
Ann Tashi Slater comparte cinco ideas clave de su nuevo libro, Viajando en Bardo: El arte de vivir en un mundo impermanente.
Viajando en Bardo mezcla las reflexiones de Ann Tashi Slater sobre aceptar el cambio constante en la vida con recuerdos de su infancia en Estados Unidos y el tiempo que pasó con su familia tibetana en Darjeeling. Siguiendo las enseñanzas de su bisabuelo, Slater explica el significado del “bardo”, una idea del budismo tibetano que se refiere a los momentos de transición que todos vivimos.
El libro nos recuerda que el cambio es inevitable y puede llegar sin aviso, pero que al aceptar la incertidumbre y los finales, aprendemos a vivir con más plenitud. Las lecciones del bardo tibetano nos ayudan a entender que la vida se trata de fluir con lo que llega, con todo y sus altibajos.
1. Los estados intermedios ofrecen grandes posibilidades de transformación
Experimentamos estados intermedios, o “bardos”, el concepto en el budismo tibetano, en todos los ámbitos de nuestra vida, desde la amistad y el matrimonio hasta los hijos y los padres, el trabajo y la creatividad. Estos períodos de transición pueden ser esperados con ilusión (una mudanza a otra ciudad, el nacimiento de un hijo) o dolorosamente desafiantes (el fin de una relación, la pérdida de un padre). En cualquier caso, nos brindan la oportunidad de reajustar nuestra brújula y encontrar nuevas perspectivas al descubrir que lo único de lo que podemos estar seguros es del cambio.
Las posibilidades transformadoras de los estados intermedios se graban en nuestra psique desde una edad temprana. Los cuentos de hadas hablan de metamorfosis: tras un sueño de cien años, la Bella Durmiente despierta; Hansel y Gretel derrotan a la bruja en el bosque y regresan a casa; Cenicienta soporta el trato cruel de su madrastra y hermanastras y se convierte en princesa. También lo vemos en la naturaleza: una polilla que emerge de un capullo, una flor que florece tras un largo invierno.
Nos atrae el potencial de evolución que se encuentra en los estados intermedios, pero, ¿podemos experimentar la transformación mientras nosotros mismos atravesamos momentos de transición? Es posible si estamos abiertos.
2. No es el cambio lo que nos amenaza, sino nuestra resistencia a él
Estamos programados para rehuir el cambio, resistirnos a los finales y aferrarnos a lo conocido. ¿Te aferras a un trabajo que perdió sentido? ¿O a un sistema de creencias o estilo de vida que ya no te sirve? ¿Quizás estás negando que envejeces, al igual que de tus padres?
Mi abuela me contó una vez sobre un funeral al que asistió en el Tíbet en la década de 1920, donde el difunto quería volver a entrar en su cuerpo. “No pudimos verlo”, dijo, “pero el alto lama allí presente vio que el difunto intentaba resucitar el cadáver”. Esta historia es una metáfora impactante de nuestra resistencia al cambio. Luchamos y sufrimos, profundizando nuestro sufrimiento al intentar aferrarnos a lo que perdimos. Experimenté esto cuando mi padre murió repentinamente, y lo estoy viviendo de nuevo ahora que mi madre se desvanece en la demencia.
Hay finales que podemos cambiar, como un trabajo que ya no nos conviene, y otros que no, como un padre o madre que envejece. En cualquier caso, solo cuando aceptamos la realidad de nuestra situación podemos abrirnos al dolor que sentimos naturalmente y seguir adelante, en lugar de quedarnos atrapados en la negación.
Es nuestra resistencia al cambio, más que el cambio en sí, lo que más nos amenaza, impidiendo el florecimiento de nuestra mente y espíritu en un mundo donde la impermanencia es la única certeza.
3. Aquello a lo que prestamos atención se convierte en nuestra realidad
En la vida, podemos vagar sin rumbo años, inmersos en pensamientos y e idealizaciones. Lo que nuestras mentes distraídas perciben se convierte en nuestra realidad, y tenemos la extraña sensación de vivir en un universo paralelo, capaces de percibir nuestras vidas reales pero no de vivirlas.
Nos preocupa que nos falte algo, o que nos estemos perdiendo algo, y nos preguntamos si alguna vez encontraremos tranquilidad y alegría. Somos como los fantasmas hambrientos de la cosmología tibetana: seres esqueléticos con gargantas delgadas como un mechón de pelo y estómagos tan grandes como el Cañón del Sumidero (“nunca hay suficiente bebida o comida para ellos”, solía decir mi abuela).
