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Ver el amor por el trabajo como virtud puede ser contraproducente

Tanto para las personas y las organziaciones.

Ver el amor por el trabajo como virtud puede ser contraproducente [Imagen: envato]

Es un consejo popular para recién graduados: “Encuentra un trabajo que ames y nunca trabajarás un día en tu vida”. A los estadounidenses se les dice a menudo que el amor por el trabajo es la ruta más segura hacia el éxito.

Como profesora de administración, puedo atestiguar que existe investigación sólida que respalda este consejo. En psicología, esta idea se describe como “motivación intrínseca”: trabajar porque encuentras el trabajo en sí satisfactorio. Las personas intrínsecamente motivadas tienden a experimentar disfrute genuino y curiosidad en lo que hacen, deleitándose en las oportunidades de aprender o dominar desafíos por sí mismos. La investigación ha demostrado durante mucho tiempo que la motivación intrínseca mejora el desempeño, la persistencia y la creatividad en el trabajo.

Sin embargo, mi investigación reciente con mis coautores sugiere que esta idea aparentemente inocente de amar tu trabajo puede adquirir un matiz moral. Cada vez más, las personas parecen juzgarse a sí mismas y a los demás según si están intrínsecamente motivadas. Lo que solía ser una preferencia personal se ha convertido, para muchos, en un imperativo moral: debes amar tu trabajo, y es de alguna manera incorrecto si no lo haces.

La moralización de la motivación

Cuando una preferencia neutral se carga de significado moral, los científicos sociales lo llaman “moralización”. Por ejemplo, alguien podría elegir inicialmente el vegetarianismo por razones de salud propias, pero llegar a verlo como lo correcto, y juzgar a otros en consecuencia.

La moralización de la motivación intrínseca sigue una lógica similar. Las personas trabajan por muchas razones: pasión, deber, familia, seguridad o estatus social. Pero una vez que la motivación intrínseca se moraliza, amar lo que haces se ve no solo como placentero sino como virtuoso. Trabajar por dinero, prestigio u obligación familiar comienza a verse como menos admirable, incluso sospechoso.

En un estudio de 2023, los investigadores de negocios Julia Lee Cunningham, Jon M. Jachimowicz y yo encuestamos a más de 1,200 empleados, preguntándoles si pensaban que trabajar por disfrute personal era virtuoso.

Descubrimos que quienes lo hacían tendían a creer que todos los demás también deberían estar intrínsecamente motivados. También era más probable que vieran otros motivos, como trabajar por paga o reconocimiento, como moralmente inferiores. Tendían a estar de acuerdo, por ejemplo, en que “tienes la obligación moral de amar el trabajo en sí más que amar las recompensas y beneficios”.

Estos empleados habían interiorizado la idea de que trabajas por amor o por dinero, aunque la mayoría de las personas, en realidad, hacen ambas cosas.

Los costos para ti

A primera vista, tratar el amor por el trabajo como una virtud parece ofrecer solo beneficios. Si la misión de un trabajo o las tareas diarias son personalmente significativas, puedes persistir a través de desafíos, porque renunciar podría sentirse como traicionar un ideal.

Pero esta virtud también puede ser contraproducente. Cuando la motivación intrínseca se convierte en un deber moral en lugar de una alegría, puedes sentirte culpable por no amar constantemente tu trabajo. Emociones que son normales en cualquier trabajo, como el aburrimiento, la fatiga o el desapego, pueden provocar sentimientos de fracaso moral y autocrítica. Con el tiempo, esta presión puede contribuir al burnout si permaneces en roles insostenibles por culpa.

Al idealizar tu “trabajo soñado” cuando estás solicitando empleo, puedes pasar por alto la seguridad, la estabilidad y otras necesidades vitales importantes, arriesgándote a tensiones financieras y subutilizando tus talentos. Este estándar poco realista también podría llevarte a dejar un trabajo demasiado pronto cuando la realidad decepciona o la pasión inicial se desvanece.

Los costos para una empresa

Moralizar la motivación intrínseca no se detiene en uno mismo; también remodela cómo juzgamos a otros. Las personas que moralizan la motivación intrínseca a menudo la esperan de todos los demás.

En un estudio de casi 800 empleados en 185 equipos, encontramos que los empleados que moralizaban la motivación intrínseca eran más generosos hacia compañeros de equipo que percibían como amantes de su trabajo. Sin embargo, estaban menos dispuestos a ayudar a colegas que consideraban menos apasionados. En otras palabras, moralizar la motivación intrínseca puede convertir a los empleados en “santos selectivos”: buenos con algunos, pero de manera selectiva.

 [Foto: Moyo Studio/E+ via Getty Images]

Esta dinámica puede crear problemas para los equipos de trabajo. Los líderes que moralizan fuertemente la motivación intrínseca pueden adoptar estilos de liderazgo destinados a encender la pasión en sus equipos, enfatizando la autonomía de los trabajadores, por ejemplo.

Si bien es inspirador en la superficie, este enfoque puede alienar a empleados que trabajan por razones más pragmáticas. Con el tiempo, yo argumentaría, esto puede generar tensión y conflicto, ya que algunos miembros del equipo son celebrados como “verdaderos creyentes” y otros son marginados silenciosamente. Expresar amor por el trabajo se convierte en una especie de mercancía: una forma más de salir adelante.

Abrazar varios motivos

Personas en todo el mundo experimentan motivación intrínseca. Pero si ese sentimiento es universal, su moralización no lo es.

Mi investigación actual con la investigadora de administración Laura Sonday sugiere que moralizar la motivación intrínseca es más pronunciado en algunas culturas que en otras. Donde el trabajo se ve como un medio de servicio, deber o equilibrio, en lugar de una fuente de realización personal, amar el trabajo puede ser apreciado pero no tratado como una expectativa moral.

Instaría a los líderes de oficina a reconocer la naturaleza de doble filo de moralizar la motivación intrínseca. Expresar amor genuino por el trabajo puede inspirar a otros, pero imponerlo como una norma moral puede silenciar o avergonzar a quienes tienen valores o prioridades diferentes. Los líderes deben tener cuidado de no equiparar el entusiasmo con la virtud, o asumir que la pasión siempre indica integridad o competencia.

Para los empleados, puede valer la pena reflexionar sobre cómo hablamos de nuestra propia motivación. Amar el trabajo es maravilloso, pero también es perfectamente humano valorar la estabilidad, el reconocimiento o las necesidades familiares. En una cultura donde “haz lo que amas” se ha convertido en un mandamiento moral, recordar que no es la razón principal y última para trabajar puede ser la postura más moral de todas.

Mijeong Kwon es profesora adjunta de Administración en la Universidad de Rice.

Este artículo es republicado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lee el artículo original.

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