
Pocos periodos en la historia moderna han sido tan inestables e inciertos como el que estamos viviendo hoy. El orden geopolítico establecido enfrenta sus mayores desafíos en décadas: una guerra terrestre en Europa entra en su tercer año, y los cambios en las dinámicas de poder están alterando relaciones que antes parecían sólidas en todo el mundo. La economía está al borde de una recesión, con mercados financieros en caos, bancos centrales lidiando con presiones inflacionarias y niveles de confianza del consumidor en mínimos históricos. Y, bajo estas disrupciones visibles, ocurre una transformación más silenciosa pero quizá más profunda: el avance acelerado de la inteligencia artificial (IA), una tecnología que está redefiniendo nuestra forma de pensar el trabajo, la productividad y el valor económico y humano.
Puede ser tentador ignorar los efectos futuros de las nuevas tecnologías cuando estamos inmersos en una agitación global visible desde nuestras ventanas. Pero si no nos anticipamos a la cuestión de cómo nuestras sociedades y economías afrontarán la automatización, las consecuencias podrían ser más profundas y duraderas que las crisis que hoy nos absorben. Las preguntas sobre quién trabaja, cómo trabaja y si ese trabajo provee dignidad y sustento definirán nuestro futuro económico más profundamente que cualquier corrección de mercado o realineamiento geopolítico temporal.
Históricamente, los avances tecnológicos han conducido al crecimiento económico a largo plazo y a nuevas oportunidades laborales, incluso cuando provocaron pérdidas de empleo a corto plazo. Sería fácil asumir que este patrón se repetirá con la inteligencia artificial. Pero eso sería un grave error. Cuando los algoritmos pueden aprender, crear y actuar de forma autónoma, las suposiciones que nacieron de la automatización de procesos mecánicos dejan de ser una guía confiable.
El juego de los números
Una de las razones por las que esta vez será diferente es la velocidad y escala del cambio que se avecina. Investigadores han calculado que 60% de los empleos actuales no existían hace 80 años, lo cual ya es un hecho asombroso. Pero la inteligencia artificial promete cambios aún más rápidos y profundos en el mercado laboral.
Las proyecciones recientes son preocupantes:
- McKinsey estima que el 30% de todas las horas trabajadas en Estados Unidos podrían automatizarse para 2030.
- Goldman Sachs señala que hasta 300 millones de empleos a nivel mundial están “expuestos” a la automatización.
- El FMI sugiere que 40% de los empleos a nivel global están en riesgo, cifra que asciende 60% en economías avanzadas.
Y esas son solo las predicciones a corto plazo. A largo plazo, muchos líderes tecnológicos coinciden con Bill Gates en que los humanos ya no serán necesarios para “la mayoría de las cosas”.
¿Cuál es entonces la predicción bajo el modelo de “negocios como siempre”? El Foro Económico Mundial ofrece un panorama más optimista: aunque se perderán 92 millones de empleos en los próximos cinco años, se crearán 170 millones nuevos.
Un panorama poco alentador
Sin embargo, los argumentos que sustentan este crecimiento futuro de empleos no resultan del todo convincentes.
Según el informe, el mayor crecimiento provendrá de roles tradicionales como trabajadores agrícolas, repartidores y operarios en procesamiento de alimentos. Pero justamente esos son los empleos que ya pueden ser automatizados con la tecnología existente. Por otro lado, se espera que los roles que más crezcan estén en tecnología, como análisis de datos, desarrollo de software e ingeniería fintech. Pero asumir que la IA generará más trabajos que los que elimina en esos campos resulta, como mínimo, optimista.
Los datos reales muestran un panorama menos alentador. Por ejemplo, mientras la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos proyecta un aumento de 18% en el número de desarrolladores de software entre 2022 y 2032, investigaciones recientes indican que las cifras reales para 2022–2025 ya muestran caídas notables tanto en empleo como en vacantes en ese campo.
