
Siempre he sido una persona de acción. Me muevo rápido, me encanta aprender cosas nuevas y no puedo quedarme quieto por mucho tiempo. La productividad ha sido una compañera fiel a lo largo de mi carrera profesional y atribuyo gran parte de mi éxito a una cualidad clave: el valor de actuar, incluso cuando las cosas parecen inciertas o complejas.
Pienso que esta mentalidad está ligada a un gran momento de mi infancia. Tenía unos 11 años y crecía en los Países Bajos, donde una bicicleta no es solo un juguete: es tu principal medio de transporte. Un día, tuve mi primera llanta ponchada y estaba lloviendo (como casi siempre). Me sentí frustrado e inmóvil. Sin bici, no había libertad, ni forma de ir de un lugar a otro.
Caminé de regreso a casa, y mi papá, tan tranquilo como siempre, me miró y dijo: “No hay problema, vamos a arreglarla”. ¿Arreglarla? Era 1984. No existían los tutoriales de YouTube ni las guías paso a paso. Solo una llanta desinflada, algunas herramientas y un niño que no tenía idea de lo que hacía.
Nos sentamos juntos con una cubeta con agua para encontrar el agujero, papel de lija, pegamento para parcharla y unas herramientas de metal para quitar y volver a colocar la llanta. Paso a paso, la arreglamos. Él no lo hizo por mí: lo hicimos juntos.
Ese día cambió mi mentalidad. Me di cuenta de que si puedo solucionar esto, puedo solucionar cualquier cosa. Desde entonces, estoy segura que la mayoría de los problemas tienen solución, la mayoría de los obstáculos son temporales y la mayoría de los miedos son exagerados.
Perfeccionar la mentalidad para crecer
Esa mentalidad se puso a prueba a menudo. No era el estudiante más destacado. Me esforcé mucho en una preparatoria pública exigente, pero las calificaciones no me salían fácilmente. Peor aún, muchos de mis profesores parecían dudar de mí, o al menos, no lo disimulaban bien.
Excepto uno: el Sr. Bosman, mi profesor de educación física. Tenía una energía contagiosa y un lema sencillo. Cada vez que introducía un nuevo ejercicio, lo explicaba, lo demostraba, esperaba la confirmación y luego gritaba una sola palabra: su orden, su mantra: “¡Hazlo!” (pero en holandés, por supuesto).
Esa palabra se me quedó grabada. Fue la única afirmación positiva que recibí de un profesor en aquellos años, y se convirtió en mi filosofía. Ante la duda, hazlo. Ante la frutración, hazlo. Ante la incertidumbre, sigue… hazlo. No te quedes quieto, la acción siempre triunfa sobre la pasividad.
Avanzando rápidamente hasta mi carrera corporativa en The Baan Corporation (una empresa de software que ahora forma parte de Infor Global Solutions), recuerdo que conocí a Jan Baan, el visionario fundador de la empresa. Tenía solo 25 años, estaba entusiasmado y todavía construía mi ritmo profesional. Le pregunté cómo lograba hacer tanto y tan bien.
Me dijo: “Michel, intento tomar 20 decisiones al día y aún me da tiempo para corregir dos. Es mejor que tomar dos decisiones perfectas y perder las otras 18”. Fue entonces cuando lo comprendí. La perfección es lenta y puede paralizarte. Si quiero avanzar, necesito actuar y estar dispuesto a aprender y corregir mis errores en el proceso.
Por qué ganan los líderes orientados a la acción
En mi trabajo como coach ejecutivo, conozco a muchos líderes brillantes, capaces y ambiciosos que aún mantienen la mentalidad contraria. Cargan con el peso de lo que les dijeron hace años. Ya sea: “No estoy listo”, “no estoy lo suficientemente cualificado” o “alguien más puede hacerlo mejor”.
Pero la mayoría de los mensajes tienen poco mérito, entonces te animo a centrarte en tomar acción.
Un estudio reciente publicado en Current Psychology reveló que los líderes que se apoyan en recursos internos basados en rasgos, como la resiliencia, la autodisciplina y la adaptabilidad, están mejor preparados para gestionar el estrés y desempeñarse bien en entornos complejos y de alto riesgo. Es importante destacar que estas cualidades no se desarrollan con inactividad. Los líderes deben perfeccionarlas mediante el movimiento, la iteración y el aprendizaje práctico.
Otro estudio publicado en la Revista Internacional de Emprendimiento y Gestión demostró que el autoliderazgo y el entrenamiento en mindfulness mejoran considerablemente la confianza y la capacidad de decisión de un líder. No es la perfección lo que desarrolla la capacidad, sino la repetición, la consciencia y la valentía para actuar, incluso cuando la claridad es incompleta.
Esta mentalidad también se alinea con la neurociencia moderna. El cerebro recompensa el progreso, incluso los pequeños logros, con dopamina, que nos motiva a seguir adelante.
La acción impulsa el crecimiento
Cuando los líderes adoptan una actitud proactiva, no solo se transforman, sino que generan un efecto dominó. Inspiran a los equipos a tomar la iniciativa. Construyen culturas donde el progreso prevalece sobre la perfección, donde el aprendizaje es constante y donde la velocidad es una ventaja estratégica.
El impulso, después de todo, es contagioso. Un liderazgo decisivo elimina obstáculos, eleva la moral y acelera el rendimiento. Pero la indecisión en la cima genera confusión, desconexión y un lastre organizacional. Y una vez que se pierde el impulso, es difícil reconstruirlo.
La acción crea claridad. Genera confianza. Impulsa. Así que no esperes la perfección ni el permiso. Solo empieza a actuar.