Las danas y otros fenómenos adversos climáticos nos hacen pensar en la importancia del cambio climático. La frecuencia de ocurrencia y su violencia ha ido aumentando a una velocidad que no se esperaba. Estos fenómenos, también conocidos como “gotas frías”, siempre han existido, pero ahora nos visitan con demasiada frecuencia.
Todas las medidas que puedan tomarse para ralentizar dicho cambio son importantes. Sin embargo, hay más aspectos sobre los que podemos trabajar: económicos, de consumo, de energía y, en definitiva, relativos a nuestro estilo de vida.
Estamos viviendo un desastre por riesgo natural que nos sobrecoge por el número de víctimas que está generando. La impotencia en la que se encuentran los afectados por estas inundaciones es el denominador común. Desastres como el que se está viviendo los consideramos “riesgos naturales”, a diferencia de los antrópicos o tecnológicos. Es decir, en principio, no son atribuidos a la actividad humana. Pero ¿significa esto que no hay nada que podamos hacer?
Cultura preventiva y simulacros
La previsión de ciertos riesgos naturales como los seísmos, hoy por hoy no es posible como quisiéramos, pero los derivados de fenómenos atmosféricos, como son las inundaciones, admiten cierto nivel de predicción. Esas predicciones se hacen con la ayuda de modelos que permiten con cierta probabilidad de certeza pronosticar la evolución atmosférica.
Estos datos deben servir como base de la comunicación de alertas a la población que permitan activar planes de emergencias preexistentes de distintos niveles, en los que se recogen los recursos que deberán intervenir ante la situación generada, la responsabilidad de la Dirección y Gestión de la Emergencia, así como las directrices pertinentes.
Pero todo ello queda mermado en su eficacia si no se complementa con una verdadera cultura preventiva en la población que tiene que afrontar la situación.
Al igual que todos somos protección civil, la cultura preventiva también atañe a todos. Empezando por la propia Administración, desde la local hasta la estatal.
La elaboración de planes de emergencia implica un momento en el que ha de realizarse un simulacro donde se ponga a prueba. Este debe atender especialmente a cómo la población de destino responde ante los procedimientos de evacuación y cómo percibe y responde ante las pautas que se les comunica.
Un exceso de conocimiento del guión de un simulacro puede desembocar en que se convierta en una puesta en escena más estética que práctica. El factor sorpresa para los participantes no se puede perder, porque entonces se perderá su valor didáctico.
La Administración tiene la ineludible responsabilidad de comunicar a tiempo y con la calidad necesaria para que el receptor, esto es, la persona que puede llegar a ser afectada, sepa qué es lo mejor que puede hacer.
Comportamiento de los afectados ante situaciones de crisis
Cuando nos vemos ante una situación amenazante, las estructuras más primitivas –evolutivamente hablando– de nuestro cerebro pueden llegar a conducir nuestro comportamiento. Se trata de nuestro instinto de supervivencia, que reside en nuestro sistema límbico. La amígdala es la estructura responsable fundamentalmente de la respuesta de miedo.
Esta respuesta urgente ante emociones fuertes puede ser modulada e inhibida por una zona más racional que emocional: nuestra corteza prefrontal. Ello se traduce en que nuestros conocimientos acumulados nos pueden llegar a permitir dar una respuesta más adaptativa a la demanda de la situación.
Esto nos da una idea de lo importante que es la educación y la formación en autoprotección. La cultura preventiva no solo es realizar visitas de colegios a parques de bomberos: es mucho más.
Es igualmente importante establecer una formación seria sobre la prevención en el currículo escolar. Es necesario dar a los adultos no solo información, sino también formación. Preparar a la población para que, dentro de sus capacidades y circunstancias, puedan reaccionar con una mayor racionalidad que aumente sus posibilidades para salvar su vida y la de sus semejantes.
El concepto de riesgo es resultado de la combinación de la exposición, la peligrosidad y la vulnerabilidad.
Para trabajar con la exposición a riesgos naturales de las personas y zonas susceptibles de afectación debemos revisar y mejorar las infraestructuras.
La peligrosidad implica conocer la probabilidad de ocurrencia del fenómeno. La anticipación, mejorando las predicciones, es la herramienta que debemos perfeccionar constantemente.
La vulnerabilidad es el reto principal que nos queda. Para ello debemos volcarnos en la prevención, la mejora de la respuesta y las acciones post-emergencia o fase de reconstrucción, que permita la vuelta a la normalidad lo antes posible.
Sabemos que el riesgo cero no existe. Trabajemos en reducir al mínimo la vulnerabilidad.
**Jesús Miranda Paez es director de la Cátedra de Seguridad, Emergencias y Catástrofe en la Universidad de Málaga.
**Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee aquí el original.