No son pocas las veces que nuestro olfato y algún olor o esencia nos transportan años atrás en nuestros recuerdos, evocando momentos, situaciones o personas, de una forma bastante vívida.
Por ejemplo, el olor a chocolate caliente puede llevarnos mentalmente a la casa de nuestra abuela, a una merienda junto a la estufa. El sentido del olfato presenta unas peculiaridades que lo hacen único y que explican el poder de los estímulos olfativos para despertar nuestros recuerdos emocionales y episódicos.
Así es como nuestro cerebro entiende los olores
Para entender las razones debemos prestar atención, por un lado, a cómo accede la información olfativa a nuestra corteza cerebral, que es donde percibimos la información procedente de nuestros sentidos. A diferencia de los otros sentidos, la vía olfativa dispone de conexiones más directas con nuestra corteza cerebral.
Así, mientras que la información visual, auditiva, gustativa o somatosensorial (tacto; nocicepción; propiocepción, temperatura) emplean el tálamo como estructura de relevo cortical o tránsito hacia la corteza, la información olfativa conecta de forma directa con dos estructuras clave: la amígdala y el hipocampo. Ambos están relacionados con el procesamiento de información emocional y mnésica, respectivamente.
Por ello, las potentes conexiones anatómicas entre el olfato y las estructuras, que participan en la memoria, lo convierten en un sentido privilegiado a la hora de imprimir su huella y acceder a nuestros recuerdos.
Por otro lado, es necesario apuntar que las neuronas olfatorias están en contacto directo con el entorno que nos rodea. Esta característica hace a nuestro olfato más vulnerable, y una posible vía de entrada de muchos patógenos a nuestro sistema nervioso, como vimos con la pandemia de Covid-19.
Pérdida olfativa y declive mnésico
Así como el olfato es una vía directa a nuestras memorias, la pérdida olfativa (anosmia) nos alerta sobre problemas de nuestro sistema mnésico. De este modo, se ha comprobado que existen disfunciones olfativas asociadas a estados preclínicos de la enfermedad de Alzheimer.
Tal y como describen algunos autores, los problemas de identificación de olores están presentes en personas con declive cognitivo subjetivo y deterioro cognitivo leve; además de en pacientes con Alzheimer.
Parece que la gravedad de la disfunción olfativa es proporcional a los deterioros patológicos de la memoria, si bien este punto es todavía objeto de debate.
Otros padecimientos del olfato
También se han encontrado problemas olfativos en genotipos relacionados con el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer (alelo APOEe4). En un estudio desarrollado con más de 2 500 participantes mayores de 60 años, los investigadores demostraron que la memoria olfatoria es sensible a la presencia del alelo APOE e4. Los portadores de este alelo ejecutan peor las tareas de memoria olfativa.
La reducción de esta capacidad para percibir y discriminar olores (hiposmia) también parece estar presente de forma temprana en la enfermedad de Parkinson. Este es el segundo proceso neurodegenerativo del sistema nervioso central con mayor incidencia mundial.
Al parecer se debe a que dicho proceso comienza en el bulbo olfatorio, en el cual se acumularían de forma excesiva grupos de proteína alfa-sinucleína que, posteriormente, derivarían a otras partes del cerebro.
No queremos decir con esto, ni mucho menos, que la pérdida del olfato implique el desarrollo de una enfermedad neurodegenerativa. Esto solo podrá diagnosticarse a través de pruebas neurológicas y una evaluación neuropsicológica exhaustiva. Lo que pretendemos manifestar es que debemos prestar atención a este síntoma no motor que puede pasar desapercibido, frente a otros más evidentes como la pérdida de memoria, la desorientación, la depresión, la apatía o problemas de equilibrio. La detección precoz es fundamental para comenzar el tratamiento adecuado cuanto antes.
Usemos la nariz para recuperar recuerdos
Y ya que le prestamos atención, quizá podamos usar nuestra nariz para mejorar o potenciar nuestras reminiscencias. Sin duda, cada persona tiene un recuerdo vívido asociado a un aroma concreto, que se evoca con nitidez cada vez que lo percibimos.
Recientes investigaciones demuestran los efectos positivos de la exposición a ciertos olores, por ejemplo el café, en la recuperación de recuerdos. En pacientes con la enfermedad de Alzheimer en estadio leve, la estimulación olfativa es más efectiva que el uso de claves visuales o verbales, no solo para recuperar recuerdos de la infancia autobiográficos (que dependen de la integridad del hipocampo), sino también conocimiento relacionado con uno mismo, con la propia identidad.
Sin duda, la alteración del sentido del olfato tiene un impacto directo en nuestra calidad de vida, al privarnos del maravilloso olor a tierra mojada –el famoso petricor–, de un ser querido, de nuestro perfume favorito, del pan recién horneado o del chocolate de la abuela. Y, por supuesto, también puede ser causa de accidentes domésticos: ¡imagine lo que supondría no detectar un escape de gas!
En ausencia de causas plausibles “normales” (alergias, resfriado, sinusitis, etc.), la pérdida de esta modalidad sensorial debería ser objeto de atención médica. Pero no se quede el lector con un sabor amargo: disfrute de los millones de olores que le rodean, dele una oportunidad a su nariz, quizá le lleve por derroteros que sus ojos no le dejan percibir.
Carmen Noguera Cuenca, es profesora del Departamento Psicología/ Psicología Básica. Grupo de investigación HUM-891 Investigación en Neurociencia Cognitiva, Universidad de Almería y José Manuel Cimadevilla, Catedrático de Psicobiología, Centro de Investigación en Salud, Universidad de Almería
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee aquí el original.