
Cuando las oficinas cerraron durante la pandemia y millones de personas con hijos empezamos a trabajar desde casa, muchos respiramos aliviados. Por fin, se acabaron los desplazamientos. Más tiempo con nuestros hijos. Una oportunidad única para concentrarnos en la carrera y la familia con menos complicaciones. Responder correos electrónicos mientras cocinamos salsa para pasta, unirnos al equipo de Zoom en pantalones de yoga y estar siempre ahí para la hora de dormir. Pero cinco años después de empezar el experimento del home office, la situación es más difícil de lo que esperábamos. Sí, esta flexibilidad nos ha dado opciones que antes no existían, pero también ha difuminado tanto las fronteras que muchos padres que trabajan ni siquiera están seguros de si lo que experimentan es libertad o simplemente otra trampa.
Flexibilidad: correa o cuerda salvavidas
Esta nueva forma de trabajar fue liberadora al principio. Los padres podían recoger a sus hijos de la escuela sin ser mal vistos por sus compañeros. Las citas médicas de sus hijos no eran un problema; simplemente se conectaban al trabajo después de cenar. Era una forma de aliviar el estrés que sentimos por la necesidad de ser perfectos tanto en el trabajo como en casa. El problema es que el trabajo nunca termina. La computadora en la mesa de la cocina es a la vez una liberación y una atadura. Los mensajes de Slack se escuchan durante toda la competencia de natación, y la cultura de “siempre conectado” hace que los límites prácticamente desaparezcan.
Sorprendentemente, esta flexibilidad les ha hecho la vida más difícil a algunos padres. Si puedes trabajar desde donde sea, terminas trabajando todo el tiempo. La carga mental —citas médicas, citas para jugar, planificar las comidas— ahora es solo parte de la jornada laboral. Y “tenerlo todo” ahora significa hacerlo todo al mismo tiempo.
La confusa realidad de la “integración”
En teoría, el trabajo híbrido ofrece lo mejor de ambos mundos: días de home office para concentrarse y días en la oficina para pasar tiempo cara a cara y colaborar. Pero en realidad, puede sentirse como vivir en dos mundos a la vez. Padres que alternan entre hojas de cálculo y proyectos científicos, informes trimestrales y permisos. La vida se ha convertido en un estado constante de multitarea. El precio: más agotamiento y culpa que antes. Trabajas y crías hijos. Crias hijos, pero tu mente está en tu bandeja de entrada.
Seamos sinceros: tenerlo todo siempre fue una trampa. Sugiere que se puede tener una carrera profesional plena y una vida familiar feliz, y que deberías tenerla. Si no, has fracasado. Desafortunadamente, el home office y el trabajo híbrido no desmantelaron este mito. Lo reformularon. Hemos pasado del equilibrio entre la vida laboral y personal a la fantasía de la integración entre la vida laboral y personal. Pero la integración no significa armonía. Los padres dicen que tienen jornadas más largas, mal genio y la sensación de estar fracasando tanto en el trabajo como en la vida.
Ser realistas acerca de lo que importa
La verdadera pregunta no es si los padres pueden tenerlo todo. Se trata de cómo redefinimos el significado de “todo”. ¿Significa dedicarse por igual a los ingresos trimestrales y a la rutina de la hora de dormir? ¿O podemos aceptar que a veces una presentación importante es prioritaria y a veces está bien dar un paso atrás por nuestra familia? Deberíamos permitirnos elegir lo que más importa en las diferentes etapas de nuestra vida. Los empleadores también deben tomar la iniciativa estableciendo normas más claras sobre la disponibilidad, respetando las horas libres y ofreciendo una flexibilidad funcional, no agobiante.
La realidad es que nadie lo tiene todo. Ni el director ejecutivo. Ni el padre o la madre que se queda en casa. Y mucho menos el trabajador híbrido. Lo que sí podemos tener es una vida que refleje lo que más nos importa. Puede que sea caótica, y definitivamente no será perfecta, pero al menos será realista.