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Guerras comerciales: lecciones del pasado para un presente incierto

Las guerras comerciales han moldeado la economía global. Con Trump al mando la pregunta es ¿cómo cambiará el mundo actual?

Guerras comerciales: lecciones del pasado para un presente incierto Cartel del Partido Liberal de Reino Unido de principios del siglo XX donde se enfrentaban las supuestas virtudes del libre comercio a los efectos del proteccionismo. [Imagen: Wikimedia Commons, CC BY]

El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca ha reavivado el fantasma de los nacionalismos económicos y las guerras comerciales a escala global.

Las políticas comerciales proteccionistas pueden servir, teóricamente, para impulsar la industria nacional y preservar el empleo, pero siempre a cambio de limitar el estímulo de la competencia internacional y perjudicar a los consumidores nacionales. Al final, se trata siempre de una transferencia del consumidor al productor.

Sin embargo, dichas políticas han resultado ser una tentación permanente para muchos gobiernos a lo largo de la historia. En este artículo vamos a ofrecer algunos ejemplos relacionados con determinados contextos que favorecieron el incremento de la hostilidad comercial entre Estados.

Empobrecer al vecino no beneficia a nadie

En la etapa moderna, tras la expansión ultramarina europea y la formación de imperios coloniales, se consolidaron doctrinas económicas fundamentadas en la protección de sectores productivos estratégicos. El sistema de flotas, el control estricto de la actividad manufacturera, los monopolios comerciales, la exclusividad colonial y el objetivo de acumulación de metales preciosos para la financiación de la guerra formaban parte del engranaje económico en dicha era.

Al considerar la actividad comercial como un juego de suma cero –lo que un país gana otro debe perderlo– la realidad es que nadie dudaba de que esa fuera la forma correcta de actuar.

Los teóricos del emergente liberalismo económico, encabezados por Adam Smith, criticaron fuertemente este planteamiento. Según las nuevas ideas, la liberación de los factores productivos (recursos, mano de obra, capital, organización empresarial) y las ventajas naturales de la especialización (ventaja comparativa) impulsarían la productividad y las ganancias serían generales para todos los agentes comerciales.

El desarrollo de una actividad comercial sin restricciones impulsaría, por tanto, el crecimiento armonioso de las economías nacionales, la generación de riqueza y las relaciones de amistad entre los pueblos.

La primera globalización y el triunfo del librecambio

En un mundo en transformación –impulsado por los avances científicos de la incipiente era industrial y el final de las guerras napoleónicas–, la nueva doctrina liberal pudo expandirse gracias al paraguas de la Pax Britannica.

El siglo XIX fundó sus bases sobre la consolidación del liberalismo económico, el uso del (patrón oro) para organizar el sistema monetario global, la estandarización de la procesos productivos y la difusión del conocimiento científico, apoyado todo sobre la progresiva extensión del Estado liberal.

La tasa de crecimiento económico anual mundial se multiplicó por diez, mientras que el comercio internacional, en plena era del vapor, el telégrafo y el ferrocarril, se situó en un ritmo anual de 5%. La economía crecía a un ritmo nunca visto pero la tasa de ganancia y los procesos de acumulación de la riqueza generaban sociedades profundamente desiguales. Más aún, en el último tercio del siglo XIX las grandes naciones industriales se lanzaron a la aventura imperial colonizando amplias regiones del mundo.

La idea del progreso se alineaba con el crecimiento impulsado por el movimiento comercial y los acuerdos multilaterales entre los países que lideraban la expansión imperial. Pese a las crecientes desigualdades a nivel nacional e internacional, la integración económica internacional parecía empujar a dichas naciones hacia un estadio superior de bienestar material.

El fulgurante ascenso alemán y estadounidense en sectores emergentes relacionados con la industria química, la electricidad y la automoción provocaron que Gran Bretaña, protagonista solitario de la primera revolución industrial, se encontrara con nuevos y poderosos competidores amenazando su hegemonía.

Dichos competidores comenzaban a defender planteamientos comerciales distintos a los del líder, abogando por establecer políticas proteccionistas que permitiesen desarrollar sectores económicos estratégicos bajo el argumento de la defensa de las industrias nacientes.

Alemania y Estados Unidos comenzaron a defender la opción estratégica de utilizar el proteccionismo para alcanzar un cierto grado de competitividad que les permitiera optar luego por el librecambio. Pero las tensiones proteccionistas se fueron incrementando en la medida en que se establecían nuevos aranceles. El nacionalismo imperialista y la competencia industrial impulsaron las rivalidades entre países que, finalmente, entraron en guerra en el verano de 1914.

Sálvese quien pueda

La Primera Guerra Mundial supuso el fin de un mundo ideal de equilibrios e intereses compartidos. Las relaciones comerciales y de producción quedaron radicalmente alteradas, se perdieron mercados y se finiquitó el sistema monetario internacional con base en el patrón oro.

