La fast fashion está en todas partes. En casi todos los centros comerciales, en las publicaciones de influencers en redes sociales que promueven el consumo excesivo, y en los anuncios que aparecen constantemente en línea.
Su enfoque en la producción continua de ropa nueva se caracteriza por ciclos rápidos que le dan su nombre. El fast fashion busca copiar rápidamente diseños de alta gama con materiales de baja calidad, lo que resulta en ropa mal fabricada destinada a usarse una o dos veces antes de ser desechada.
Una de las principales compañías de fast fashion, Zara, tiene como objetivo poner ropa en las tiendas 15 días después del diseño inicial. Otra, Shein, agrega hasta 2,000 nuevos artículos a su sitio web todos los días.
Mientras otras empresas de la industria de la moda trabajan hacia una producción más sostenible, el fast fashion se enfoca en las ganancias. En 2022, el valor de este mercado fue estimado en aproximadamente 100,000 millones de dólares y está creciendo rápidamente. Es una de las razones principales por las que la producción mundial de ropa se duplicó entre 2000 y 2014.
Los grandes ganadores en este juego son las corporaciones. La industria tiene una reputación de explotar a los trabajadores, causar contaminación excesiva y generar enormes cantidades de desechos. Los consumidores se ven atrapados en una presión insana de comprar más, ya que las prendas baratas se desgastan rápidamente.
El fast fashion también tiene un impacto creciente en el clima global. Se estima que es responsable de entre 8% y 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero; se proyecta que estas emisiones crezcan rápidamente a medida que la industria se expande.
Yo enseño cursos que exploran el fast fashion y la sostenibilidad. El crecimiento de esta industria parece imparable, pero una combinación de legislación y voluntad podría ayudar a controlarla.
Entender el daño
Alrededor de 60% de los artículos del fast fashion están hechos de textiles sintéticos derivados de plásticos y productos químicos que comienzan su vida como combustibles fósiles. Cuando esta ropa sintética se lava o se desecha en vertederos para descomponerse, puede liberar microplásticos al medio ambiente. Los microplásticos contienen químicos como ftalatos y bisfenol A, que pueden afectar la salud de humanos y animales.
Las fibras naturales también tienen sus propios impactos en el medio ambiente. Cultivar algodón requiere grandes cantidades de agua, y los pesticidas pueden escurrirse desde los campos agrícolas hacia arroyos, ríos y bahías. También se utiliza agua en el tratamiento químico y teñido de textiles. Un informe de 2005 liderado por las Naciones Unidas sobre el uso de agua en el algodón estimó que, en promedio, una sola camiseta de algodón requiere aproximadamente 2,650 litros de agua desde el cultivo hasta el estante, con aproximadamente 1,135 litros de esa agua utilizada para riego.
Los químicos usados para procesar textiles para la industria de la moda también contaminan las aguas residuales con metales pesados, como cadmio y plomo, y tintes tóxicos. Estas aguas terminan en los causes de muchos países, afectando el medio ambiente y la vida silvestre.
La alta producción del fast fashion también crea literalmente montañas de desechos. Según una estimación, más de 90 millones de toneladas de desechos textiles terminan en vertederos a nivel mundial cada año, lo que añade gases de efecto invernadero a medida que se descomponen lentamente. Solo un pequeño porcentaje de la ropa desechada se recicla.
De fashionista a guardián ambiental
En muchas culturas, la autopercepción de las personas está íntimamente conectada con las elecciones de moda, reflejando cultura y alianzas.
El atractivo de comprar nuevos artículos proviene de muchas fuentes. Los influencers en redes sociales explotan el miedo a perderse algo (FOMO, por sus siglas en inglés). Los artículos baratos también pueden llevar a compras impulsivas.
Las investigaciones muestran que las compras pueden crear una sensación eufórica de felicidad. Sin embargo, la velocidad y el marketing del fast fashion también pueden entrenar a los consumidores en una “obsolescencia psicológica“, lo que les lleva a sentir desagrado por compras que anteriormente disfrutaron, y rápidamente las reemplazan por nuevas adquisiciones.
Las personalidades famosas pueden estar ayudando a frenar esta tendencia. Las redes sociales explotan cuando una primera dama o Kate Middleton, la duquesa de York, usa un atuendo más de una vez. El movimiento #30wearschallenge está empezando con pequeños pasos, instando a los consumidores a planificar usar cada prenda de ropa que compren al menos 30 veces.
El upcycling, convertir ropa vieja en nuevos artículos, y la compra de ropa sostenible y de alta calidad que puede durar años son promovidos por las Naciones Unidas y otras organizaciones, incluidas alianzas en la industria de la moda.
Algunos influencers también promueven marcas de moda más sostenibles. Las investigaciones han demostrado que la influencia de los pares puede ser un poderoso impulsor para tomar decisiones más sostenibles. El mercado más grande para el fast fashion es la Generación Z, de 12 a 27 años, muchos de los cuales también están preocupados por el cambio climático y podrían reconsiderar sus compras si reconocieran las conexiones entre fast fashion y el daño ambiental.
Algunos gobiernos también están tomando medidas para reducir los desechos de la moda y otros productos de consumo. La Unión Europea desarrolla requisitos para que la ropa dure más tiempo y prohíbe a las empresas desechar textiles y calzado no vendidos. Francia tiene una legislación pendiente que, si se aprueba, prohibiría la publicidad para las empresas de fast fashion y sus productos, requeriría que publiquen el impacto ambiental de sus productos y aplicaría multas por violaciones.
Los cambios en los hábitos de consumo, las nuevas tecnologías y la legislación pueden ayudar a reducir la demanda de moda no sostenible. El costo de la ropa barata usada solo unas pocas veces también se acumula. La próxima vez que compres ropa, piensa en el valor a largo plazo para ti y para el planeta.
Paula M. Carbone es profesora de educación clínica en la Universidad del Sur de California.
Este artículo se republica de The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Lee el artículo original.