
Por muy sofisticados que seamos intelectualmente, los seres humanos seguimos siendo criaturas tribales en el fondo. Tendemos a acercarnos a personas que se parecen a nosotros: que piensan como nosotros, comparten nuestros valores e incluso reflejan nuestras rarezas y gustos.
A primera vista, esto parece tener sentido. Explica el origen evolutivo de la empatía: sentimos con más intensidad las alegrías, penas y luchas de los demás cuando los percibimos como parte de nuestro propio “grupo”.
Pero aquí está el problema: lo que se siente bien a nivel individual puede ser desastroso para la diversidad. Si no se controla, nuestro instinto biológico de buscar lo similar socava uno de los ingredientes clave de las organizaciones de alto rendimiento: la diversidad de pensamiento, experiencia e identidad.
Cuando todos a tu alrededor comparten tus valores, se crea una cámara de eco, se recompensa la conformidad y se frena la innovación, que surge justamente cuando diferentes perspectivas e ideas en conflicto pasan de un estado de tensión a uno de armonía. Asimismo, la homogeneidad de pensamiento y valores nos ciega ante los talentos, ideas y puntos de vista de personas que pueden ver el mundo de forma distinta, incluso cuando ellas son las agentes de cambio que podrían ayudar a que los equipos y las organizaciones evolucionen.
LA DIVERSIDAD ES UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA
Incluso frente a la actual reacción en contra de las iniciativas de DEI (diversidad, equidad e inclusión), las empresas inteligentes comprenden que eliminar barreras para personas históricamente marginadas no es solo un imperativo moral: es una ventaja estratégica.
La meritocracia solo es posible cuando se evalúa a las personas por lo que pueden hacer, no por qué tanto se ajustan a la cultura dominante.
Eso significa que contratar por “encaje cultural” –un eufemismo para “gente como nosotros”– es una práctica fundamentalmente defectuosa. Si solo permites la entrada de personas que reflejan los valores y normas existentes, no tienes una cultura: tienes un grupo cerrado. El objetivo debe ser permitir que quienes piensan diferente y los llamados “outliers” culturales no solo se integren, sino que prosperen.
Y eso plantea un desafío práctico: trabajar con personas que no comparten tus valores, ni tu forma de pensar ni de trabajar. Esto no es progreso, es un ciclo estancado. Estás construyendo tu equipo, tu círculo, con personas iguales a ti, lo que significa que todos están en la misma frecuencia. ¿El resultado? Resultados previsibles y muchas oportunidades de innovación desaprovechadas. Tienes una sala llena de espejos, no de ventanas. Te encantan las ideas de los demás porque son iguales a las tuyas.
El éxito hoy no se trata tanto de ser fiel a tus propios valores, sino de estar abierto a los valores de los demás, incluso –y quizá especialmente– cuando entran en conflicto con los tuyos. De hecho, la capacidad de cuestionar tus suposiciones, ver el mundo desde los ojos de otros y recordar que ser diferente no significa estar equivocado (ni que tú tengas la razón), puede fortalecer tus habilidades sociales y, en consecuencia, tu empleabilidad y éxito profesional.
Cuantas más perspectivas se suman a un sistema, más denso se vuelve su paisaje cognitivo. Cada nuevo punto de vista introduce un ángulo distinto, una interpretación fresca, generando más ideas, más posibilidades y, inevitablemente, más complejidad.
Esa complejidad no es un defecto; es el precio de una comprensión más rica y matizada del mundo. Pero también exige mayor flexibilidad mental: la capacidad de sostener ideas opuestas en tensión, de pensar en matices en lugar de absolutos y de tomar decisiones en medio de la incertidumbre.
Entonces, ¿cómo trabajar con personas que desafían tus creencias más arraigadas?
1. PROFESIONALISMO ANTE TODO, INCLUSO ANTES QUE LA AUTENTICIDAD
Por siglos, las personas han logrado convivir en entornos profesionales fingiendo que se agradan, o al menos fingiendo que no se detestan. Esta antigua tradición de civilidad sigue funcionando.
