[Foto: Armando Tovar/Fast Company México]
Miren, voy a ser honesto con ustedes: cuando me preguntaron “¿quieres ir a un resort all-inclusive de Iberostar en Brasil para escribir sobre sustentabilidad”, mi primer pensamiento fue “ah, perfecto, finalmente puedo justificar un acto de desaparición de la oficina y trabajar en shorts desde un camastro”. Mi segundo pensamiento fue “espera, ¿qué tiene que ver la sustentabilidad con un resort?”. Y mi tercer pensamiento, el más honesto de todos, fue “no importa, hay bufet”.
Resulta que importa bastante. Y el bufet también importa, pero no de la manera que yo pensaba.
Aquí estoy, en el Iberostar Selection Praia do Forte, en la costa de Bahía, haciendo exactamente lo que harías en cualquier resort all-inclusive: mirando palmeras mecerse con la brisa (check), evitando pensar en el correo del trabajo (check), considerando seriamente si está bien desayunar un mix de waffles, pão de queijo, un omelet y una dosis de fiambres que jamás me aprobaría el nutriólogo (siempre check). Pero en las cocinas de este lugar, donde se preparan miles de comidas diarias para personas como yo que definitivamente van a repetir postre, hay algo raro sucediendo.
Hay sensores. Con inteligencia artificial. Mirando la basura orgánica.
Y antes de que piensen “genial, la distopía tecnológica finalmente llegó a arruinar mis vacaciones”, déjenme explicarles por qué esto es genuinamente fascinante y no para nada lo que esperaba.
Okay, pero ¿qué hace la IA en los contenedores de basura?
(Pregunta que jamás pensé que escribiría en mi vida profesional, pero aquí estamos).

Margareth de Buzin, una bióloga que tiene el título oficial de gerente de administración de Destinos de Iberostar en Brasil y el título no oficial de “persona que sabe absolutamente todo sobre este lugar”, me lleva a un recorrido por las entrañas del resort. Y cuando digo entrañas, me refiero literal: las cocinas industriales, las áreas de servicio, los lugares donde la magia del all-inclusive realmente sucede y que normalmente están cuidadosamente escondidos de los huéspedes que prefieren mantener la ilusión de que la comida simplemente aparece.
“Tenemos tecnología para detectar lo que sale todos los días relacionado con comida”, me dice, y yo asiento como si esto fuera totalmente normal y no algo que suena sacado de un episodio de Black Mirror pero, como, el episodio menos aterrador.
Así es como funciona: en los contenedores de residuos orgánicos hay sensores equipados con IA que monitorean constantemente qué se está tirando, cuánto se tira y cuándo se tira. La tecnología identifica patrones. Si nota que todos los días se desechan tres bandejas completas de, digamos, berenjenas a la parmesana (porque seamos honestos, nadie en un all-inclusive está eligiendo berenjenas cuando hay picanha), el sistema alerta a la cocina: “Oye, tal vez preparen menos berenjenas”.
Es inteligencia artificial al servicio del sentido común básico, que es paradójicamente el uso menos común de la inteligencia artificial.

Pero aquí está la parte verdaderamente cool (y admito que usar “cool” para describir gestión de residuos es extraño, pero dense una oportunidad): todo residuo orgánico se almacena inmediatamente en cuartos fríos. Refrigeración industrial. ¿Por qué? Porque el frío retrasa la descomposición, lo que significa que no hay ese olor a basura que todos conocemos y odiamos, y más importante desde una perspectiva ambiental, no se generan lixiviados (ese líquido asqueroso del fondo del bote de basura, sí, ese) ni metano.
Y el metano, mis amigos, es un gas de efecto invernadero mucho peor que el CO2. Así que básicamente estamos hablando de refrigeradores que previenen el apocalipsis climático un residuo de camarón a la vez.
¿Suena ridículo cuando lo pongo así? Totalmente. ¿Es efectivo? Parece que sí.
El lugar donde la basura va a terapia (o: mi viaje inesperado a una planta de compostaje)
Entonces, después de explicarme todo el sistema de IA y refrigeración, De Buzin me dice: “¿Quieres visitar la planta de compostaje donde enviamos todo esto?”.
Y yo, que vine aquí esperando pasar mi tiempo en la playa, digo: “Por supuesto que sí”, porque así es como funciona el periodismo. (También porque secretamente me encantan este tipo de cosas raras, pero eso es otra historia).
Así que nos subimos a una van y fuimos hasta Mata de São João, donde está Ponto a Ponto, la planta de compostaje que procesa todos los residuos orgánicos del resort.
Ahora, yo tenía ciertas expectativas sobre cómo sería una planta de compostaje. Expectativas que involucraban olores ofensivos, nubes de moscas, y generalmente querer estar en cualquier otro lugar. Expectativas basadas en, ya saben, la realidad de lo que es la materia orgánica descomponiéndose.
Y cuando llegamos, rodeados por vegetación tropical súper densa, lo primero que noto es: no huele mal. Como, para nada. Y no hay moscas. Y definitivamente no hay ratas.

