
La Inteligencia Artificial (IA) comenzó como una búsqueda para simular el cerebro humano. ¿Está ahora en proceso de transformar el papel del cerebro humano en la vida diaria?
La Revolución Industrial redujo la necesidad de mano de obra. Como investigador de la aplicación de la IA en los negocios internacionales, me pregunto si está impulsando una revolución cognitiva, eliminando la necesidad de ciertos procesos cognitivos a medida que transforma la forma en que estudiantes, trabajadores y artistas escriben, diseñan y toman decisiones.
Los diseñadores gráficos usan IA para crear rápidamente una lista de posibles logotipos para sus clientes. Los profesionales del marketing prueban cómo responderán los perfiles de clientes generados por IA a las campañas publicitarias. Los ingenieros de software implementan asistentes de programación de IA. Los estudiantes utilizan IA para redactar ensayos en tiempo récord, y los profesores utilizan herramientas similares para ofrecer retroalimentación.
Las implicaciones económicas y culturales son profundas.
¿Qué sucede con el escritor que ya no lucha por encontrar la frase perfecta, o con el diseñador que ya no esboza docenas de variaciones antes de encontrar la correcta? ¿Se volverán cada vez más dependientes de estas prótesis cognitivas, de forma similar a cómo el uso del GPS disminuye las habilidades de navegación? ¿Y cómo se puede preservar la creatividad y el pensamiento crítico humanos en una era de abundancia algorítmica?
Ecos de la Revolución Industrial
Ya hemos estado aquí antes.
La Revolución Industrial reemplazó la artesanía por la producción mecanizada, permitiendo que los bienes pudieran replicarse y fabricarse en escala masiva.
Zapatos, automóviles y cultivos podían producirse de forma eficiente y uniforme. Pero los productos también se volvieron más predecibles y carentes de individualidad. La artesanía quedó relegada a un segundo plano, como un lujo o una forma de resistencia.
Hoy en día, existe un riesgo similar con la automatización del pensamiento. La IA generativa tienta a los usuarios a confundir velocidad con calidad, productividad con originalidad.
El peligro no es que la IA nos falle, sino que la gente acepte la mediocridad de sus resultados como la norma. Cuando todo es rápido, fluido y “suficientemente bueno”, existe el riesgo de perder la profundidad, los matices y la riqueza intelectual que definen el trabajo humano excepcional.
El auge de la mediocridad algorítmica
A pesar del nombre, la IA en realidad no piensa.
Herramientas como ChatGPT, Claude y Gemini procesan grandes volúmenes de contenido creado por personas, a menudo extraído de internet sin contexto ni permiso. Sus resultados son predicciones estadísticas de qué palabra o píxel es probable que siga, basándose en patrones en los datos que han procesado.
Son, en esencia, espejos que reflejan la producción creativa humana colectiva hacia los usuarios, reorganizada y recombinada, pero fundamentalmente derivada.
Y esto, en muchos sentidos, es precisamente la razón por la que funcionan tan bien.
Piensa en los innumerables correos electrónicos que la gente escribe, las presentaciones que preparan los consultores de estrategia y los anuncios que inundan las redes sociales. Gran parte de este contenido sigue patrones predecibles y fórmulas establecidas. Ya ha existido antes, de una forma u otra.
La IA generativa destaca por producir contenido de calidad —listas, resúmenes, comunicados de prensa, anuncios— que evoca la creación humana sin esa chispa de ingenio. Prospera en contextos donde la demanda de originalidad es baja y cuando “suficientemente bueno” es, en fin, suficiente.
Cuando la IA despierta y sofoca la creatividad
Sin embargo, incluso en un mundo de contenidos preconcebidos, la IA puede resultar sorprendentemente útil.
En un conjunto de experimentos, los investigadores pidieron a personas que completaran diversos desafíos creativos. Descubrieron que quienes usaron IA generativa generaron ideas que, en promedio, eran más creativas, superando a los participantes que usaron búsquedas web o no usaron ninguna ayuda. En otras palabras, la IA puede, de hecho, mejorar el rendimiento creativo básico.
Sin embargo, un análisis más profundo reveló una disyuntiva crucial: la dependencia de los sistemas de IA para la lluvia de ideas redujo significativamente la diversidad de ideas generadas, un elemento crucial para los avances creativos. Los sistemas tienden a converger hacia un punto medio predecible en lugar de explorar posibilidades no convencionales en los extremos.
Estos hallazgos no me sorprendieron. Mis alumnos y yo hemos descubierto que los resultados de los sistemas de IA generativa se ajustan más estrechamente a los valores y visiones del mundo de las naciones ricas de habla inglesa. Este sesgo inherente limita, de forma natural, la diversidad de ideas que estos sistemas pueden generar.
IA sesgada
Más preocupante aún es que las interacciones breves con los sistemas de IA pueden modificar sutilmente el modo en que las personas abordan los problemas e imaginan soluciones.
Un conjunto de experimentos encargó a los participantes realizar diagnósticos médicos con la ayuda de IA. Sin embargo, los investigadores diseñaron el experimento de forma que la IA diera a algunos participantes sugerencias erróneas. Incluso después de que estos participantes dejaran de usar la herramienta de IA, tendían a adoptar inconscientemente esos sesgos y a cometer errores en sus propias decisiones.
Lo que comienza como un atajo conveniente corre el riesgo de convertirse en un círculo vicioso de disminución de la originalidad, no porque estas herramientas produzcan contenidos objetivamente pobres, sino porque reducen silenciosamente el ancho de banda de la creatividad humana misma.
Navegando por la revolución cognitiva
La verdadera creatividad, innovación e investigación no son meras recombinaciones probabilísticas de datos pasados. Requieren avances conceptuales, pensamiento interdisciplinario y experiencia práctica. Estas son cualidades que la IA no puede replicar. No puede inventar el futuro. Solo puede remezclar el pasado.
Lo que genera la IA puede satisfacer una necesidad a corto plazo: un resumen rápido, un diseño plausible, un guion aceptable. Pero rara vez se transforma, y la originalidad genuina corre el riesgo de ahogarse en un mar de uniformidad algorítmica.
El desafío, entonces, no es solo tecnológico. Es cultural.
¿Cómo se puede preservar el valor irreemplazable de la creatividad humana en medio de esta avalancha de contenidos sintéticos?
El paralelismo histórico con la industrialización ofrece tanto cautela como esperanza. La mecanización desplazó a muchos trabajadores, pero también dio lugar a nuevas formas de trabajo, educación y prosperidad. De igual manera, si bien los sistemas de IA pueden automatizar algunas tareas cognitivas, también pueden abrir nuevas fronteras intelectuales al simular capacidades intelectuales. Al hacerlo, pueden asumir responsabilidades creativas, como inventar procesos novedosos o desarrollar criterios para evaluar sus propios resultados.
Esta transformación se encuentra apenas en sus etapas iniciales. Cada nueva generación de modelos de IA producirá resultados que antes parecían ciencia ficción. La responsabilidad de moldear esta revolución cognitiva con intención recae en profesionales, educadores y legisladores.
¿Conducirá al florecimiento intelectual o a la dependencia? ¿A un renacimiento de la creatividad humana o a su gradual obsolescencia?
La respuesta, por ahora, está en el aire.
Wolfgang Messner es profesor clínico de Negocios Internacionales en la Universidad de Carolina del Sur.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.