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Agua: ¿podemos impactar positivamente el ciclo hídrico?

El agua no es infinita. Ya lo sabemos. Pero hay otra pregunta que merece más espacio: ¿podemos transformar nuestra relación con el agua al punto de dejar un saldo positivo en su ciclo? La respuesta es sí. Pero solo si pasamos del control al compromiso. Del uso al impacto. De la eficiencia… a la restauración. Agua: ¿podemos impactar positivamente el ciclo hídrico?

Agua: ¿podemos impactar positivamente el ciclo hídrico? [Imagen impulsada por IA]

El agua no es infinita. Ya lo sabemos. Pero hay otra pregunta que merece más espacio: ¿podemos transformar nuestra relación con el agua al punto de dejar un saldo positivo en su ciclo? La respuesta es sí. Pero solo si pasamos del control al compromiso. Del uso al impacto. De la eficiencia… a la restauración.

Durante años, el discurso sobre el agua se enfocó en usar menos. Regar mejor. Medir cada gota. Y sí, todo eso importa. Pero si el objetivo es asegurar agua para las próximas generaciones, entonces ahorrar ya no alcanza.

Lo que necesitamos es rediseñar el sistema para que cada intervención hídrica —en el campo, en la industria, en las ciudades— tenga un resultado netamente positivo para el ecosistema. Que cada litro que no usamos pero extraemos o se derrama innecesariamente ayude a sostener el caudal de un río, aliviar un acuífero o dar oxígeno a un humedal. Que lo que hacemos sume, no solo deje de restar.

Pero eso no pasa solo. Y mucho menos pasa igual en todos lados.

En Kilimo lo vivimos todos los días: una práctica eficiente no tiene impacto real si no se mide en contexto. Porque no se trata solo de cuánta agua se usa, sino cuándo, dónde y cómo se relaciona esa extracción con la cuenca que la rodea.

Una misma cantidad de agua puede ser insignificante en una zona, y crítica en otra. Por eso, hablar de restauración exige conocimiento local. Saber, por ejemplo, cuándo el ecosistema necesita más agua que los cultivos. O cómo interactúan agricultura, industria y comunidades en el mismo territorio. Sin esa información, incluso el mejor sistema de riego puede volverse irrelevante para el entorno.

Hoy, muchas empresas se definen como sustentables. Pero ¿cuántas pueden demostrarlo con datos? La verdadera transformación empieza cuando transformamos las buenas intenciones en acción y empezamos a mostrar resultados.

Y eso requiere tres cosas: métricas comparables (porque no todos miden igual), validación independiente (para construir confianza) y compromisos con consecuencias (porque lo que no duele, no cambia). En el agua, como en la confianza, no basta con decir: hay que mostrar.

El campo no es el problema, es parte de la solución

El agro siempre está en el centro de la discusión hídrica. Y con razón: usa más del 70% del agua dulce del planeta. Pero también tiene algo único: el potencial de restaurar en escala.

Muchos productores ya dan pasos enormes con tecnologías de riego, decisiones de siembra más inteligentes y voluntad de adaptarse. Lo que falta es cerrar el círculo: darles acceso a información hidrológica en tiempo real, sumar incentivos económicos claros y abrir espacios de cogestión entre los usuarios del agua.

Nadie conoce una cuenca mejor que quienes trabajan en ella todos los días.

Si queremos cambiar el juego, tenemos que cambiar la métrica. Dejar de medir sólo cuánto se consume, y empezar a medir cuánto se contribuye al equilibrio del sistema.

El agua no es solo un recurso. Es un ciclo. Y si lo cuidamos bien, puede ser un ciclo virtuoso. Ya no alcanza con ser “menos malos”. Es hora de ser netamente positivos.

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Sobre el autor

CEO y Cofundador de Kilimo

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