
Estás en una reunión de trabajo cuando tu jefe sugiere cambiar una cifra para que el informe trimestral parezca más sólido. Todos asienten. Las diapositivas avanzan. Sientes un nudo en el estómago: ¿Hablas y te arriesgas a que te tachen de difícil, o callas y te conviertes en cómplice?
La mayoría de la gente imagina la rebeldía como estallidos dramáticos. En realidad, suelen ser estos breves y tensos momentos donde la conciencia choca con la obediencia.
La primera vez que vi el poder de la rebeldía no fue en el trabajo, sino más cerca de casa. Mi madre era la persona más complaciente: tímida, educada y dispuesta a complacer a los demás. Con apenas 1.48 metros de altura, anteponía las necesidades de los demás a las suyas. Pero un día, cuando tenía 7 años, vi una faceta diferente de ella.
Caminábamos a casa desde el supermercado en West Yorkshire, Inglaterra, cuando un grupo de adolescentes nos bloqueó el paso en un callejón estrecho. Nos lanzaron insultos racistas y nos dijeron que “volviéramos a casa”.
Mi reacción fue instantánea: callarme, evitar el conflicto y superarlos lo más rápido posible. Agarré a mi madre del brazo, instándola a que se moviera conmigo. Pero no lo hizo. Mi madre, tranquila, respetuosa y nunca confrontativa, hizo algo completamente diferente. Se detuvo, se giró y miró a los niños directamente a los ojos. Luego preguntó, con calma pero firmeza: “¿Qué quieres decir?”.
No era ruidosa ni agresiva. Y en ese momento, me demostró que la rebeldía no siempre ruge, y puede venir de quienes menos te esperas.
He aplicado estas lecciones a mi trabajo como médico convertido en psicólogo organizacional. Durante décadas, he estudiado por qué las personas obedecen, guardan silencio cuando no quieren y cómo pueden resistir sabiamente. En mi libro Defy: The Power of No in a World That Demands Yes, (Desafía: El poder del no en un mundo que exige el sí), ofrezco un marco basado en la investigación de las ciencias del comportamiento que puede ayudarte a desafiar de forma intencional, eficaz y fiel a tus valores.
¿Qué es realmente el desafío?
Cuando la gente piensa en la rebeldía, suele imaginarse a adolescentes dando portazos, manifestantes gritando en las calles o rebeldes rompiendo las reglas solo por la emoción. Pero ese no es el tipo de rebeldía que estudio ni el que más a menudo moldea nuestras vidas.
El desafío no consiste en oponerse por el mero hecho de hacerlo. Se trata de elegir actuar conforme a tus valores cuando hay presión para hacer lo contrario.
Esa presión puede provenir de cualquier parte: un jefe que te insta a manipular las cifras de tu trabajo, un amigo que te empuja hacia algo en lo que no crees, una cultura que te dice que te quedes en tu sitio. En esos momentos, desafiar puede ser tan pequeño como decir que no, pedir una aclaración o simplemente hacer una pausa en lugar de seguir al grupo. Otras veces, significa alzar la voz, desafiar a la autoridad o incluso retirarse.
Visto así, la rebeldía no es un rasgo innato que algunas personas poseen y otras carecen. Es una práctica: una habilidad que se puede fortalecer con el tiempo. Algunos días podrías obedecer, otros resistirte. Lo importante es que tengas la consciencia y las herramientas para tomar la decisión conscientemente, en lugar de dejar que el miedo o la costumbre decidan por ti.
¿Por qué la gente cumple en el trabajo?
Si el desafío es tan importante, ¿por qué la gente a menudo permanece en silencio?
Una razón es un proceso psicológico que he descubierto en mi investigación: la ansiedad por insinuaciones. Surge cuando a las personas les preocupa que no cumplir con los deseos de otra persona pueda interpretarse como una señal de desconfianza. Rechazar la petición de un jefe de “ajustar” las cifras podría parecer una insinuación de que es deshonesto. Para evitar esa incomodidad, se le sigue la corriente, incluso cuando viola sus valores.
