
En 2018, crucé la meta del Ironman en Kona, Hawaii, en 8 horas y 52 minutos. Tenía 37 años, entrenaba más de 30 horas semanales y vivía para competir. No tenía hijos. No lideraba una empresa. Dormía poco, comía sólo lo que podía conforme a mi plan para la carrera, y creía que rendir más era cuestión de hacer más.
Siete años después, en 2024 y con 44 años, volví a Kona. Esta vez, criando tres hijos y liderando una empresa de alto crecimiento como Betterfly, pero sobre todo, con un deseo muy distinto: demostrarme que podía lograr lo mismo, viviendo distinto. No solo igualé mi marca. Lo hice con la mitad del entrenamiento, más energía que nunca y una paz interior que nunca antes había sentido.
Esta es mi historia. Un viaje profundo, físico y emocional. No se trata de una medalla. Se trata de recuperar el control de mi salud, mi tiempo y mi propósito.
Todo empezó con una pregunta: “¿Cómo puedo rendir más, entrenando menos?”. No desde la pereza, sino desde la convicción de que debía haber otra forma. Así que me convertí en mi propio experimento. Me acompañó Dan Plews, un doctor que años antes me había sorprendido con sus tiempos en la misma carrera y con quien diseñamos un plan radicalmente diferente para mi entrenamiento.
El árbol de la salud + el poder de la IA
Empecé a ver mi salud como un árbol, y en vez de obsesionarme con el rendimiento (las ramas), como hace el enfoque tradicional, me concentré en fortalecer mis sistemas internos (raíces) y mis hábitos diarios (nutrir mi suelo) para que las ramas crecieran más fuertes.
La inteligencia artificial se convirtió en mi arma secreta en este viaje. Mientras los enfoques tradicionales se apoyan en métricas estándar como el ritmo cardíaco y la velocidad, la IA me permitió acceder a perspectivas que de otro modo permanecerían invisibles.
Entender las relaciones complejas entre mis decisiones de estilo de vida, marcadores internos de salud y resultados de rendimiento fue revelador. En vez de adivinar qué funcionaba, podía ver con precisión qué acciones eran las que más influían en mis métricas de salud y, por ende, en mis resultados de carrera.
Cada dato era una guía. Cada decisión, una apuesta por mi bienestar.
Dormir dejó de ser opcional. Empecé a cuidar mis noches como antes cuidaba mis entrenamientos: 7-8 horas reales, profundas, en una habitación oscura y fresca. El cortisol bajó, la variabilidad cardiaca se estabilizó, y yo empecé a despertarme cada vez con más ganas.
La comida cambió de ser combustible a medicina. Fuera los azúcares. Dentro los nutrientes reales. Usé un monitor continuo de glucosa y cada comida se convirtió en una oportunidad de aprender. En semanas, mi glucosa en ayunas bajó de 106 a 77 mg/dL, mi insulina a 2.2. Me sentía liviano. Lúcido.
Menos esfuerzo, más resultados
Reduje mis entrenamientos a 10-15 horas semanales. Mi cuerpo respondió. Rendí igual o mejor. Pero sin lesiones. Sin fatiga constante. Mi mente también cambió: incorporé respiración consciente, diarios de gratitud, caminatas sin celular. Empecé a disfrutar el silencio. A sentirme completo sin moverme rápido.
Y lo mejor: hice a mis hijos parte de todo esto. Les mostré lo que significa cuidarse. Y me recordaron cada día por qué valía la pena.
Los números lo confirman. Pero más allá de las métricas, lo que sentí lo que más marcó la diferencia:
- Edad biológica: de 44.3 a 31.6 años. Gané 13 años de vida.
- LDL: de 176 a 105 mg/dL
- ApoB: de 196 a 84 mg/dL
- HOMA-IR: de 1.44 a 0.42
- hsCRP: de 1.9 a 0.18 mg/L
- Vitamina D: de 43 a 85 ng/mL
- Cortisol: de 23.5 a 10.2 μg/dL
- Mercurio: de 17 a 6 μg/L
No me enfermé ni una vez en toda la preparación. Sentí claridad mental, fuerza emocional, y una energía que no tenía desde hace más de 20 años.
La hora de la verdad
Ya en el día de la carrera, empecé bien en el nado, pero al pasar a la bicicleta tuve un gran problema: fallé en la nutrición, por un error mío pude tomar muchos menos electrolitos de los que necesitaba mi cuerpo (el polvo de carbohidratos en mis botellas se había solidificado en una masa pegajosa, dejándolo inutilizable). Pero gracias a mi flexibilidad metabólica, pude adaptarme. Corrí la maratón en 3:06. Crucé la meta en 8:52:20. Mismo tiempo. Mitad de entrenamiento. Otra vida.
Mi esposa me colgó la medalla. Mis hijos me abrazaron. Un oficial me dijo que había quedado cuarto en mi categoría. Pero para mí, ese no era el premio.
El premio era haber llegado ahí sintiéndome mejor que nunca. Más presente, más pleno, más conectado con mi cuerpo.
Hoy, comparto esto no como un atleta, sino como alguien que descubrió que hay otra forma de vivir. Más consciente, más alineada y más feliz.
Esto no es una historia sobre mí. Es una historia sobre lo que todos podemos lograr cuando decidimos tomar el control de nuestra salud y nuestra vida. ¿Qué esperas?