No te tiene que caer bien todo mundo. No tienes que estar de acuerdo con todos. Y ciertamente, no tienes que invitarlos a desayunar el domingo. Pero sí tienes que trabajar con ellos de manera respetuosa y constructiva. Eso implica morderte la lengua, sonreír cuando sea necesario y guardar tus quejas para ti. La autenticidad suena bien, pero en un entorno laboral, el profesionalismo es más importante.
2. ENCUENTRA UN TERRENO COMÚN
Aunque choques con alguien por temas de política, religión o estilo de vida, lo más probable es que haya algo en lo que coincidan. Tal vez ambos están apasionados por la misma tendencia de la industria. Tal vez les encanta el café tostado oscuro. O tal vez ambos apoyan al equipo menos favorito de la liga.
Piensa en ello como si estuvieras atrapado en el bar de un aeropuerto durante una escala. Puede que te sientes junto a alguien con ideas totalmente opuestas a las tuyas, pero después de 45 minutos y una frustración compartida por un vuelo retrasado, terminan conectando.
Encontrar puntos en común es construir puentes de conexión humana que pueden sostener la colaboración, incluso entre diferencias profundas. Búscalos: están ahí.
3. PRIORIZA EL PROCESO, NO SOLO LOS RESULTADOS
No siempre van a coincidir en cuál es la “respuesta correcta”. Pero sí pueden coincidir en cómo llegar a ella.
Centrarse en el proceso –hacer preguntas, debatir ideas, probar hipótesis– puede despersonalizar los desacuerdos. En lugar de plantearlo como “mis valores contra los tuyos”, se convierte en “vamos a resolverlo juntos”.
En organizaciones sanas, gana la mejor idea, no la voz más fuerte ni la opinión más popular. Respetar el proceso asegura que la diversidad de pensamiento no solo se tolere, sino que se aproveche.
4. HAZTE AMIGO DE LA INCOMODIDAD
La mayoría del crecimiento personal y profesional ocurre fuera de la zona de confort. Trabajar con personas que rechazan tus valores te obliga a examinar tus creencias, afinar tus argumentos e incluso, a veces, cambiar de opinión. Eso no es debilidad, es sabiduría.
En lugar de ver la incomodidad como una amenaza, mírala como una señal de que estás aprendiendo. Sé curioso, no defensivo. Haz preguntas, escucha activamente e intenta comprender, no para convertir ni convencer, sino para ampliar tus propias herramientas cognitivas.
En un mundo donde el cambio es constante y los problemas son cada vez más complejos, la humildad intelectual no solo es una virtud: es una ventaja competitiva.
5. PRACTICA LA COMPASIÓN RACIONAL
El psicólogo Paul Bloom propone el concepto de compasión racional: la idea de que la empatía por sí sola puede llevar a decisiones sesgadas y poco efectivas, especialmente cuando se trata de personas que no comparten tus valores.
En lugar de actuar solo por reacción emocional, la compasión racional exige un enfoque más deliberado y razonado: reconocer las necesidades del otro sin dejarse arrastrar por ellas, y actuar de manera justa, sostenible y estratégica.
Cuando enfrentas diferencias ideológicas, practicar la compasión racional permite mantener el respeto y la eficacia, sin caer en el resentimiento ni en la superioridad moral. Se trata de pasar de “sentirse bien” a “hacer el bien”, incluso con quienes no están de acuerdo contigo.
En un mundo tribalizado y polarizado, el futuro pertenece a las organizaciones –y a las personas– que pueden colaborar a través de las diferencias, no a pesar de ellas, sino gracias a ellas.
Trabajar con personas que no comparten tus valores no es solo una habilidad: es un superpoder. Requiere madurez, empatía, curiosidad y una pizca de actuación estratégica. Te obliga a enfrentar tus propios sesgos, cuestionar tus certezas y superar tus impulsos tribales.
Al final, no solo te convierte en un mejor colega, sino en un ser humano más sabio, resiliente y con la mente más abierta.