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¿Lobos prehistóricos? Suena increíble, pero no solucionan la crisis de biodiversidad que enfrentamos

Revivir animales extintos, ¿es realmente por conservación o simplemente por curiosidad humana?

¿Lobos prehistóricos? Suena increíble, pero no solucionan la crisis de biodiversidad que enfrentamos [Fotos: Colossal Biosciences, Shelby Tauber para The Washington Post/Getty Images]

Time publicó un artículo explosivo sobre una empresa estadounidense que, según se informa, resucitó una especie extinta hace mucho tiempo: el lobo terrible (el lobo prehistórico gigante). Para algunos, es un milagro científico: unos 10,000 años después de la extinción de la especie, el planeta recuperó el hogar de tres cachorros de lobo terrible, gracias al ingenio de los científicos de Colossal Biosciences.

Pero no confundamos el show con lo realmente importante. Sí, es genial que la biotecnología ahora pueda crear animales que se asemejan a especies extintas. Colossal ya está considerando sus próximos proyectos: el mamut lanudo y el dodo. Pero más allá del revuelo y la ambición multimillonaria, este proyecto no ofrece soluciones reales a la crisis de biodiversidad de nuestro planeta. En el mejor de los casos, es una novedad. En el peor, es una distracción y una peligrosa.

Actualmente, se considera que más de 47,000 especies están en peligro de extinción, tanto vegetales como animales. Muchas están amenazadas por la actividad humana, ya sea por la destrucción de sus hábitats, la caza excesiva o la contaminación de la tierra, el aire y el agua de los que dependen, hasta el punto de que ya no pueden vivir. Los experimentos de edición genética de Colossal se describen como una especie de “conservación”, pero no ayudarán a las numerosas especies que actualmente luchan por sobrevivir.

¿El propósito es conservar a las especies?

La empresa argumentó que sus descubrimientos pueden usarse para salvar a las especies que aún sobreviven, por ejemplo, “diseñando elefantes más robustos que puedan sobrevivir mejor a los estragos climáticos de un mundo en calentamiento”, como lo expresa el artículo de Time.

No sería la primera vez que los humanos ponen a prueba una idea sin precedentes sobre poblaciones silvestres con la intención de influir en la biodiversidad. En 1935, Australia introdujo el sapo de caña para controlar una plaga de escarabajos en los cultivos de caña de azúcar. Pero la jugada salió mal: no solo fracasó en su propósito, sino que los sapos terminaron invadiendo el ecosistema, provocando estragos ecológicos a dondequiera que iban.

Otro caso similar es el de la carpa asiática, introducida en Estados Unidos en los años 70 por agricultores que buscaban limpiar sus estanques de pesca comercial. Hoy, esta especie se convirtió en una de las más invasivas y problemáticas del este del país. A estas alturas, ya deberíamos saber que alterar los ecosistemas naturales puede desencadenar cadenas de consecuencias tan impredecibles como devastadoras.

Incluso si los planes de Colossal salen bien, hay que tener los ojos bien abiertos ante lo que esto significa: no estamos reparando el daño causado por los humanos, solo estamos modificando animales para que sufran menos las consecuencias. Las verdaderas causas de la pérdida de biodiversidad —como el cambio climático o la ganadería industrial— no van a detenerse por sí solas.

Editar genéticamente especies en peligro es, en el mejor de los casos, un curita. Tal vez logremos alargar la existencia de unas cuantas especies, pero mientras tanto, el problema de fondo seguirá creciendo. Peor aún: la idea de que podemos “revivir” especies podría hacernos tomar con menos urgencia la crisis de biodiversidad. Si podemos arreglarlo después, ¿para qué preocuparnos ahora?

Tampoco es que este proyecto beneficie a los propios lobos gigantes, ni a ningún otro animal no humano. Estos animales, “resucitados” en laboratorio, no pueden volver al mundo natural: ya no existe el mismo ecosistema en el que vivieron hace 10,000 años.

