
La agricultura protegida ha crecido en México. Y no por moda, sino por necesidad. Este modelo de producción —basado en estructuras que protegen cultivos del clima, las plagas y otros factores externos— ha abierto nuevas posibilidades para quienes cultivan. También ha traído nuevos retos.
Juan Labastida, presidente del consejo de la Asociación Mexicana de Semilleros (AMSAC), ha seguido de cerca esta evolución. Para él, la agricultura protegida es una forma de tener más control sobre lo que ocurre en el campo. “La agricultura protegida busca proteger al cultivo de factores climáticos, plagas y enfermedades. No significa que elimines los problemas, pero te da más control sobre ellos”, explica.
El nivel de protección varía. Hay estructuras sencillas, como los macro túneles. Funcionan como una capa contra la lluvia o el sol. También están los invernaderos, donde se controlan temperatura, humedad y radiación. No hay una sola fórmula. Hay combinaciones que responden a lo que cada productor necesita y puede manejar.
Tecnología y conocimiento
El avance tecnológico ha traído herramientas cada vez más precisas. Pero no basta con tenerlas. Hay que saber usarlas. “No es solo cuestión de poner una estructura y esperar resultados. La agricultura protegida requiere conocimiento técnico”, dice Labastida. “Desde el riego hasta la gestión del clima, todo cuenta”.
Las tareas en el campo cambiaron. Lo manual sigue, pero ya no es suficiente. Hace años, el proceso era distinto. Hoy, la cadena —desde la semilla hasta la cosecha— exige mayor tecnificación. “Estamos hablando de un nivel de tecnificación avanzado”, señala.
El perfil del trabajador agrícola también ha cambiado. Se necesitan técnicos que hablen con los cultivos y también con la tecnología. El reto ya no es solo físico, también es técnico. “Necesitas personal capacitado, necesitas hacer bien las cosas”, afirma.
México exporta técnicos agrícolas a Estados Unidos y Canadá. Algunos van por temporadas. Otros se quedan. “Los técnicos mexicanos se cotizan y se cotizan muy bien”, comenta.
Pero todavía hay cosas por mejorar. Hay talento. Pero también hay límites. Uno de ellos es el idioma. “Muchos de los técnicos agrícolas en México son excelentes, pero a menudo carecen de formación en inglés”, dice Labastida. Eso los aleja de innovaciones que llegan en otro idioma.
¿La agricultura protegida es solo para unos cuantos?
La duda aparece seguido: ¿la agricultura protegida solo es viable para grandes extensiones? Labastida cree que no. “En el Estado de México, en Morelos, existen productores que manejan pequeñas hectáreas con este modelo”, explica.
La tecnología se adapta. Puede usarse en terrenos grandes o en parcelas pequeñas. En ambos casos se busca lo mismo: producir mejor. “La tecnología es suficientemente flexible para ajustarse a las necesidades de ambos”, dice.
En Sinaloa, hay grandes superficies. En el centro del país, hay parcelas familiares. Y aunque el tamaño cambia, la lógica se mantiene. Lo importante es que funcione.
Sin embargo, conocer la tecnología no es lo mismo que poder pagarla. El financiamiento es uno de los puntos más difíciles. “Los productores pequeños tienen dificultades para acceder al financiamiento necesario para adoptar tecnologías avanzadas”, comenta.
Las instituciones financieras piden garantías que muchos no tienen. El proceso también es lento. Y eso desanima. Aunque existen fondos, no siempre es fácil acceder a ellos. Y sin recursos, el cambio tecnológico se detiene.
Quien produce para exportar debe cumplir con más requisitos. Desde certificaciones por uso responsable de plaguicidas hasta lineamientos laborales. “La certificación es clave, sobre todo cuando los productos se destinan a mercados internacionales”, explica Labastida.
Fair Trade, libre de trabajo infantil, buenas prácticas agrícolas. Cada cliente pide algo. Y quien quiere vender fuera, tiene que cumplir.
Hay cifras que se repiten mucho. Una de ellas: que la agricultura protegida multiplica por diez la productividad. Labastida pone pausa. “Si en algún momento eso fue cierto fue hace muchos muchos años”, dice. Hoy, la diferencia existe, pero no es tan grande.
El rendimiento mejora. Pero no es automático. “Tampoco es magia. Necesitas capacitación, necesitas conocimiento”, insiste. Y, tal vez, un poco de suerte.
La autosuficiencia no depende de esta tecnología
Aunque la agricultura protegida ha fortalecido ciertos cultivos, como el tomate o el pepino, no es una solución para todos. “La agricultura protegida no lo va a hacer”, responde Labastida cuando se le pregunta si puede reducir la dependencia de importaciones.
México exporta muchas hortalizas. Pero también importa granos básicos. Y en grandes cantidades. “Importamos cantidades significativas de arroz, de maíz, de frijol”, explica. Cultivos como el maíz no son viables en agricultura protegida. Por el tipo de planta, por el tamaño de las parcelas, por los costos.
La exportación de productos agrícolas está integrada al comercio con Estados Unidos y Canadá. “Es un esfuerzo gigantesco que se hace para que todo el año existan tomates en Estados Unidos”, dice Labastida.
Las exportaciones no son improvisadas. Se pactan con contratos, volúmenes, precios y fechas. Cada día cruzan camiones cargados con frutas y hortalizas. Nogales y Texas son los principales puntos de salida.
GreenTech Americas
“Necesitamos más y mejor agricultura”, dice. La población crece. También las expectativas sobre lo que comemos. El reto es estar a la altura, explica.
La tecnología avanza, pero entenderla y aplicarla es otra historia. “Necesitamos más y mejor entrenamiento”, insiste.
En este contexto, el evento GreenTech Americas en Querétaro, que se celebrará en las próximas semanas, representa una oportunidad para acercarse a nuevas tecnologías y fortalecer el ecosistema agrícola en México. Labastida señaló que este evento es clave para impulsar la adopción de nuevas tecnologías y mejorar el conocimiento de los productores sobre las tendencias globales en agricultura protegida.
“La tecnología avanza rápidamente, y eventos como GreenTech nos permiten estar al día en cuanto a lo que se está haciendo en otros países y cómo podemos aplicar esas tecnologías en México. Lo que necesitamos es que los productores sigan capacitándose y adaptándose a los nuevos tiempos”, concluye Labastida.