La recuperación de posguerra se sustentó sobre un repliegue nacionalista fundamentado en los Acuerdos de Paz de Versalles (1919). Volver al liberalismo tradicional era una quimera en la Europa de posguerra pues cada nación miraba exclusivamente por lo suyo y hacía frente a sus dificultades sin tomar en consideración una realidad común. Se había producido una revolución socialista, seguida de una guerra civil en Rusia, con un bloqueo y aislamiento completo. En Italia había triunfado una revolución ultranacionalista que establecería un modelo de desarrollo autárquico.

Tras el colapso financiero de Wall Street y el comienzo de la Gran Depresión, en los inicios de la década de 1930, se alcanzaron los mayores niveles de hostilidad comercial internacional. La protección de las economías nacionales era la prioridad, independientemente de los efectos que provocase la subida de aranceles o la devaluación competitiva de divisas con el objeto de mejorar la competitividad en los mercados internacionales. Todo ello provocaba poderosos efectos inflacionarios que afectaban a una población empobrecida y desmoralizada.

En Estados Unidos, la administración de Franklin D. Roosevelt tampoco dudó en activar un programa de intervención masiva para dar apoyo a la industria y la agricultura nacionales, blindando el país frente a la competencia extranjera mediante subsidios a la producción. En Alemania, el ascenso del nazismo, en 1933, impulsó medidas que establecían una fuerte protección y concentración de los conglomerados industriales.

La creciente rivalidad entre Estados, caracterizada por políticas de nacionalismo económico daría paso a la carrera de armamentos, como actividad económica generadora de alto valor añadido, llevando a un nuevo enfrentamiento militar en septiembre de 1939.

Bretton Woods: ¿el final de las guerras comerciales?

En julio de 1944, en la conferencia de Bretton Woods –apenas un mes después del Día D que dio inicio a la liberación de la Europa ocupada–, las potencias trataban de colocar los cimientos del nuevo orden mundial.

Uno de sus propósitos más decididos era no repetir los errores cometidos tras el final de la Primera Guerra Mundial. La clave era una recuperación rápida y equilibrada, basada en una necesaria cooperación entre Estados. En las sesiones, que dieron origen a instituciones como las Naciones Unidas, el FMI o el Banco Mundial también se encontraba la Unión Soviética, quien se retiraría posteriormente para crear su propio sistema económico y su espacio de influencia política (COMECON).

Los representantes de los países aliados eran conscientes de la necesidad de restablecer la confianza usando fórmulas ya conocidas: la estabilidad de los tipos de cambio y el multilateralimo. Con un cambio importante, si el patrón oro y el orden económico internacional del XIX habían sido tutelados por Reino Unido, el nuevo orden político y económico consolidaría el papel como potencia de Estados Unidos.

Así, aparecieron nuevos tratados y reglas de juego. El acuerdo general sobre aranceles y comercio (GATT) –consolidado desde 1994 como Organización Mundial del Comercio (OMC)– o la constitución de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) como elemento de cooperación política multilateral habían sido diseñados para potenciar el libre comercio como elemento teórico de promoción de paz y amistad entre pueblos. Los primeros acuerdos sobre la producción e intercambio de carbón y acero, que dieron origen a la UE, son representativos de esta filosofía política.

La globalización neoliberal y sus límites

Las crisis del petróleo de 1973 y 1979, y el agotamiento del modelo de producción en cadena marcaron un nuevo cambio en las políticas macroeconómicas y el ascenso del neoliberalismo.

En las últimas década del siglo XX, con la revolución tecnológica en las telecomunicaciones, el colapso de las economías de planificación centralizada y la desregulación progresiva de los mercados de capitales el mundo se vio empujado hacia una integración económica acelerada. Una segunda era de globalización.

La liberalización económica impulsada por las grandes potencias y las instituciones económicas globales provocaron inmediatas distorsiones en el sur global, cuyo desarrollo económico reclamaba políticas básicas de protección, especialmente en el ámbito agrario, pilar de su estructura económica.

En esta coyuntura, las economías emergentes de mayor crecimiento (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) crearon en 2010 la alianza BRICS para convertirse en una alternativa al poder hegemónico que sobrevivió a la Guerra Fría. La mayor competencia internacional en sectores estratégicos como la alta tecnología o la automoción han puesto en evidencia su empuje.

El mundo perdido

La principal causa de la guerra comercial que acaba de inaugurar Estados Unidos con la elevación de aranceles en sectores sensibles de su economía es la sensación de pérdida de los beneficios alcanzados en esa segunda era de la globalización.

Como ha ocurrido siempre, ya ha habido réplicas de las contrapartes. Las guerras comerciales impulsadas por potencias hegemónicas, presuntamente en defensa del empleo y la producción nacional, vienen acompañadas de respuestas en un sentido recíproco que siempre actúan en perjuicio del consumidor. La consecuente inflación afectará de forma particular a las rentas más bajas. El otro acompañante habitual de las guerras comerciales parece mucho más sombrío.


Daniel Castillo Hidalgo es profesor titular de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Sergio Solbes Ferri también es profesor de Historia e Instituciones Económicas en la misma universidad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.

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