[Foto de origen: Vinay Tryambake/Unsplash]
Trabajar para mí era la meta. La alcancé. Lo logré. Trabajo para mí. Pero eso no ha arreglado mi vida. Soy libre de perseguir lo que quiera. Pero alcanzar metas no me completa ni me completará. Hay un término para esto: la falacia de la llegada. Es la razón por la que a veces nos sentimos “vacíos” incluso cuando logramos lo que queremos. Alcanzar una meta rara vez se siente como llegar. Porque no es el final que imaginamos.
Haces todo lo posible por ascender. Pero llegas y no hay nada. O peor aún, una decepción. Esto sucede porque el final que esperamos no necesariamente resuelve nuestros problemas. Las metas sirven de guía. Pueden mostrarte cuánto has crecido, cuánto has avanzado y lo que eres capaz de lograr. Pero no son un fin en sí mismas. La felicidad es una consecuencia de lograr las cosas.
Filósofos y psicólogos lo llevan diciendo años. Pero lo olvidamos porque buscamos la gratificación instantánea. Quieres experimentar lo que se siente cuando finalmente te dices a ti mismo que lo lograste. «El cerebro busca la felicidad, y como le preocupa mucho más el futuro que el presente, concibe la felicidad como la garantía de un futuro indefinido de placeres», escribió el filósofo Alan Watts.
LA CINTA DE CORRER HEDÓNICA
Las metas nunca se cumplen.
Nunca terminas. La mente humana está programada para adaptarse. Hoy logras algo y mañana encontrarás algo más en qué concentrarte. Se llama la cinta de correr hedónica. Crees que más dinero, una casa más grande, un ascenso o un nuevo proyecto te harán feliz. Lo consigues. Te sientes bien por un tiempo, luego tu cerebro cambia de objetivo. Sientes ese extraño vacío de nuevo. No significa que haya algo malo contigo. Es solo biología. Incluso las personas más exitosas que conoces sufren de esa trampa.
Estamos programados para la búsqueda, no para la posesión. La emoción del “bienestar” está en la búsqueda, no en los resultados. La emoción está en el hacer, en el proceso, en el “ya casi llego”. En cuanto consigues lo que quieres, el cerebro abandona el barco. La falacia se convierte en una trampa porque asumimos que un número, un título o una sola experiencia arreglará nuestro cableado. No lo hará. Acéptalo y dejarás de castigarte. Nunca estarás satisfecho.
Pero hay una forma de evitar la falacia de la llegada.
LA SOLUCIÓN
Concéntrate en encontrar significado y alegría en lo que haces a diario. «Son las laderas de la montaña las que sustentan la vida, no la cima», dice el escritor y filósofo Robert M. Pirsig. El sentido de la vida nunca fue vincular nuestra felicidad a las metas. Ni «llegar» para sentir alegría. Ya estás en la cima. Más vale que encuentres y disfrutes lo que te llena de vida. Dale sentido a tus experiencias, no a un hito puntual. Disfruta de los triunfos de hoy, por pequeños que sean. Observa tu progreso.
Encuentra alegría en el acto de hacer, no en marcar casillas. Sin duda, haz lo que debas. Fíjate la meta. Concéntrate en el proceso de hacer las cosas. Pero deja de esperar una felicidad que te cambie la vida al llegar. La culminación no es necesariamente satisfacción. Aprende a disfrutar del ascenso. De esa manera, incluso el fracaso se siente como un progreso. Porque lo es. Has aprendido lo que no funciona. Te has vuelto más sabio. Empiezo proyectos que sacan lo mejor de mí. Eso significa que me niego a apegarme al resultado. Me emociona el proceso. Solo tengo derecho a mis acciones, nunca a sus frutos. Lo que logre es una bonificación. Mahatma Gandhi dijo: “El camino es la meta”.
Enfócate en encontrarle sentido al hacer, no al tener. Completé una pequeña tarea del proyecto. Bien. Celebra las pequeñas cosas raras. ¿Ayudé a alguien en el trabajo sin esperar elogios? Genial. Estos pequeños logros pueden hacer maravillas en nuestra felicidad. La sensación de “llegada” que esperas no es el final. Es solo una de muchas experiencias por venir. Puede que te sientas vacío de nuevo. Y eso está bien. Es normal. Acéptalo, y de repente dejarás de temer al vacío. Dejarás de culparte.
ENCUENTRA ALEGRÍA EN LA ESCALADA
Las metas te guiarán. Pero es el proceso lo que realmente te transforma. Alcanzar una meta no llenará el vacío existencial. Empieza a encontrar alegría en el camino. Ahí es donde realmente te sientes vivo. La felicidad no es un lugar al que se llega. Es la calidad de tu atención a lo largo del camino. Es la concentración que le dedicas a tu trabajo, la conexión con tu equipo. Y las pequeñas mejoras que notas en el camino.
Sin duda, establece tus metas. Persíguelas. Pero recuerda, la meta es solo una de muchas en tu vida. Persigue metas para crecer. Ahí es donde realmente te sientes vivo. El verdadero trabajo es alcanzar la cima; es aprender a disfrutar del ascenso. El premio nunca fue el objetivo. La persona en la que te convertiste al ganarlo sí lo fue. La próxima vez que logres algo y sientas ese extraño vacío, no es señal de que seas desagradecido. Es señal de que eres humano.
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