento, la expresión y la interacción humanos. Estas cualidades son más difíciles de cuantificar y aún más difíciles de enseñar.
En análisis de negocios, el área que enseño, la fluidez técnica es apenas el punto de partida. Lo que realmente impulsa una carrera no es solo saber qué modelo aplicar, sino tener la capacidad de explicárselo a un cliente, liderar un equipo bajo presión, adaptarse a datos cambiantes y negociar prioridades en conflicto. El verdadero diferencial es el factor humano.
Si queremos que los estudiantes —y los profesionales— prosperen en la era de la lA, debemos dejar de tratar las habilidades blandas como si fueran insignificantes. Son complejas, difíciles de enseñar y fundamentales para el éxito. Por eso, necesitan un marco más sólido.
Reformular el espectro de las habilidades blandas
El término “habilidades blandas” sirve como un término genérico durante demasiado tiempo. Reduce una amplia gama de capacidades humanas a una categoría vaga y subestimada. Analicemos a qué se refiere típicamente:
- Rasgos de carácter: Son cualidades innatas o profundamente arraigadas: curiosidad, empatía, resiliencia e integridad. Son difíciles de medir y aún más difíciles de enseñar, pero pueden reforzarse mediante el autoconocimiento y la mentoría.
- Hábitos de comportamiento: Esto incluye la puntualidad, el seguimiento y la escucha activa. Estos hábitos constituyen la base de la eficacia diaria. A diferencia de los rasgos, los hábitos se pueden entrenar mediante la repetición, la reflexión y el ensayo.
- Habilidades que se enseñan: Piense en la negociación, el pensamiento crítico, la presentación y la resolución de conflictos. Estas son habilidades que podemos estructurar, mejorar y desglosar.
COMPETENCIAS CONTEXTUALES
Algunas habilidades blandas cambian según la situación, como la comunicación intercultural, la presencia ejecutiva o la gestión de las partes interesadas. Dominar estas habilidades requiere conocimiento, además de adaptabilidad e inteligencia emocional.
Esta estructura no es solo un ejercicio académico. Proporciona una guía para que la educación superior pueda enseñar, evaluar y desarrollar estas habilidades con el rigor que merecen.
Las artes liberales son más relevantes ahora más que nunca
Todo este marco —rasgos, hábitos, habilidades enseñables y competencias contextuales— se asienta sobre una base de artes liberales. Sin embargo, muchos siguen subestimando la educación en artes liberales en la carrera por formar graduados con habilidades técnicas.
Subestimar las artes liberales es un error. Estas disciplinas cultivan la agilidad intelectual, el razonamiento ético y la alfabetización cultural. La retórica y la escritura fortalecen la comunicación; la filosofía y la historia agudizan el pensamiento crítico; la literatura y la antropología desarrollan empatía e inteligencia emocional; la ética y la filosofía moral forjan el carácter. No son conocimientos accesorios, sino habilidades humanas esenciales, construidas a lo largo de siglos de reflexión.
Incluso en la educación STEM, estas capacidades blandas son determinantes para el éxito en contextos reales. Las tradiciones de las artes liberales lo entendieron desde el inicio: para formar ciudadanos capaces y conscientes, necesitamos integrar ciencias y humanidades. No compiten, se potencian mutuamente.
La paradoja de la tecnología
Aquí entra la IA. A medida que esta tecnología asume tareas cognitivas rutinarias e incluso emula procesos creativos, la distancia entre humanos y máquinas se acorta en algunos aspectos… pero no en todos.
La IA puede analizar datos, pero no liderar un equipo en medio de una crisis ética. Puede resumir una política, pero no construir consensos entre posturas enfrentadas. Puede redactar un titular, pero no dirigir una clase, negociar ni generar confianza genuina.
Cuanto más avanza lo técnico, más esenciales se vuelven nuestras capacidades humanas. Esa es la paradoja del progreso: eleva el valor de las habilidades que durante años se se quieren subestimar.
Recuperar el término
Quizás la respuesta no sea reemplazar el término “habilidades blandas”, sino recuperarlo. Redefinamos “habilidades blandas” no como “fácil” o “secundario”, sino como “sofisticado”, “sutil” y “distintivamente humano”. Estas son las habilidades que hacen que los equipos sean funcionales, los líderes inspiradores y las organizaciones resilientes. No son la antítesis de la habilidad técnica; de hecho, son el factor multiplicador.
Dañamos a nuestros estudiantes cuando les enseñamos a programar, pero no a comunicarse; cuando les enseñamos a calcular, pero no a colaborar. Les recortamos el potencial al dividir la educación técnica y la humana en compartimentos que no se tocan. Y dañamos también a la sociedad cuando restamos valor a las disciplinas que nos enseñan a ser humanos en colectivo.
El futuro no será de quienes solo dominen lo técnico, sino de quienes sumen todo el espectro de capacidades humanas para enfrentar los desafíos más complejos.
Porque sí, las llamadas habilidades blandas pueden ser las más difíciles de dominar. Pero también son las más valiosas.