Emilio Capillure, el empresario español que dirige Ponto a Ponto, me mira con esa expresión que claramente dice “sí, todos llegan esperando que esto sea asqueroso” y explica: “Si lo haces bien, no hay malos olores, no hay moscas, no hay ratas”.
Okay, pero aquí está el truco: Ponto a Ponto no solo acepta frutas y verduras, que es lo que la mayoría de las plantas de compostaje procesan porque es relativamente fácil. No. Estos tipos aceptan todo. Cerdo, pollo, pescado, camarones, res. Todo.

“El 100% de proteínas”, dice Capillure con un orgullo justificado. “Hay otras empresas que solo reciben verduras y frutas. Nosotros trabajamos con todo”.
Y procesar proteína animal es infinitamente más difícil que procesar vegetales. La carne se descompone diferente, atrae bichos, genera lixiviados más complejos. Requiere un control obsesivo del proceso. Cada pila de compost tiene que voltearse regularmente, monitorearse constantemente por temperatura y humedad, y cubrirse inmediatamente con carbono (poda triturada, para ser específicos). Algo así como una inmensa lasaña pero hecha con capas de leftovers y un mix de hojas y ramas secas.
“No podemos dejar ni un momento una pila descubierta”, explica. “Controlamos la descomposición natural, que es una cosa creada por Dios, no hemos inventado nada. Pero tenemos que seguir el proceso adecuado 100%”.
Es como si el compostaje fuera una receta muy exigente y si te saltas un paso, todo se convierte en un desastre maloliente que seduce alimañas. Lo cual, ahora que lo pienso, describe bastante bien mi experiencia intentando hacer pan de masa madre durante la pandemia.
Los números son ridículos (de la manera correcta)
Ponto a Ponto procesa 400 toneladas de residuos orgánicos al mes. CUATROCIENTAS TONELADAS. Por mes. Intenten visualizar eso. (Yo no puedo, honestamente. Mi cerebro se detiene en “mucho”).
Y aquí está la parte que me voló la mente: nada sale de esta planta sin convertirse en algo útil. Es economía circular al 100%. Todo el residuo se pesa al entrar (hay básculas industriales, es toda una producción), se procesa, y se convierte en dos productos: abono sólido y biofertilizante líquido.
El biofertilizante líquido es ese lixiviado del que hablábamos antes. Ese “juguito” asqueroso que se forma en el fondo de tu basura cuando olvidas sacarla por dos días. (Capillure literalmente usa esa analogía y yo aprecio profundamente su honestidad.) Excepto que aquí lo capturan, lo tratan, lo analizan en laboratorio, y lo convierten en un fertilizante tan concentrado que un litro tiene que mezclarse con 100 litros de agua.
“Tiene niveles muy elevados de potasio, carbono, nitrógeno”, explica Capillure. “Es muy fuerte”.