La ciencia del comportamiento ha documentado desde hace mucho tiempo esta tendencia hacia la obediencia. En la década de 1960, por ejemplo, el psicólogo Stanley Milgram demostró que personas comunes administraban lo que consideraban descargas eléctricas peligrosas a desconocidos simplemente porque una figura de autoridad se lo ordenaba.
Mi propia investigación ha demostrado niveles sorprendentemente altos de cumplimiento con consejos obviamente malos, incluso cuando los da un desconocido sin consecuencias por discrepar. La gente siente una enorme presión social para aceptar lo que otros sugieren. Esto se debe a que, si nunca se ha aprendido a decir que no, resulta incómodo y extraño.
Un marco para la acción
Si la obediencia es la norma humana, ¿cómo se puede desarrollar la capacidad de desafío? En mi investigación, he desarrollado una guía sencilla y práctica que llamo la Brújula del Desafío. Como una guía de navegación, te orienta en situaciones difíciles planteando tres preguntas:
- ¿Quién soy? ¿Cuáles son los valores fundamentales que más me importan?
- ¿Qué tipo de situación es esta? ¿Es seguro resistir? ¿Tendrá un impacto positivo?
- ¿Qué hace una persona como yo en una situación como esta? ¿Cómo puedo asumir la responsabilidad y actuar de forma coherente con mi identidad y mis valores?
Hacerse estas preguntas transforma la rebeldía de una reacción visceral a una práctica consciente. Y esto es lo importante: esa tercera pregunta —”¿Qué hace una persona como yo?”— se relaciona con la primera —”¿Quién soy?”—, porque cómo actúas una y otra vez define quién eres.
El desafío no siempre implica una confrontación abierta. A veces significa hacer una pregunta aclaratoria, ganar tiempo o negarse discretamente. Puede significar hablar o alejarse. La clave está en empezar poco a poco, practicar con regularidad y afianzar tus decisiones en tus valores. Como cualquier habilidad, cuanto más practiques, más natural se volverá.
Por qué es importante desafiar el trabajo ahora
El desafío puede ser arriesgado, pero nunca ha sido tan relevante. Muchos empleados se ven presionados a cumplir objetivos en el trabajo a cualquier precio. En política, los ciudadanos se enfrentan a oleadas de desinformación y polarización. En la vida cotidiana, a las personas les cuesta establecer límites saludables. Sea cual sea el contexto, la tentación de acatar las normas por comodidad es fuerte.
Por eso es importante aprender a desafiar estratégicamente. Protege la integridad personal, fortalece las instituciones y ayuda a sostener la democracia. Y no requiere ser ruidoso ni confrontativo.
Por supuesto, no todo acto de desafío es seguro ni garantiza un cambio. A veces conlleva un coste personal considerable, y algunas personas optan por actuar incluso cuando el impacto es incierto: piensen en Rosa Parks negándose a ceder su asiento o en Colin Kaepernick arrodillándose. En esos momentos, el acto en sí se convierte en el mensaje. Ambas personas estaban profundamente conectadas con sus valores, y la evaluación es personal: lo que para una persona merece la pena arriesgarse, para otra podría no merecerlo.
El desafío requiere práctica: reconocer cuándo los valores están en juego, hacer una pausa antes de aceptar y elegir acciones que se alineen con quien quieres ser. Cada acto de consentimiento, obediencia o desafío moldea no solo tu historia, sino también la de nuestras sociedades.
Si practicas la rebeldía, la enseñas y la modelas, puedes imaginar una sociedad diferente. Puedes empezar a imaginar un mundo donde, en ese mismo callejón de mi infancia, uno de los chicos se adelantará y les dirá a sus amigos: “Eso no está bien. Déjenlos pasar”.
Sunita Sah es profesora de gestión y organizaciones en la Universidad de Cornell.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.