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En nuestra infancia, los adultos nos contaban historias inspiradoras sobre héroes. Eran cuentos con una moraleja; nos enseñaban cómo lidiar con problemas, cómo enfrentar nuestros miedos o cómo relacionarnos con otros. Seguimos recordando con cierta nostalgia las historias que escuchábamos en el regazo de nuestros padres o abuelos.
Cuando crecimos, el cine y la literatura tomaron el relevo de nuestros familiares para avivar la imaginación que disfrutamos en la infancia. Muchas veces, por qué no decirlo, de forma algo simplista y con propósitos interesados. La idea, al fin y al cabo, es tocar nuestras emociones para vender ideas o, incluso, productos.
Y aquí surge algo realmente interesante, que la psicología respalda: los villanos tienen un poder de atracción sorprendente, a veces incluso mayor que el de los héroes. Cuando nos identificamos con ellos, es como si nos rebeláramos contra lo establecido.
Héroes y villanos en la ficción
Héroes y villanos tienen papeles muy diferenciados; hasta podría decirse que antagónicos. Se trata de dos arquetipos que representan nuestras filias y fobias, diseñados para profundizar en los complejos conceptos de la bondad y la maldad que moldean los consensos sociales.
En la ficción, los héroes se representan de forma amable, muchas veces no varían, son personajes redondos. Se les confiere un arco narrativo a través del cual se ilustra la epopeya de su previsible victoria: el conocido “viaje del héroe“. Este viaje no es más que una estructura literaria rígida que permite organizar las acciones cronológicamente de una forma un tanto forzada.
Concretamente, los héroes suelen proceder de lugares ordinarios y vivir existencias aburridas, hasta que un día ocurre algo inesperado que los llama a la aventura. Aunque lo ignoren, alguna circunstancia extraordinaria siempre termina entrando en sus vidas y esto los empuja a enfrentarse definitivamente a lo desconocido.
En su odisea encuentran amigos entrañables y antagonistas que tienen un poder mayor al suyo, con intenciones retorcidas. En la presión de estas tensiones opuestas se orquestan los hechos para alcanzar el clímax emocional, el cual sumerge al héroe (y al mundo por extensión) en una profunda desesperanza.
Es en ese momento de vulnerabilidad cuando se expresan sus cualidades humanas, que le permiten superar los obstáculos y regresar a la vida cotidiana con una experiencia que lo transformó. Esta humanidad forzada busca conectar con la audiencia, recordándonos que todos tenemos la fuerza necesaria para superar nuestras propias limitaciones.
Asociamos la belleza con la bondad
Quienes relatan estas historias, según las opciones que les brinde el formato, añaden además una constelación de rasgos físicos deseables a los héroes (hermosos, fuertes, etc.). Con ello aprovechan el popular sesgo perceptivo beauty-is-good, muy estudiado en psicología. A través de él atribuimos automáticamente cualidades positivas a quienes se ajustan al estándar estético predominante, aunque no exista conexión lógica.
Al contrario, los villanos son representados con rasgos físicos imperfectos para estimular un juicio negativo, explotan nuestra tendencia a percibir las desviaciones de la belleza como indicios de maldad (sesgo anomalous-is-bad). Es algo que sucede en obras que ya forman parte de la cultura pop, con personajes como Freddie Krueger, Voldemort o Scar.
Además, los villanos personifican cualidades que la sociedad juzga como reprobables: la violencia, el egoísmo, el ansia de poder y la falsedad. Pero si esto es así, ¿por qué nos atraen tanto?
Nos atrae la maldad y es una paradoja
Se ha escrito mucho sobre este fenómeno, pero es todo un misterio: los villanos nos atraen más que los héroes. Solo observa el merchandising de grandes producciones, te darás cuenta que personajes como Úrsula, Maléfica o Joker arrasan frente a muchos de los protagonistas más bondadosos.
Una de las posibles razones es la complejidad que albergan estos personajes: mientras los héroes tienen corsets, los villanos explotan una constelación mayor de motivaciones. De hecho, cuando no ejercen la maldad por simple afición, sino que enfrentan dualidades y contradicciones, resultan todavía más atractivos para la audiencia.
Otra explicación es el rol de rebeldía y de oposición a las normas que exhiben los malvados. Los villanos suelen ser odiados por consenso y, aunque parezca ilógico, los espectadores empatizamos con quienes enfrentan el desprecio generalizado (efecto underdog). Esto se incrementa si se dota al némesis de un contraste suficiente entre su historia, sus convicciones y sus acciones.
La oscuridad de los villanos nos recuerda nuestras imperfecciones
Por supuesto, la oscuridad de los villanos también facilita que nos asomemos por un momento al abismo de nuestras propias imperfecciones. Los seres humanos cometemos errores, tenemos algún rasgo indeseable. Esto facilita que nos sintamos identificados con quienes no solo no lo ocultan, sino que lo elevan como una parte cardinal de su personalidad.
Además, los villanos suelen mostrar otras dos cualidades valoradas positivamente: la habilidad de dirigir eventos que impulsan la acción y, al menos en producciones modernas, el ingenio o el humor. Estas características reducen el protagonismo exclusivo de los héroes y crean un espacio donde el “malo” puede brillar.
Para finalizar, los villanos pueden lograr algo importante que el héroe convencional no: la redención. Mientras que los “buenos” se presentan como recipientes sin mácula alguna, los malvados pueden redimirse de sus fechorías y compensar al resto de personajes o a la humanidad en su conjunto. La mera posibilidad de que esto suceda es un detonante emocional clave que los convierte en personajes trascendentes y memorables.
Joaquín Mateu Mollá, Doctor en Psicología Clínica. Director del Máster en Gerontología y Atención Centrada en la Persona (Universidad Internacional de Valencia), Universidad Internacional de Valencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee aquí el artículo original.
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