La mente es como un grupo de caballos que, si se les da la oportunidad, se lanzan en diferentes direcciones. El reto es tomar las riendas. Como nos dicen las enseñanzas del bardo, la mente puede guiarse “como se controla la boca de un caballo mediante una brida”.
Cuando la atención consciente se convierte en nuestra forma de ser en el mundo, experimentamos un cambio profundo en nuestra experiencia de vida. En lugar de sentir ansias insaciables, vivimos con mayor plenitud cada momento. A medida que esto se convierte en nuestra forma de ser, encontramos la satisfacción que se nos escapaba.
4. El karma es acción, no destino
Pensamos en el karma como el destino. “Fue mi karma comprar esa casa” o “Fue mi karma no llevarme bien con mi hija”. Pero el karma no se trata solo de cosas que nos suceden fuera de nuestro control. Se trata de cómo lo que hacemos, pensamos y decimos en cada momento determina nuestro camino a seguir.
Si nuestras acciones son positivas, todo es positivo; pero si no, nos hacemos infelices con comportamientos habituales que, en términos budistas, son “incompetentes”, como meterse en luchas de poder con tu hijo, tener las mismas discusiones sin sentido con tu pareja o callar cuando deberías hablar. Podemos transformar lo que nos hace infelices modificando nuestras actividades corporales, mentales y verbales. Puede parecer abrumador, pero puede ser una pequeña acción, como elogiar a tu pareja en lugar de criticarla o expresar tu opinión sobre algo importante para ti.
Nuestras acciones en este momento se ven influenciadas por nuestras acciones pasadas y, a su vez, influyen en nuestro comportamiento futuro. Cuanto más elijamos lo positivo (amabilidad, honestidad) o, por el contrario, lo negativo (menospreciar a los demás, mentir), más probable será que sigamos actuando de esta manera.
Depende de nosotros si superamos con esfuerzo las dificultades que nos hemos creado o si adoptamos un estilo de vida consciente que nos brinde la felicidad que buscamos. En cada momento, podemos elegir. En lugar de cultivar el mismo jardín, podemos labrar la tierra para uno nuevo, plantando semillas y dejándolas florecer.
5. Confirmamos nuestra humanidad al vivir la vida que nos corresponde vivir
Si tenemos la suerte de venir a este mundo como humanos (en lugar de, digamos, una hormiga o un árbol), poseemos la capacidad única de aprovechar al máximo nuestras vidas. Somos impulsados por la certeza —de nuevo, singularmente humana— de que somos mortales. Aprovechar al máximo nuestras vidas en este universo fugaz y hermoso significa vivir la vida que nos corresponde.
Un tulipán es un tulipán, un tigre es un tigre. Los tulipanes y los tigres no pierden de vista lo que son y terminan siendo otra cosa, como: “¡Terminé siendo un narciso cuando en realidad soy un tulipán!” O, “¿Cómo me convertí en un cerdo hormiguero cuando en realidad soy un tigre?”.
Sin embargo, la capacidad de experimentar una vida que no es auténtica, por desgracia, también es muy humana. “Sé tú mismo” suena tan simple, ¿verdad? Pero nos importa demasiado lo que piensen los demás, y cuando llega nuestro último día, nos preguntamos por qué nos importó tanto y nos arrepentimos..
Un aspecto maravilloso de la autenticidad es que no se trata de crear tu yo más pulido. Tu yo es como el cielo azul, a veces oscurecido por las nubes, pero siempre existente. Se hace visible a medida que dejamos atrás formas de ser ineptos, nos despojamos de falsas personalidades y permitimos que emerja nuestra identidad.
Hay preguntas que podemos tener en mente que nos ayudan a lograrlo: si supieras que vas a morir pronto, ¿qué cosas (como la aprobación de los demás) dejarían de importarte? ¿Qué te haría sentir libre?
Slater ha publicado ficción, ensayos y entrevistas en The New Yorker, The Paris Review, The New York Times, The Washington Post, Guernica y Granta, entre otros, así como en The Penguin Book of Modern Tibetan Essays y American Dragons (HarperCollins). Ha impartido conferencias y docencia en Princeton, Columbia, Oxford, la Universidad Americana de París, el Museo de Arte Rubin y la Asia Society.
Este artículo apareció originalmente en la revista Next Big Idea Club y volvió a publicar con permiso.