Y tanto el abono como el fertilizante líquido se venden comercialmente. Iberostar compra parte de la producción para sus áreas verdes, pero generan tanto residuo que es físicamente imposible que usen todo el abono que producen. Así que se comercializa a agricultores locales, otros hoteles, y así.
Es el ciclo perfecto: los residuos del resort se convierten en fertilizante para la región, enriqueciendo el suelo en lugar de contaminar vertederos. La materia orgánica regresa a donde empezó. Es poético, si lo piensan. (Y sí, acabo de usar “poético” para describir gestión de residuos. Este artículo me está cambiando como persona).
Tortugas marinas y la razón por la que esto importa más de lo que pensé
Okay, plot twist: resulta que todo esto no es solo sobre sentirse bien con tus vacaciones mientras devoras el bufet con la conciencia tranquila. Hay consecuencias reales.
Praia do Forte está dentro de un área de preservación ambiental. Y en la playa del resort, hay un puesto de monitoreo del Projeto Tamar, la organización de conservación de tortugas marinas más importante de Brasil. No es un letrero bonito para las fotos. Es una estación real, con biólogos reales, haciendo trabajo de conservación real.

Durante la temporada de anidación, el equipo del Tamar patrulla la playa todas las noches buscando tortugas que emergen del mar para poner huevos. Marcan cada nido, lo monitorean durante lo que toma la incubación, protegen los huevos de depredadores, y eventualmente (si todo sale bien) liberan las crías al mar.
“Hace 40 años, cuando empezaron los cuidados con las tortugas aquí, ellas estaban desapareciendo”, me dice De Buzin. “No había más tortugas.”
Pausa para que eso se asiente. Cuarenta años atrás, esta playa estaba perdiendo sus tortugas marinas. Hoy, verlas anidar durante la temporada es común. Esa es una historia de éxito de conservación que tomó décadas de trabajo consistente.
Y el resort adaptó toda su operación nocturna para ayudar. Las luces exteriores que dan a la playa tienen focos especiales –tenues y de luz amarilla o roja– y apuntan hacia abajo, porque la contaminación lumínica desorienta a las tortugas. Las crías que deben llegar al mar guiándose por el reflejo de la luna en el agua van en la dirección equivocada.
“Las tortuguitas cuando salen de los nidos van hacia la luz –dice Landis Vinícius, coordinador de campo en Projeto Tamar– y no es que pueden ir: van a ir hacia las luces. Una tortuguita tiene que llegar al mar, pero si viene para acá (hacia tierra) tiene el sol, los perros, los gatos y cualquier cosa que la va a atrapar. Los hoteles acá tienen una condición de las luces muy favorable a las tortugas”.
Así que sí, hay protocolos. Hay capacitación para el personal. Hay coordinación con los biólogos. Y funciona.
Algunos huéspedes tienen la suerte de presenciar una liberación de crías. Y De Buzin me dice: “Es una experiencia que las personas nunca olvidan. Ver esas criaturas minúsculas corriendo hacia el mar, luchando contra las olas, conecta a las personas con la naturaleza de una manera que ninguna charla o documental puede lograr”.
Lo cual, fair point. Yo nunca he visto una liberación de tortugas bebé y ahora me siento personalmente atacado por perderme eso.
La parte donde admito que suena a greenwashing pero aparentemente no lo es
Miren, yo llegué aquí con un escepticismo saludable. Porque vivimos en una era donde todas las corporaciones dicen que les importa el medio ambiente, ponen fotos de árboles en sus sitios web, y luego sigues descubriendo que, en realidad, no están haciendo nada sustancial. Es greenwashing. Es ubicuo. Es molesto.
Pero mientras más tiempo pasaba en Iberostar Praia do Forte, más me daba cuenta de que esto es… diferente. No están pintando todo de verde y llamándolo sustentabilidad. Tienen infraestructura real. Inversiones reales. Colaboraciones reales con organizaciones de conservación que tienen décadas de trayectoria.
Construyeron una planta de tratamiento de aguas cuando no había ninguna en la región. Eliminaron todas las botellas de plástico de un solo uso de las habitaciones (lo cual inicialmente preocupó a algunos huéspedes pero, bueno, a veces el cambio es incómodo). Sustituyeron casi todos los vehículos de combustión interna por eléctricos para el transporte interno del complejo.

