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¿Qué implica la limosna en una sociedad democrática?

Hay dos niveles de limosna. Uno sería el individual, dar una cantidad económica a una persona concreta; la otra es la neofilantropía, las grandes donaciones de multimillonarios a políticos.

¿Qué implica la limosna en una sociedad democrática? [Imagen: Fragmento de la pintura ‘Pedir limosna para enterrar a don Álvaro de Luna’, de Manuel Ramírez Ibáñez | Museo del Prado]

El significado de la limosna es un debate de amplio recorrido en el tiempo, vinculado con cómo sean concebidos la pobreza y el pobre. En este sentido, durante la Edad Media dominó en las sociedades cristianas una visión en la que la pobreza se interpretaba como algo estrictamente individual y el pobre como la representación de Cristo. Esto hacía que tanto la pobreza como el socorro sobre la misma fueran entendidos como actos de santificación.

Ahora hemos dejado a un lado este planteamiento construido en base a numerosos pasajes de los Evangelios. Sin embargo, resulta interesante pensar que esta opción de Jesús por los pobres como práctica fundamental admite una lectura política muy actual en un mundo de desigualdades crecientes: la de la indignación y resistencia ante un poder económico que apegado a la riqueza genera un orden social injusto.

A partir del XVI, con el humanismo renacentista, pero también en un contexto de transformaciones socioeconómicas y ante la necesidad de convertir –y disciplinar– a vagabundos y mendicantes en mano de obra, se cambia de registro. Esto no significa que no siga existiendo una potente influencia del pensamiento católico. De hecho, en el debate en torno a la conveniencia de determinadas políticas e intervenciones públicas sobre la pobreza podemos encontrar que la referencia que supone Agustín de Hipona permanece en las posiciones reformistas que buscan conjugar misericordia y justicia.

En cualquier caso, en este momento cabe resaltar la figura de Juan Luis Vives y su De subventione pauperum (Del socorro de los pobres), especialmente por lo que supuso como reflexión para una racionalización de la caridad.

Esta racionalización se basaba, de un lado, en la estigmatización y represión de la mendicidad —a la que se considera un problema de orden público— y, de otro, en la divinización del valor trabajo. Vives constata las insuficiencias y limitaciones de la caridad individual vía limosna, aunque no la elimina totalmente. Y plantea la necesidad de una intervención de los poderes públicos como clave en el mantenimiento del orden social.

Las ideas del humanista valenciano se podrían resumir (de forma excesiva, pero válida ahora) en la reducción sustancial de la limosna, obligatoriedad del trabajo y socorro de los verdaderamente necesitados y dependientes. Estos tres elementos nos sirven como anclaje para pensar el significado de la limosna en las sociedades democráticas actuales.

Dos niveles de limosna

Considerado esto, podemos plantearnos dos niveles de limosna. Uno sería el individual: el acto de dar una cantidad económica al salir de una iglesia, un comercio, en la calle… a una persona concreta.

Esta limosna ni entorpece ni adelanta el avance hacia una sociedad justa, pudiendo ser entendida como la realización de un acto compasivo de inspiración religiosa o secular. Valorar si su significado es bueno o malo dependerá de que mantengamos la gratuidad de la acción –que no pidamos “recibo”, por decirlo de algún modo– y de que no nos arroguemos una posición de superioridad moral que, por ejemplo, lleve a juzgar al perceptor en virtud de cómo gaste el donativo.

Berlín, 1923. German Federal ArchivesCC BY-SA

Otro nivel de limosna con mayor recorrido político en su interpretación es el que se presenta como neofilantropía. Esta se concreta en donaciones de grandes sumas de dinero realizadas por multimillonarios para, por ejemplo, comprar material sanitario.

Su significado es más complejo y remite a un proyecto de regulación social neoliberal. En él, el fundamentalismo de mercado, el propietarismo –como ideología que consagra la propiedad privada– y una lectura sesgada de la libertad vinculada a esta propiedad dejan un recorrido escaso a la intervención pública, fiando todo tratamiento de la cuestión social a la caridad privada. De ahí que estas limosnas neofilantrópicas no solo podrían ser vías para liberar de responsabilidad moral al donante con respecto a la sociedad en (o de) la que se enriquece. También contribuirían a bloquear cualquier acción pública redistributiva.

Distintos autores como LockeMandevilleTocquevilleSpencer… Hayek ayudarían con sus aportaciones a conformar el marco limitado por un cierto neopropietarismo en el que habría que entender esta limosna.

Esta “ilusión filantrópica”, como sostiene el economista francés Thomas Piketty para un contexto de hipercapitalismo generador de desigualdad, adquiere sentido a la luz de la meritocracia de la que participa –que justifica la existencia de ganadores y perdedores– y de la sacralización de los multimillonarios a la que contribuye.

Desvelando el potencial desigualatorio de la neofilantropía

De esta forma, avanzar hacia una sociedad justa cuestiona el valor de limosnas e iniciativas neofilantrópicas. Estas son al final propias, más bien, de un capitalismo extractivo en el que encaja lo que se ha llamado la secesión de los ricos: el abandono por estas élites de toda idea de bien común y de cualquier proyecto social compartido.

La cuestión social de la pobreza hoy se complica. La incertidumbre proviene en buena parte de unas transformaciones del trabajo que, en su escasez, inconsistencia y precariedad, conllevan una intensificación de las desigualdades y la pobreza. Por ello, entiendo que una sociedad democrática exige actuaciones desde el Estado en su dimensión de Estado social. Frente a lógicas propietaristas y mercantilistas en las que situaríamos a la neofilantropía, el Estado social ha sido, con sus iniciativas de protección, quien ha cuidado del mantenimiento de la solidaridad humana y los sentimientos de responsabilidad ética.

Así, una sociedad democrática vinculada con la realización de valores como dignidad, igualdad, libertad, solidaridad… requiere actuaciones de protección desde lo público: medidas previas de predistribución, socialización y democratización de la propiedad, reconocimiento y garantía de derechos sociales y laborales, iniciativas de justicia fiscal que exige toda justicia social…

Y es allí donde cabe preguntarse si la limosna, sobre todo en su versión neofilantrópica, es compatible con lo anterior. Y si supone avance o rémora hacia una sociedad justa o, cuando menos, decente.


Raúl Susín Betrán es profesor titular de Filosofía del Derecho en la Universidad de La Rioja.

Este artículo fue publicado en The Conversation. Lee el original aquí.

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