¿Salvar especies o jugar a ser Dios?

En toda la historia moderna, hay muy pocos casos en los que la cría en cautiverio haya servido realmente para reforzar una población salvaje en declive. Los animales nacidos o criados en estas condiciones rara vez sobreviven en libertad y mucho menos prosperan. Por eso los tres cachorros de lobo creados por Colossal vivirán toda su vida dentro de un recinto vigilado. Nunca podrán formar las complejas estructuras sociales que caracterizan a los lobos, con roles familiares definidos. Fueron creados como sujetos de estudio, no para vivir en la naturaleza.

La directora científica de Colossal, Beth Shapiro, los llamó “los animales más afortunados del mundo” por vivir bajo supervisión humana. Es cierto que la vida salvaje no es fácil, pero cuesta creer que algún animal no domesticado en cautiverio esté de acuerdo con eso. Por cómodo que sea su encierro, esos cachorros habrían estado mucho mejor si nunca hubieran nacido.

Y aparte de todo esto, los tres cachorros no son técnicamente lobos terribles reales. Al criar a los cachorros, los científicos de Colossal no revivieron el material genético de los lobos terribles que vivieron hace miles de años.

Estudiaron ese material genético y reescribieron artificialmente el código de una pequeña porción del lobo gris común en un intento escurridizo de hacerlo coincidir. Como dijo un comentarista: “Probablemente podrías crear un elefante inusualmente peludo, pero ese no sería un mamut lanudo”.

En resumen, los cachorros modificados genéticamente son recreaciones piratas, no recuperaciones auténticas, parte de un experimento científico loco para generar relaciones públicas.

200 millones después, ¿y el bienestar animal?

Parafraseando una película sobre científicos que recrearon animales extintos hace mucho tiempo para satisfacer la curiosidad humana, es genial que nuestros científicos puedan hacer algo así, pero ya es hora de considerar si deberían hacerlo.

La creación de los lobos terribles, de marca genérica, requirió gran parte de los impresionantes 200 millones de dólares que recaudó la compañía y el trabajo de unas 130 mentes brillantes. Me duele imaginar otras maneras, más inmediatas y útiles en que esos recursos podrían haberse aplicado.

Pocos esfuerzos son tan nobles como la conservación y reconozco que frenar la pérdida de biodiversidad es un asunto complejo que requerirá diversas soluciones. Pero con tanto en juego y un reloj que no para, debemos ser sensatos con los enfoques que intentamos. Antes de caer en fantasías inspiradas en la ciencia ficción, hagamos todo lo posible por salvar a las especies que aún tienen una oportunidad, sin perder de vista el bienestar de cada animal. No hacerlo sería un grave error.

Author

  • Brian Kateman

    Brian Kateman es cofundador y presidente de la Reducetarian Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a reducir el consumo de carne, huevos y lácteos para crear un mundo saludable, sostenible y compasivo. Kateman es el editor de The Reducetarian Cookbook (Hachette Book Group: 18 de septiembre de 2018) y The Reducetarian Solution! (Penguin Random House: 18 de abril de 2017).

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    Brian Kateman es cofundador y presidente de la Reducetarian Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a reducir el consumo de carne, huevos y lácteos para crear un mundo saludable, sostenible y compasivo. Kateman es el editor de The Reducetarian Cookbook (Hachette Book Group: 18 de septiembre de 2018) y The Reducetarian Solution! (Penguin Random House: 18 de abril de 2017).

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Sobre el autor

Brian Kateman es cofundador y presidente de la Reducetarian Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a reducir el consumo de carne, huevos y lácteos para crear un mundo saludable, sostenible y compasivo. Kateman es el editor de The Reducetarian Cookbook (Hachette Book Group: 18 de septiembre de 2018) y The Reducetarian Solution! (Penguin Random House: 18 de abril de 2017).

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