“Fey”, una joven guatemalteca trans, se encontraba en su habitación cuando la contacté para la entrevista a través de una videollamada. Estaba sonriente y abierta a compartir su historia. Es una mujer trans y me contó que se convirtió en refugiada cuando huyó de Guatemala en 2021, a los 27 años.
Escapó de su país por el rechazo y la discriminación que sufrió por pertenecer a la comunidad LGBTQ+ y ser una mujer trans.
Fey dice que al llegar a México comenzó a vivir de verdad. Las circunstancias desafiantes en su país la habían tenido en un constante estado de supervivencia.
Fey nació en la costa de Guatemala y hoy vive en Guadalajara, México. Trabaja en la empresa alemana de autopartes Continental y dice sentirse acogida por las personas en México y su calidez.
“Esta ciudad me regaló el nombre de Fey, ahora pienso en naturalizarme y comprar una casa”, me dijo. Ningún desafío la detuvo para tomar la segunda oportunidad se le concedió como refugiada y mujer trans y reconstruir una nueva vida en el estado tapatío.
La historia de Fey no es una cifra más, es una segunda oportunidad
Cientos de miles de personas buscan refugio en México cada año, solo en 2023 lo hicieron más de 140,000. La historia de Fey nos recuerda que detrás de la frialdad de las cifras, ser refugiado significa dejar todo detrás para huir del conflicto y de la violencia, además de estar en constante vulnerabilidad.
México se encuentra entre los cinco países que reciben más refugiados a nivel global, según informes de ACNUR. Sin embargo, el racismo y xenofobia hacia los migrantes y refugiados en la sociedad mexicana es un problema preocupante.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2022 arrojó que 28.8% de la población migrante en México manifestó haber sido discriminada por lo menos una vez en un lapso de 12 meses.
El emprendimiento también es un viaje
Para Fey ser una mujer trans perseguida fue la razón principal de su solicitud para ser refugiada en México. En su propia casa, sus padres no aceptaban su orientación sexual y tuvo que independizarse a los 17 años.
“Mi orientación era notoria desde los ocho años. Siempre fui muy directa en decir lo que me gustaba, mi estilo de vida era diferente, cocinaba y limpiaba para ayudar a mi mamá y pese a que mis padres lo veían, no lo aceptaban. Me pidieron cambiar y dejar esa vida y al sentir su rechazo decidí salirme de casa”, dijo.
En Ciudad de Guatemala trabajó cinco años en una empresa de servicios de limpieza y después en un call center. Cuando volvió a su ciudad natal en la costa por razones personales, abrió un negocio de comida con una de sus amigas.
El emprendimiento tuvo tanto éxito que se hizo conocido en la región, pero después de algunos años, en medio de su proceso hormonal, sufrió de varios episodios de violencia y persecución debido a su orientación sexual.
“Estuve viendo un gran crecimiento en el negocio, hasta que empezamos a sufrir de asaltos, de delincuencia. Al principio, yo no lo tomaba personal, pero, después de dos, tres atentados que tuvimos ahí mismo, ya no lo vimos como algo normal”, explicó.
Recibió amenazas en redes sociales y un asalto a su negocio a mano armada por un grupo de delincuentes, que le robaron dinero y herramientas de trabajo.
El momento decisivo en la vida de Fey
Estos episodios violentos fueron decisivos en su vida. Fey y su amiga huyeron del lugar, pensando que la persecución cesaría, pero pronto descubrieron que estos grupos delincuentes no se rendían y sembraron más temor en ellas.
“Era discriminación hacia mi orientación sexual. Hacia mi forma de ser, de vivir. Para no sufrir, o sea, con ese miedo de que nos fuera a pasar mayor cosa, decidimos cerrar”, expresó.
“Ya después las amenazas continuaron y decidimos salir de la costa hacia otro estado de Guatemala. Aún así la delincuencia y las amenazas nos seguían. Entonces, ahí fue donde decidimos cruzar a México. Ella se fue a Estados Unidos y yo me quedé en México”, relató.
El proceso de refugio de Fey en México
Fey cruzó hacia Chiapas únicamente con su identificación, viajó en auto y consiguió empleo en un negocio de comida. Tenía miedo de ser reconocida y se vio forzada a esconder sus rasgos de identidad de género para evitar riesgos.
La mujer encargada del negocio fue el puente que la conectó con la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (COMAR) y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Así comenzó su proceso de refugio en México.
Para proteger a las personas refugiadas es necesario garantizar que no serán devueltas al peligro, dar acceso a procedimientos de asilo justos y eficientes y a medidas para asegurar que se respeten sus derechos humanos básicos. Además de asegurar que haya soluciones a largo plazo en el país de refugio.
Fue un proceso de meses hasta que la COMAR aceptó la solicitud, “ya que la cantidad de refugiados es demasiado en México”, como expresó.
Logró concretar varias citas donde le hicieron entrevistas, le pidieron su identificación y pasaporte. Le preguntaron los motivos por los cuales venía a México y cuál era su país de origen; cuánto tiempo llevaba en el país; si tenía familia con la que viajaba, si tenía algún problema legal y otros datos personales.
Después de un tiempo, la COMAR la reubicó a Guadalajara, donde recibió asistencia psicológica y apoyo para encontrar trabajo en Continental.
Le consiguieron un departamento que pudo rentar con su salario, además de la oportunidad de continuar con sus estudios y naturalizarse mexicana.
Los desafíos en México no detuvieron a Fey, le dieron el impulso para vivir
“El desafío más grande que experimenté fue aprender a vivir de una manera diferente. Quería vivir, no sobrevivir. Además, aprender a vivir sin las personas que dejé atrás fue difícil, adaptarme a una sociedad y empezar de cero”, contó a Fast Company México.
Aunque siente tristeza y soledad por tener a su familia y amigos lejos, Fey recuerda los desafíos que ha superado como refugiada y mujer trans; eso la motiva a seguir firme. También contó que las personas en México la han recibido con más aceptación que en su propio país.
“Cuando estaba en Guatemala, en esa época y en una ciudad tan pequeña, no era común ver personas trans trabajando en el rubro de comida. Yo ya lucía más como mujer por las hormonas, pero mi nombre aún era el que me pusieron al nacer”, dijo.
“Cuando hablamos de aceptación en general, por ser mujer trans y refugiada, pues te puedo decir que he estado muy contenta, feliz, porque, o sea, sí se nota la diferencia”, agregó.
El proceso de sobrevivencia fue largo, pero ahora Fey reconoce que se esforzó para llegar a donde está y ha crecido profesional y personalmente en el año y medio que lleva viviendo en Guadalajara.
Está agradecida con las organizaciones que la apoyaron y le brindaron ayuda en el proceso de integración al país. Aún tiene sueños y metas a las que quiere llegar, como comprar una casa, abrir otro negocio y echar raíces. Quizás en México sea posible.