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Cómo los neuroderechos serán clave para preservar nuestra libertad mental

La neurotecnología avanza a pasos agigantados, pero ¿qué pasa con la privacidad de nuestros pensamientos?

Cómo los neuroderechos serán clave para preservar nuestra libertad mental [Foto: Depositphotos]

La capacidad de avanzar tecnológicamente es sin duda una prerrogativa del género humano. El proceso evolutivo ha sido inicialmente lento: para poner ruedas a un carro (3,500 a.e.c.), el Homo sapiens necesitó casi el 97% del tiempo tras su aparición en la Tierra. Sin embargo, en el 3 % restante ha logrado dominar el espacio y llegar a visualizar mediante neuroimagen funcional en vivo el funcionamiento del mismo órgano que ha creado toda la tecnología humana.

El control de la actividad eléctrica del cerebro con electrodos profundos empezó en la década de 1950, en la que destacan las investigaciones del neurofisiólogo español José Manuel Rodríguez Delgado en la Universidad de Yale, mediante electrodos profundos. Entonces, comenzaron a surgir los primeros temores por su potencial utilización en la manipulación de la voluntad humana.

Hoy ha llegado a ser una técnica establecida para corregir la disfunción cerebral en ciertas patologías neurológicas y psiquiátricas, y su evolución y aplicaciones continúan.

Chips en el cerebro

En 2007, John Donoghue, de la Universidad de Brown (Estados Unidos), y su equipo lograron recoger mediante un microchip insertado en la corteza cerebral de un paciente tetrapléjico las señales eléctricas de las neuronas relacionadas con el movimiento voluntario de la mano. Así, pudieron aprovecharlo para que el sujeto pudiese controlar mentalmente el puntero del ordenador.

En 2012, estos mismos investigadores lograron que otro paciente tetrapléjico controlara mentalmente un brazo robótico externo a su cuerpo para comer.

Mas atención mediática han recibido recientemente resultados similares obtenidos tras la utilización de microchips de la empresa Neurolink, de Elon Musk.

Diademas traicioneras

Por tratarse de técnicas invasivas, su aplicación terapéutica es necesariamente limitada, por lo que la investigación se está dirigiendo hacia el desarrollo de sistemas portátiles con aspecto de gorras o diademas, capaces de captar la actividad eléctrica cerebral durante la vida diaria y enviarla a los centros de inteligencia artificial para su interpretación.

La finalidad principal podría ser prever los deseos de consumo, pero también podrá servir para clasificar socialmente y políticamente a los individuos.

Algunos aventuran que, en pocos años, estos aparatos portátiles podrán sustituir a los teléfonos móviles y la comunicación con internet ocurrirá directamente a nivel mental sin necesidad de escribir, leer o escuchar.

Mentes manipuladas

Este nivel de desarrollo neurotecnológico posiblemente permitirá modificar la actividad cerebral, facilitando o inhibiendo la formación de nuevas memorias, emociones y decisiones.

En esta perspectiva se posiciona la propuesta Cognify del biólogo molecular Hashem Al-Ghaili, que tiene como objetivo utilizar la estimulación magnética transcraneal de alta resolución para rehabilitar criminales y pacientes con estrés postraumático modificando sus memorias emocionales.

Muy probablemente, los candidatos a un tratamiento Cognify serán seleccionados por la autoridad competente en base a un diagnóstico de trastorno mental realizado tras el análisis de su actividad cerebral mediante algoritmos de inteligencia artificial, con o sin consentimiento del recluso, que se encontraría en una condición de indefensión.

En ese futuro, el concepto de intimidad personal dejará de existir y nuestra conciencia será un libro abierto para la inteligencia artificial que tendrá acceso directo a nuestra actividad cerebral. Dejaremos de ser los únicos sujetos de la famosa frase de Descartes: “Pienso, luego existo”, pues la inteligencia artificial también existirá gracias a nuestros pensamientos, posiblemente sin ser conscientes de ello.

El condicionamiento de nuestras decisiones mediante dichas técnicas neurotecnológicas será presumiblemente muy superior al logrado actualmente por la publicidad y la información procedente de fuentes sesgadas.

Nuestros derechos, desarrollados por el cerebro humano a lo largo de la historia para garantizar su propia existencia y creatividad, necesitan ser defendidos.

Riesgos a la vuelta de la esquina

Algunas voces ya han alertado en los medios de comunicación acerca de los peligros que puede conllevar un desarrollo neurotecnológico no regulado, en el que convergen claros intereses económicos y sociopolíticos.

El Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos convocó en 2022 al neurocientífico español Rafael Yuste, catedrático en la Universidad de Columbia en Nueva York, y al ingeniero Darío Gil, director mundial de investigación de IBM, para conocer con precisión el nivel de desarrollo actual y futuro de la neurotecnología. La idea es programar medidas normativas que permitan que el progreso tecnológico sea compatible con la privacidad de nuestros pensamientos.

Legislación pionera

En este sentido, en 2024, el estado de Colorado ha sido el primero en Estados Unidos en modificar la definición de “datos sensibles” de la actual ley de privacidad personal (Colorado Privacy Act) para incluir los datos biológicos y “neuronales” generados por el cerebro, la médula espinal y la red de nervios que transmite mensajes por todo el cuerpo.

Los congresistas y senadores de Colorado que tomaron esta decisión contaron con el asesoramiento de Rafael Yuste, que además es presidente de la Neurorights Foundation.

La colaboración del sistema legislativo será fundamental para salvaguardar el derecho a la privacidad de nuestros pensamientos, así como para evitar el acceso a nuestra actividad cerebral con fines económicos o sociopolíticos.

Antonello Novelli Ciotti es doctor de area de psicobiología en la Universidad de Oviedo.

Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.

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