Oleadas, no ondas
Incluso en el mejor de los escenarios, donde la IA incrementa tanto la actividad económica como el empleo general, las disrupciones serán inevitables. Si millones de empleos poco calificados son reemplazados por trabajos tecnológicos altamente especializados, necesitaremos un programa global de recapacitación sin precedentes. De no hacerlo, corremos el riesgo de abandonar a millones de trabajadores, y no sería exagerado decir que las consecuencias sociales y políticas podrían ser catastróficas. Las naciones occidentales aún no se recuperan del colapso de sus industrias manufactureras tradicionales. Una nueva crisis de empleo para quienes ya tienen menos oportunidades sería devastadora. Y, sin embargo, hay pocos indicios de una respuesta organizada a nivel gubernamental.
En el peor de los casos, estas olas sociales se convertirán en un tsunami. La automatización acelerada que provoque desempleo masivo podría generar disturbios sociales capaces de destruir comunidades y derrocar gobiernos. Una generación de jóvenes desempleados, sin propósito ni acceso a empleos de entrada porque los puestos restantes requieren experiencia y habilidades, será una amenaza geopolítica seria.
A nivel macroeconómico, una automatización excesiva puede llevar a una peligrosa falta de demanda: una economía capaz de producir más bienes y servicios de los que su menguante base de consumidores empleados puede adquirir. Esto crea una paradoja para las empresas que corren a automatizar: las ganancias de eficiencia podrían terminar socavando sus propios mercados. Las máquinas no compran smartphones, ni suscripciones a plataformas, ni casas. Los humanos sí. Si las empresas optimizan solo para la eficiencia sin considerar el empleo, podrían estar saboteando el ecosistema de consumo del que dependen. Si la IA causa desempleo sostenido, la caída resultante en la demanda agregada no solo dañará a negocios individuales: podría desencadenar una espiral deflacionaria que amenace la estabilidad de toda la economía.
Democratizar la responsabilidad
La automatización no es intrínsecamente negativa. Así como avances anteriores nos liberaron del trabajo físico peligroso o extenuante, la IA tiene el potencial de liberarnos de tareas rutinarias que obstaculizan el desarrollo humano. Pero esto solo ocurrirá si se integra de forma reflexiva en nuestras vidas y sociedades.
En teoría, los gobiernos podrían mitigar los riesgos económicos mediante regulaciones. Pero la historia muestra que los marcos regulatorios rara vez van al ritmo de las revoluciones tecnológicas. No podemos esperar soluciones solo desde arriba. Necesitamos democratizar tanto la responsabilidad como el liderazgo en la gestión del ritmo de automatización y en la protección de los cimientos sociales y económicos de los que todos dependemos.
Las empresas tienen un papel crucial en este proceso. Deben adoptar un liderazgo regenerativo que vaya más allá de las ganancias inmediatas y considere la sostenibilidad del ecosistema en el largo plazo. Los líderes deben entender que sus empleados no son solo recursos sustituibles, sino también consumidores que sostienen la demanda económica. Esto implica pasar de una lógica de resultados trimestrales a una visión sistémica centrada en la sostenibilidad a largo plazo.
Las empresas que asuman esta responsabilidad implementarán estrategias de automatización que fortalezcan el potencial humano mediante:
- La preservación de puestos de entrada. Mantener ciertos empleos básicos para formar trabajadores capacitados, incluso si automatizarlos parece más rentable.
- Programas de recapacitación y transición laboral. Financiar procesos de formación para que los empleados desplazados encuentren nuevos roles, como supervisar y gestionar flujos de trabajo de agentes de IA.
- El reconocimiento de la interdependencia social. Las empresas existen en comunidades donde empleados y consumidores forman un sistema interconectado, que colapsará si los clientes pierden sus empleos. Esta visión holística será esencial en la era de la IA.
Elegir nuestro futuro
La revolución de la inteligencia artificial nos plantea una elección crítica entre la automatización sin control y la implementación consciente. Cada decisión empresarial de hoy dará forma a nuestro futuro colectivo. Si priorizamos el bienestar humano junto a la innovación, los líderes responsables no solo estarán protegiendo a su base de clientes: estarán contribuyendo a la resiliencia del sistema económico en su conjunto. El futuro no pertenecerá a quienes automaticen más rápido, sino a quienes gestionen esta transición con sabiduría, usando la IA como herramienta de ampliación, no de reemplazo, y comprendiendo que la verdadera prosperidad requiere tanto de avances tecnológicos como del florecimiento humano.