“Los dos estamos podridos”.
“Sólo que tú estás un poco más podrida”.
Este intercambio corresponde a una de las interacciones entre los personajes interpretados por Fred MacMurray y Barbara Stanwyck en el filme Perdición, con guion de Billy Wilder y Raymond Chandler. El mundo literario y cinematográfico está plagado de figuras arquetípicas y el personaje de Stanwyck, Phyllis Dietrichson, es uno de los más utilizados al hablar de una de ellas: la femme fatale.
UN PARADIGMA DEL CINE: LA FEMME FATALE
La femme fatale se define como una mujer hermosa, seductora y astuta, consciente de sus atributos físicos como instrumento para conseguir de los hombres todo lo que se le antoje. La imagen clásica de una femme fatale es la de una mujer elegante, que se mueve en escenarios de opulencia, puesto que es allí donde encontrará a sus víctimas. Al igual que Phyllis Dietrichson.
Como vemos, el cine ha creado personajes y narrativas en torno a este arquetipo, dotado de una sensualidad peligrosa y temible, que arrastra a los hombres hasta hacerles perder el juicio, e incluso llegar al crimen. No en vano, en Perdición el personaje de MacMurray, a instancias del de Stanwyck, acaba cometiendo un crimen.
Este arquetipo también presenta a una mujer que aspira a ostentar el poder, que no se conforma con lo que destruye y consigue, y que se propone controlar lo que le rodea a fuerza de seducción y engaño. Así, la femme fatale podría considerarse un demonio femenino. Esto nos lleva a la judeo-mesopotámica Lilith, uno de sus iconos más emblemáticos.
LA HISTORIA DE LILITH
La sumisión femenina ha sido un requisito cristiano. Como consecuencia, en las enseñanzas de la religión el comportamiento de la mujer giraría en torno a la obediencia al marido. Esta exigencia se impone bajo la amenaza de sufrir la furia de Dios o, directamente, ir al infierno. En este sentido no es ociosa la asimilación de la femme fatale con la mujer pelirroja, ya que el color rojo se asociaba con el infierno. Y, por lo tanto, los pelirrojos eran considerados hijos de Satanás. En el acervo popular de países del Este de Europa así se ha creído hasta hace solo unas décadas.
En la religión de la antigua Mesopotamia, que se encuentra en textos cuneiformes de Sumeria, Asiria y Babilonia, Lilith significa “espíritu” o “demonio”: es el demonio femenino asociado a las tempestades. Y portadora, por ende, de desgracia, enfermedad y muerte.
En los relatos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se ve que cuando la mujer comete una falta o abandona el hogar, es castigada, como en los casos de Jezabel, Ester, María Magdalena, Dalila y la esposa de Lot.
Esta costumbre aleccionadora tal vez nazca del mito de Lilith, considerada predecesora de Eva. El Talmud de Babilonia cuenta que Lilith fue la primera mujer de Adán, hecha a imagen y semejanza de su compañero. Pero al verse sojuzgada y sometida por él lo abandonó y huyó del Edén.
MALDAD Y LUJURIA
Las acusaciones de maldad y lujuria dirigidas a Lilith no solo han recaído sobre ella, sino también sobre su sucesora: desde el inicio, Eva es presentada como una mujer libidinosa, creando además metonimias entre la manzana y el acto sexual. Pero la visión cristiana de Eva también se desprende de la Epopeya de Gilgamesh, en donde Lilith se relaciona con la serpiente. El vínculo de Lilith con la serpiente deviene de ser el símbolo del conocimiento, de la ciencia, por una parte. Y, por otra, de lo pecaminoso, lo prohibido, el mal. Esta última acepción será reforzada por las culturas judía y católica.
De hecho, ante el descrédito femenino, el catolicismo contrapuso la figura de la Virgen María a Lilith.
La imagen de este ente pleno de perversión es también una de las que mayor inspiración plástica ha proporcionado. Quizás la más recordada sea la del pintor británico John Maler Colier, quien la representó como una hermosa mujer desnuda, de cabellos rojos y largos, y con el cuerpo rodeado de serpientes.
El CINE LA HIZO SUYA
Posteriormente, y como vimos al inicio, esta imagen de la mujer como propiciadora de males se verá reflejada en textos literarios y, sobre todo, en el cine. Un buen ejemplo de ello es la película A Fool there was (1915). En ella, la actriz del cine mudo Theda Bara seduce a un hombre de familia hasta llevarle a la miseria física y mental. Este filme popularizó la palabra vamp, que describe a una mujer que provoca la degradación moral de sus víctimas.
Las femme fatales de Stanwyck o Bara, igual que todas las demás del arquetipo, reúnen habitualmente dos atributos principales: deseo sexual y ambición desmedida. Logran dominar su libido insaciable porque, a diferencia de los personajes masculinos, manejan esa pulsión para su propio interés.
Varios elementos del imaginario se combinan en este personaje. Su capacidad de ser otra de forma disruptiva le otorga misterio y barbarie. A ello se añaden su ninfomanía y su metafórica antropofagia: la poderosa sexualidad que maneja acaba por despedazar a los varones que se rinden ante ella. Finalmente, la femme fatale se atribuye para sí misma el dominio y deja a los hombres la impotencia y la obediencia.
Al igual que en los textos bíblicos, su desenlace en la gran pantalla nunca es bueno. El asesinato y el suicidio son los finales predestinados para ellas. Si sucumben al matrimonio –que cumple con los requisitos de racionalidad, moralidad y sumisión–, es solo un tipo de máscara conservadora y tradicional que se colocan para continuar maquinando sus planes. La femme fatale alberga una inteligencia diabólica y por ella recibe como castigo la muerte.
LAS VAMPIRESAS DE KIPLING Y BURNE-JONES
Pero el cine no es la única forma artística que ha bebido del arquetipo. Existe una clara conexión entre el poema “The Vampire” de Rudyard Kipling y la pintura del mismo título de Philip Burne-Jones, hijo del artista prerrafaelita Edward Burne-Jones.
El poema de Kipling, a menudo visto como una respuesta a la obra de Burne-Jones, ofrece una advertencia sobre el poder destructivo de la belleza femenina. Empieza diciendo:
Un idiota había que rezaba
(igual que tú y yo)
a un trapo y a un hueso y a un mechón de pelo
(le llamábamos la mujer despreocupada)
pero el idiota te llamaba su dama perfecta-
(igual que tú y yo)Oh, los años perdidos, las lágrimas perdidas
y el trabajo de nuestra cabeza y mano
pertenece a la mujer que no sabía
(ahora sabemos que no podía nunca saber)
y no comprendíamos.
La pintura de Burne-Jones enfatiza la figura de la femme fatale, representando a una mujer sexualmente asertiva que subyuga a un hombre que yace inconsciente e indefenso. Ambas obras sugieren que la belleza femenina oculta el peligro y conduce a la ruina masculina.
La representación de las mujeres suele reflejar ansiedades patriarcales, reduciéndolas a objetos pasivos dentro de una cultura visual dominada por hombres. El arquetipo de Lilith ha sido recreado y reducido a estereotipos de diferentes maneras y en distintos formatos. Es innegable que el modelo seduce desde el mismísimo nombre, y esto se reafirma en el éxito que tuvieron los personajes literarios y fílmicos, presentes, en el pasado y en la actualidad, en diferentes productos culturales.
Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez es profesor acreditado contratado y doctor del departamento de Filología Moderna, Universidad de Castilla-La Mancha.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo aquí.