Desde la infancia, nuestros padres y maestros nos animan a explotar nuestro potencial para lograr todo lo que podamos. En la universidad, nuestra perspectiva se amplía: queremos maximizar nuestra contribución al mundo, dejar nuestra huella y marcar una diferencia positiva. Pero al llegar a la adultez, estos objetivos elevados suelen reducirse a un imperativo urgente: para tener valor, debemos producir más valor. Sin darnos cuenta, nuestro sentido de identidad se aleja de nuestro potencial interno y se centra en lo que ese potencial puede producir: educación, salario, posesiones materiales, relaciones, reputación. Nuestro valor personal no se mide por lo que ya hemos producido, sino por cómo la producción de hoy puede ayudarnos a producir mañana. En un mundo competitivo impulsado por resultados, lleno de mensajes como “levántate y avanza” o “esfuérzate más”, no es sorpresa que nunca estemos satisfechos.
Esto nos lleva a perseguir la productividad de manera implacable, hasta el punto de priorizarla por encima de nuestra salud física, emocional y mental. En otras palabras, a veces elegimos una producción positiva en lugar de nuestras necesidades humanas básicas. Esto fomenta hábitos como el perfeccionismo, el exceso de compromisos, la inseguridad, la autonegligencia y el aislamiento. Incluso nuestros logros más grandes pierden significado; se convierten en una serie de marcas en una lista interminable, una línea de pasos hacia un destino que nunca alcanzaremos. Esto es lo que llamo productividad tóxica.
Cada expresión de la productividad tóxica es diferente porque la experimentamos por razones emocionales distintas. Sin embargo, he encontrado algunas creencias fundamentales comunes. Quizás sería más apropiado llamarlas mitos: historias claramente falsas que, no obstante, creemos sin cuestionar porque están reforzadas por influencias familiares, académicas, profesionales y culturales a lo largo de nuestra vida. Estos mitos pueden enseñarse de forma explícita, pero a menudo se transmiten con el ejemplo o se envuelven en conceptos aspiracionales como “una sólida ética laboral” o “una motivación para el éxito”.
A continuación, revisa los mitos comunes de la productividad tóxica y considera cuáles resuenan más contigo:
Mito 1: todo importa por igual
Dedicarse con la misma energía, atención y tiempo a todas las tareas significa invertir recursos en cosas que quizá no lo merecen. Puede parecer más productivo llenar el calendario y las listas de tareas, pero si esas actividades no te acercan a tus metas ni te nutren en el proceso, ¿eres realmente productivo o solo estás ocupado?
Vilfredo Pareto, economista y científico social italiano del siglo XX, descubrió que a menudo el 80% de los resultados provienen de solo el 20% de las acciones que tomamos. Hoy conocemos esto como el Principio de Pareto o “La ley del poco vital y lo mucho trivial”. (Personalmente, me encanta esta frase porque muchas de las cosas que creemos necesarias pueden caer en “lo mucho trivial”). Si solo el 20% de nuestras tareas impacta realmente en el 80% de nuestras vidas, no tiene sentido asignar la misma importancia a todo.
La realidad. Algunas cosas son más importantes que otras. Las tareas y comportamientos tienen diferentes prioridades.
Mito 2: multitasking nos ayuda a hacer más
Lo que llamamos multitasking es conocido por los científicos sociales como cambio de tareas. Cuando creemos estar manejando varias cosas a la vez, en realidad estamos cambiando entre diferentes tipos de trabajo, lo que significa que el cerebro va y viene entre tareas, utilizando diferentes áreas para procesar múltiples formas de información. Esto genera una carga mental pesada que nos agota física y mentalmente. El cansancio nos hace creer que estamos logrando más.
Sin embargo, lo que realmente sucede es que hacemos mucho, pero sin funcionar de manera efectiva. Por eso, la multitarea a menudo se traduce en iniciar varias cosas sin terminarlas. En cambio, monotasking –empezar y terminar una cosa a la vez– nos hace más productivos, ya que podemos completar nuestras actividades funcionando al máximo.
La realidad. La mente humana no puede realizar multitarea de forma efectiva.
Mito 3: trabajar más horas significa hacer más
Las investigaciones muestran que el cerebro trabaja en ciclos de alerta de 90 minutos, similar a nuestros patrones de sueño. Este ciclo de alerta se conoce como el ritmo ultradiano del cuerpo. Básicamente, cada 90 minutos, el cuerpo muestra señales de fatiga como inquietud, hambre y falta de enfoque. Para lograr lo que te propones, es mejor trabajar con los ritmos naturales del cuerpo, tomando descansos intencionales y regulares cuando tu energía comienza a disminuir. Esto ayuda a mantener la productividad durante períodos prolongados.
La realidad. Somos más productivos cuando trabajamos en ráfagas cortas y concentradas, en lugar de de forma continua durante largos períodos.
Mito 4. La única manera de ser más productivo es levantarse temprano –idealmente, más temprano que los demás
El dicho “al que madruga, Dios lo ayuda” no es cierto para todos. Las investigaciones han demostrado que cada persona tiene un ritmo circadiano único, lo que significa que cada quien tiene momentos específicos en los que su creatividad y desempeño están en su nivel más alto. Para algunos, esto ocurre temprano en la mañana; para otros, puede ser a media mañana, por la tarde o en la noche. En lugar de forzarte a madrugar, es mejor desarrollar una conciencia aguda de tu propio ritmo corporal y planificar tu día en alineación con él.
La realidad. Forzarte a rendir en momentos en los que no estás en tu mejor estado productivo solo te hará sentir cansado constantemente.
Al reconocer y desafiar estos mitos, podemos empezar a redefinir nuestra relación con la productividad. Pregúntate si ciertos métodos realmente logran eficiencia o simplemente te dejan exhausto, con un rendimiento más bajo y una calidad de trabajo deteriorada. La verdadera eficiencia no proviene de exigirnos continuamente, sino de soltar la necesidad constante de “hacer más”. Solo entonces podremos encontrar un equilibrio que nos permita ser tanto productivos como plenos.
Extracto adaptado con permiso de Toxic Productivity: Reclaim Your Time and Emotional Energy in a World That Always Demands More, de Israa Nasir (Bridge City Books, 2024).