Impacto que se ve y se siente
Tienen una feria permanente de artesanías donde 17 asociaciones locales venden directamente a los huéspedes, sin intermediarios. Trabajan directamente con pescadores artesanales para garantizar que los mariscos del bufet sean trazables y que los pescadores reciban compensación justa.
“Muchas veces hay intermediarios –explica De Buzin–. Y la persona que salió para el mar que tuvo todo aquel trabajo de horas y horas no tiene tantas ganancias con su producción. Nuestro trabajo es exactamente intentar desarrollar acuerdos con las pesquerías artesanales para que la prosperidad tenga circularidad por el lugar”.
Tienen un programa (Joven Aprendiz) donde más de 100 jóvenes locales reciben su primer empleo cada año. Muchos continúan haciendo carrera en la industria. Es desarrollo económico local tangible, no solo un talking point corporativo.
Y están en los jardines plantando especies nativas que necesitan menos agua y previenen la erosión de la playa. Y tienen certificaciones internacionales (Earth Check, Gold) que validan todo esto. Y participan activamente en el consejo gestor del área de preservación ambiental donde están ubicados dentro de un terreno de 200 hectáreas que en otro tiempo fueron una hacienda ganadera y de palma.
Es… mucho. Es genuinamente mucho.
El verdadero lujo es no sentirte como basura (literal y metafóricamente)

Aquí está la cosa que realmente me quedó después de todo esto: durante toda mi estadía, mientras disfrutaba de bufets ridículamente variados y servicio de toallas limpias que aparecen mágicamente, nunca vi ninguno de estos sistemas funcionando.
La IA en las cocinas: invisible. Los cuartos fríos: escondidos. El compostaje: a kilómetros de distancia. El monitoreo de tortugas: sucede de noche. Las plantas nativas: se ven simplemente como paisajismo bonito.
Todo opera en segundo plano. Y esa es la jugada maestra, si lo piensan. No están golpeándote en la cabeza con carteles de “MIRA NOMÁS QUÉ TAN VERDES SOMOS” en cada esquina. No están haciendo que tu experiencia de vacaciones se sienta como una conferencia ambiental. Simplemente construyeron los sistemas para que funcionen bien sin que tengas que pensar en ellos.
“Tenemos más de 2,000 colaboradores”, me dice De Buzin. “El mensaje de sostenibilidad tiene que bajar hasta las personas para que tengan una comprensión de por qué se hace esto y cuál es la finalidad: realmente pensar en el futuro para que podamos continuar usufructuando de las playas, de la naturaleza”.
Y ahí está. El objetivo no es hacer que te sientas culpable por estar de vacaciones. El objetivo es construir un sistema donde puedas tener vacaciones increíbles y ese sistema no destruya activamente el planeta. Donde tu diversión y la conservación no sean conceptos mutuamente excluyentes.
Plot twist final: el lujo responsable no es un oxímoron
Durante décadas, lujo significó exceso sin consecuencias. Significó “más es más” sin preguntas. Significó abundancia como performance, como demostración de estatus.
Y lo que Iberostar –grupo español fundado en 1956– está haciendo (junto con Ponto a Ponto, el Proyecto Tamar, las comunidades locales, las pesquerías artesanales, todos) es redefinir qué significa lujo. No es solo tener acceso a lo que quieras cuando lo quieras. Es tener acceso a eso mientras activamente mejoras el lugar donde estás.
Es turismo que deja las cosas mejor de lo que las encontró. Es economía circular real. Es trabajar con comunidades en lugar de simplemente existir en su territorio. Es pensar en las tortugas marinas cuando diseñas tu iluminación nocturna, por el amor de Dios.
¿Es perfecto? Probablemente no. ¿Podría hacerse más? Siempre. Pero es significativamente más que casi cualquier otro resort all-inclusive que conozco, y eso cuenta para algo.
Así que aquí estoy, al final de este viaje inesperado hacia el mundo de la gestión de residuos potenciada por IA, compostaje total, y conservación de tortugas marinas, pensando: tal vez el futuro del turismo no es tan deprimente como pensé.
Tal vez, solo tal vez, podemos tener nuestro bufet y comerlo también. (Literalmente. Con menos desperdicio. Monitoreado por IA. Ya entienden el punto).
Y ahora, si me disculpan, tengo que ir a ver si liberan tortugas bebé esta noche. Porque aparentemente eso es una cosa que hago ahora. Quién lo hubiera pensado.
Postdata: Sí, comí de más durante esta investigación. Sí, fue delicioso. No, no me arrepiento de nada. Eso también es sustentabilidad: la sustentabilidad de mi cordura en 2025.
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