
En México parece que existe una sola definición del éxito: si tienes lana, eres un “chingón”; si no la tienes, eres un “pendejo”. Nacemos, crecemos y nos desarrollamos en un entorno habituado a etiquetar para medir el éxito. ¿A qué te dedicas?, ¿qué puesto tienes?, ¿a qué escuela fuiste?, ¿cuántos coches tienes?, ¿qué marca de ropa usas?, ¿cuánto ganas? Parece que ser un buen padre, un buen esposo o un buen amigo no significa nada para los parámetros de éxito en la actualidad. Es más, si eres un empresario honesto que no se aprovecha de los demás, lo más seguro es que tus colegas te vean como un pendejo. Desafortunadamente, vivimos presionados por patrones de éxito establecidos por la sociedad, la familia, los medios, el mundo empresarial y hasta el propio gobierno.
Para ejemplificar esta situación, tomo como muestra el estudio de una carrera profesional. Existe una oferta muy variada de instituciones de educación superior, algunas con un excelente modelo educativo y otras tantas que dejan mucho qué desear. Pero para los criterios de la sociedad, un joven exitoso es aquel que termina su carrera, sin considerar que, en muchas escuelas, los estudiantes logran el título simplemente con presentarse a clases.
Así de injusta y banal puede ser la vida. Un hombre que tiene esposa e hijos se considera exitoso, aunque golpee a su pareja. Un político es exitoso por tener una gran casa, popularidad y posesiones, a pesar de sus dudosos métodos para conseguirlas. Hoy, en la era de youtubers e influencers, muchos se consideran exitosos solo por la cantidad de seguidores y los likes que obtienen, aunque el contenido que producen no sea de gran valor.
Este fenómeno también es muy habitual en el mundo empresarial y no solamente de México. Por lo general, pensamos que nuestro país es el ejemplo de todo lo malo y que el resto de los países representa la manera correcta de hacer las cosas, aunque esto es mentira: gente mala existe en todo el mundo.
Recuerdo que en mi graduación del OPM (Owner/President Management) hablamos con compañeros sobre pláticas que tuvimos en las que se nos pedía ser un factor de cambio positivo en el mundo, se nos hizo énfasis en que cerrábamos un ciclo y que formábamos parte de una comunidad y una institución que nos debería recordar el privilegio de haber llegado hasta ahí y la responsabilidad que eso representaba.
Nos hablaron de casos de exalumnos que habían formado parte de algunas de las mayores estafas en el mundo y de cómo la institución había realizado cambios en el programa para sensibilizar a los alumnos sobre las responsabilidades que vienen acompañadas de los grandes logros y los puestos de liderazgo. Regresamos a la primera reflexión: ¿cuál es tu definición de éxito?, ¿es tener un diploma de Harvard?, ¿es volverte millonario estafando o engañando gente que confía en tu preparación académica?
Considero que la definición de éxito debe ser más profunda. Para mí, significa aprovechar tus capacidades y tus posibilidades, trabajar tu mente y desarrollar habilidades. Convertirte en un factor de cambio positivo para tu familia, tu comunidad, tu empresa y tu profesión, y a través de ellos, contribuir a dejar un mejor país y un mejor mundo. Significa convertirte día a día en una mejor versión de ti mismo. Creo que, al final del camino, importa mucho quién eres, pero importará más en quién te convertiste.
Tu propia definición de éxito
Si bien sé que no tengo la verdad absoluta, en repetidas ocasiones he validado estas afirmaciones con experiencias buenas y malas. Ahora, te invito a que cuestiones y armes tu propia definición de éxito. Como un primer paso, coloca en perspectiva tres dimensiones en tu vida, los tres entornos clave que determinan tus decisiones:
- Dimensión empresarial o profesional. Generalmente, se enfoca en establecer metas financieras, definir cuánto queremos ganar sin importar lo que debamos hacer. Para cambiar las reglas del juego, atrévete a añadir nuevos factores, como el conocimiento adquirido, la experiencia y el relacionamiento (networking). Si adicionas estos tres elementos a tus metas, el valor y el propósito por los que trabajas se incrementarán.
Ahí te va un ejemplo: ¿recuerdas cuando iniciaste tu carrera profesional y fuiste practicante o ayudante en una empresa? A la mayoría nos pagaban una porquería, pero sabías que era el inicio del camino y tu mayor propósito en ese momento era adquirir conocimientos, experiencia y contactos, porque sabías que después llegaría el beneficio económico. Así que sin importar el momento de carrera en el que te encuentres hoy, atrévete a girar el volante hacia una dimensión empresarial con un propósito mayor.
- Dimensión familiar. En América Latina y, particularmente, en México, vivimos bajo la creencia de que Dios pone las cosas en el camino, y aunque respeto este pensamiento, lo considero equivocado. No podemos renunciar a nuestras responsabilidades y menos, dejar a un lado nuestro criterio para poner en manos de un ser supremo la decisión de tener hijos, elegir una pareja, prepararte para un examen o lograr que un negocio funcione.
Toma el control de tu vida, decide qué es lo que quieres, cómo lo vas a conseguir y cuándo lo quieres. Si no deseas tener hijos ahorita, ¡protégete! Si quieres un mejor trabajo, ¡capacítate, búscalo y consíguelo! Si quieres abrir un negocio, ¡comienza la exploración del río! Si los resultados no son los que esperas, recalcula e inténtalo las veces que sea necesario. No responsabilices o culpes a Dios por no obtener lo que quieres.
- Dimensión personal. Una persona que no cuida su salud no puede considerarse exitosa, así sea el millonario más rico del mundo. Este elemento es esencial porque sin salud es imposible completar las dos dimensiones anteriores. Sentirte bien te permitirá prepararte, compartir experiencias con tus seres queridos o hacer crecer un negocio.
Idealmente, todos quisiéramos alcanzar el punto máximo en las tres dimensiones, pero esto es prácticamente imposible; vamos a inclinarnos más hacia uno de los tres en diferentes momentos de la vida, aunque la clave para que funcionen de manera equilibrada es invertir la misma cantidad de recursos en las tres dimensiones a lo largo de la vida.
Este artículo es parte del libro Reconstruyendo el tablero. Sé estratégico en tus negocios y en tu vida. Se publica Fast Company México con permiso del autor y Tack Editorial.