[Imágenes: Kasimin/Adobe Stock; Brilt/Adobe Stock]
Hablamos del tiempo en el trabajo como si fuera un recurso fijo: algo externo a nosotros y algo que o bien “gestionamos” o “nunca tenemos suficiente”. La gente cree sinceramente que el problema es el reloj. Pero cuanto más analizamos cómo procesa el cerebro la experiencia, menos cierto resulta.
Las personas no se sienten presionadas por tener demasiadas tareas. Se sienten presionadas porque su cerebro construye el tiempo de tal manera que todo parece urgente o imposible de alcanzar.
La neurociencia moderna lleva tiempo señalándolo. Nuestra experiencia del tiempo —lo que se siente rápido, lento, abrumador o insuficiente— no es la lectura de un cronómetro interno. Es una historia que el cerebro construye mediante la predicción, la memoria, el estado emocional y la identidad.
En otras palabras: tu cerebro no observa el tiempo. Lo genera. O dicho de otro modo: el cerebro predice el tiempo, no lo mide.
En lugar de registrar el tiempo objetivamente, el cerebro usa patrones y contexto para estimar cuánto tardan las cosas. Se basa en la memoria y la información sensorial para crear una cronología coherente. Pero el problema es que esas estimaciones internas cambian drásticamente según lo que sucede en nuestro interior.
Cuando tu sistema está estable y regulado, tu sentido interno del tiempo se amplía. Puedes pensar con claridad, tomar decisiones desde la parte de tu cerebro diseñada para resolver problemas y avanzar en tu día sin sentirte constantemente atrasado. En cambio, cuando estás estresado o mentalmente sobrecargado, el cerebro lo acelera todo. El tiempo se contrae y pierdes la sensación de autonomía. Los minutos desaparecen e incluso las tareas más sencillas se sienten apresuradas.
El calendario externo no ha cambiado, pero tu reloj interno sí.
El estrés y la emoción distorsionan la experiencia del tiempo
Bajo estrés, el cerebro se concentra excesivamente en la predicción: ¿Qué podría salir mal? ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Qué olvidé? ¿Qué sigue?
Esto desvía la atención del procesamiento continuo y la centra en el monitoreo de amenazas, lo que hace que el tiempo se sienta fragmentado y caótico.
La emoción hace algo similar. Cuando estás ansioso, tu cronología interna se vuelve inestable e inconsistente. Por otro lado, cuando te agobian patrones emocionales sin resolver o bucles del pasado, el presente se siente comprimido y el futuro lejano. Precisamente por eso, meses enteros pueden parecer borrosos, y sin embargo, días individuales se sienten extrañamente pesados o estirados.
Experimentamos el tiempo no como es, sino como nuestro estado interno lo moldea.
La identidad juega un papel más importante de lo que la gente piensa
Tu identidad —quién crees que eres ahora mismo y quién crees que ya deberías ser— tiene un impacto directo en tu percepción del tiempo. Cuando hay una gran diferencia entre tu yo actual y el yo en el que crees que “deberías” haberte convertido ya, el cerebro lo interpreta como un retraso.
Las personas que viven con una identidad tensa a menudo sienten que van constantemente atrasadas, incluso en días con una carga de trabajo razonable. Esto crea una presión silenciosa subyacente en lo que hacen.
Es importante reconocer que esto no es pereza ni falta de disciplina, sino una experiencia temporal distorsionada, moldeada por la tensión de la identidad.
Por qué dos personas con el mismo horario sienten el tiempo de manera diferente
Cualquier líder ha visto esto, pero no siempre puede explicarlo: dos empleados con los mismos plazos, la misma carga de trabajo e incluso las mismas herramientas, pero uno se mantiene estable y el otro está abrumado.
Desde fuera parecen idénticos, pero desde dentro viven en mundos temporales completamente diferentes.
El sistema nervioso de una persona está lo suficientemente regulado como para permitir que su cerebro registre el tiempo de forma coherente. La otra sufre una hiperactividad predictiva crónica y experimenta el tiempo como algo escurridizo e implacable.
La atención moldea la textura del tiempo
Hay una razón por la que el trabajo profundo se siente lento y espacioso, mientras que los días llenos de interrupciones se desvanecen en un instante.
Esto se debe a que la atención proporciona al cerebro suficiente información para construir una línea de tiempo rica y continua. La fragmentación tiene el efecto contrario. Cuando la atención se dispersa, el tiempo se vuelve tenue. Pierde su estructura y se siente más corto.
Esto no solo es desagradable. También cambia la forma en que las personas recuerdan su jornada laboral, cómo evalúan su progreso y cuán capaces se sienten.
Cuando las empresas diseñan involuntariamente jornadas llenas de microinterrupciones, no sólo reducen la productividad, sino que también alteran la experiencia subjetiva del tiempo de los empleados.
Y la gente toma decisiones muy diferentes cuando siente que el tiempo desaparece.
Qué significa esto para el trabajo moderno
Si la presión del tiempo y la sobrecarga provienen de una distorsión interna del tiempo y no de una escasez externa de tiempo, entonces nuestras conversaciones sobre productividad deben cambiar drásticamente.
Y esto no se refiere a una mejor gestión del tiempo. Se trata de reducir los estados internos que distorsionan la forma en que las personas experimentan el tiempo.
Los líderes pueden influir en esto más de lo que creen utilizando las siguientes estrategias:
1) Reducir los factores estresantes crónicos innecesarios: para evitar que la percepción del tiempo se distorsione hasta volverse inútil.
2) Proteger ventanas de enfoque ininterrumpido: como base para una experiencia temporal coherente.
3) Ser intencional con la urgencia: la urgencia constante reconfigura el cerebro para vivir en una línea de tiempo comprimida y reactiva.
4) Ofrecer futuros claros y fundamentados: un sentido estable de “hacia dónde voy” ayuda a las personas a sentirse ancladas, en lugar de sentirse constantemente rezagadas.
El verdadero trabajo no consiste en encajar más tareas en un número fijo de horas, sino en ayudar a las personas a vivir en una línea de tiempo interna que no esté distorsionada por el estrés y la presión de la identidad.
El tiempo siempre avanza al mismo ritmo. Pero el tiempo que determina el agotamiento, la claridad, el rendimiento y la toma de decisiones es el tiempo que tu cerebro construye desde dentro.
Entender esa diferencia lo cambia todo.
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