[Foto: 20th Century-Fox/Getty Images/Getty Images]
En la película de 1966 Viaje Fantástico, una nave espacial y su tripulación son reducidos a tamaño microscópico e inyectados en el cuerpo de un astronauta herido para extraerle un coágulo de sangre potencialmente mortal del cerebro. La película ganadora del Oscar —posteriormente adaptada a novela por Isaac Asimov— parecía pura fantasía en su momento. Sin embargo, anticipó lo que podría ser la próxima revolución en la medicina: la idea de que sensores cada vez más pequeños y sofisticados están a punto de entrar en nuestros cuerpos, conectando a los seres humanos a internet.
Este “internet de los seres” podría ser la tercera y última fase de la evolución de internet. Tras conectar computadoras en la primera fase y objetos cotidianos en la segunda, los sistemas de información globales se conectarían ahora directamente a nuestros órganos. Según científicos naturales, reunidos recientemente en Dubái para una conferencia titulada Prototipos para la Humanidad, este escenario se está volviendo técnicamente viable. El impacto en las personas, las industrias y las sociedades será enorme.
La idea de digitalizar los cuerpos humanos inspira tanto sueños como pesadillas. Algunos multimillonarios de Silicon Valley fantasean con vivir eternamente, mientras que a los expertos en seguridad les preocupa que los riesgos de hackear cuerpos eclipsen las preocupaciones actuales sobre ciberseguridad. Como explico en mi próximo libro, Internet of Beings, esta tecnología tendrá al menos tres consecuencias radicales.
En primer lugar, la monitorización permanente del estado de salud facilitará enormemente la detección de enfermedades antes de que se desarrollen. El tratamiento cuesta mucho más que la prevención, pero un rastreo sofisticado podría sustituir muchos fármacos por medidas menos invasivas: cambios en la dieta o rutinas de ejercicio más personalizadas.
Millones de muertes podrían evitarse simplemente enviando alertas a tiempo. Solo en Estados Unidos, 170,000 de los 805,000 ataques cardíacos que se producen cada año son “silenciosos” porque las personas no reconocen los síntomas.
En segundo lugar, los sensores —mejor llamados biorobots, ya que probablemente estarán hechos de gel— están adquiriendo la capacidad no solo de monitorizar el cuerpo, sino también de curarlo activamente. Podrían liberar dosis de aspirina al detectar un coágulo sanguíneo o activar vacunas cuando atacan virus.
Las vacunas de ARNm desarrolladas para COVID-19 podrían haber abierto esta frontera. Los avances en las tecnologías de edición genética podrían incluso dar lugar a biorrobots capaces de realizar microcirugía con minúsculas “tijeras” hechas de proteínas que reparan el ADN dañado.
En tercer lugar, y más importante, la investigación médica y el descubrimiento de fármacos experimentarán un cambio radical. Hoy en día, los científicos proponen hipótesis sobre sustancias que podrían ser eficaces contra ciertas afecciones y luego las prueban mediante ensayos costosos y que requieren mucho tiempo. En la era del internet de las cosas, el proceso se invierte: enormes bases de datos generan patrones que muestran qué funciona para un problema, y los científicos trabajan a la inversa para comprender por qué. Se desarrollarán soluciones mucho más rápidas, económicas y precisas.
Transformaciones radicales
La era de la medicina universal ya está llegando a su fin, pero el internet de las cosas irá mucho más allá. Cada persona podría recibir asesoramiento diario sobre dosis de medicamentos adaptadas a microcambios como la temperatura corporal o la calidad del sueño.
La propia organización de la investigación médica se transformará radicalmente. Inmensas cantidades de datos de cuerpos en vida natural podrían revelar que algunos dolores de cabeza se deben a nuestra forma de caminar, o que el cerebro y los pies se influyen mutuamente de maneras inesperadas.
La investigación actual se centra en enfermedades y órganos específicos. En el futuro, esto podría cambiar hacia el uso de “gemelos digitales” cada vez más sofisticados: modelos virtuales de la biología de una persona que se actualizan en tiempo real utilizando sus datos de salud. Estas simulaciones pueden utilizarse para probar tratamientos, predecir cómo responderá el cuerpo y explorar enfermedades antes de que aparezcan. Este cambio transformaría fundamentalmente lo que entendemos por ciencias de la vida.
El sueño aquí no es vencer el envejecimiento, como afirman algunos transhumanistas. Es más concreto: hacer que la atención médica sea accesible para todos los estadounidenses, salvar el NHS del Reino Unido, vencer el cáncer, llegar a los países más pobres y ayudar a todos a vivir más tiempo sin enfermedades.
La pesadilla, sin embargo, es perder nuestra humanidad mientras digitalizamos nuestros cuerpos. El internet de los seres es una de las posibilidades más fascinantes que la tecnología está abriendo, pero debemos explorarla con cuidado. Reanudamos el viaje que la humanidad emprendió en aquellos optimistas años de la década de 1960, cuando aterrizamos en un planeta alienígena por primera vez. Solo que ahora, el territorio alienígena que exploramos somos nosotros mismos.
Este artículo fue encargado en colaboración con el Programa de Profesores, parte de Prototipos para la Humanidad, una iniciativa global que promueve y acelera la innovación académica para resolver desafíos sociales y ambientales. The Conversation es el medio colaborador de Prototipos para la Humanidad 2025.
Francesco Grillo es investigador académico del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Bocconi.
Este artículo se publicó originalmente de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lee el artículo original.
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