[Foto: Constellation Energy/Wikimedia Commons]
Hace apenas una década, el futuro de la energía nuclear parecía escrito. Países como Alemania, Bélgica o España habían anunciado planes de cierre gradual de sus centrales. El argumento era claro: riesgo elevado, residuos complejos y un horizonte dominado por las energías renovables, que ya en 2024 representaban 29.7% de la producción eléctrica mundial.
Sin embargo, el guion ha cambiado. Hoy, varios gobiernos reconsideran esos cierres, y empresas tecnológicas observan con interés a la energía nuclear que muchos daban por moribunda. ¿Qué pasó? La respuesta puede resumirse en dos letras: IA.
Una nueva demanda eléctrica
El auge de la inteligencia artificial generativa ha multiplicado las necesidades de cómputo de los grandes centros de datos. Entrenar modelos de lenguaje o sistemas de visión artificial requiere cantidades ingentes de electricidad.
Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el consumo eléctrico global de los centros de datos podría más que duplicarse hacia 2030 y alcanzaría unos 945 teravatios-hora (TWh) anuales cuando en 2024 la demanda fue de 415 TWh. Este aumento estaría justo por debajo de 3% del consumo mundial de electricidad.
En Europa, la Comisión Europea (EC) estima que los centros de datos representarán 3.2% de la demanda eléctrica total en 2030, frente a 2.7 % actual.
Una explosión de consumo eléctrico
Esta explosión de consumo llega en un momento en que la disponibilidad continua y estable de electricidad es más crucial que nunca. Las energías renovables (solar y eólica, principalmente) son esenciales, pero su producción intermitente requiere sistemas de respaldo. Este hecho quedó en evidencia durante el gran apagón del 28 de abril de 2025 en la península ibérica, cuando una caída súbita del sistema eléctrico dejó sin suministro a millones de personas.
Por ello, la energía nuclear ha encontrado una inesperada segunda oportunidad: ofrece estabilidad, cero emisiones directas y capacidad de operación continua. Pero recordemos también que no es una fuente renovable ni libre de impacto ambiental a largo plazo.
¿El retorno de la nuclear?
Francia y Reino Unido anunciaron programas de extensión de vida útil para sus reactores, y Estados Unidos ha aprobado ayudas para mantener en funcionamiento centrales que estaban al borde del cierre. Incluso países como Japón, donde el accidente de Fukushima marcó profundamente la opinión pública, reactivan sus reactores paralizados.
En España, el Congreso de los Diputados aprobó el 12 de febrero de 2025 una moción impulsada por el PP (con el apoyo de Vox y otros partidos) que exige al Gobierno prolongar la operación de las centrales nucleares, facilitar su sostenibilidad económica y censurar el cierre escalonado de centrales previsto entre 2027 y 2035.
El argumento central es el mismo: sin energía firme y baja en carbono la transición energética se tambalea. La energía nuclear, vista hasta ahora como parte del pasado, se presenta como un puente hacia un futuro descarbonizado, especialmente ante el aumento de demanda impulsado por la economía digital y la IA.
Intereses en juego
Este cambio de rumbo no es solo técnico, sino también económico y político. La industria nuclear (con grandes empresas en Francia, Estados Unidos y Corea del Sur) ve una oportunidad para resurgir con nuevas tecnologías, como los reactores modulares pequeños (SMR), más flexibles y con menores costes iniciales. Por otro lado, las grandes tecnológicas (Microsoft, Google, Amazon) buscan asegurar su propio suministro eléctrico mediante acuerdos directos con operadores nucleares o incluso inversiones en proyectos de nueva generación. La fiabilidad energética se ha convertido en una ventaja competitiva clave en la carrera por la IA.
No faltan, sin embargo, sectores críticos. Organizaciones ecologistas alertan de que prolongar la vida de las centrales nucleares desvía recursos que podrían destinarse a priorizar las renovables y acelerar el almacenamiento energético o la eficiencia.Así se mantiene abierto un debate sobre los riesgos reales y la percepción pública. Además, continúan sin resolverse del todo los dos grandes desafíos de la energía nuclear:
- La seguridad en su operación ante el riesgo de fallos humanos, ciberataques o el envejecimiento de los reactores, como ya evidenciaron las catástrofes de Chernóbil y Fukushima.
- El tratamiento de residuos, que exigen repositorios geológicos seguros por milenios, con elevados costes y riesgos de filtración.
¿Una vuelta al pasado o solo un ajuste pragmático?
Desde la economía de la energía, la respuesta puede ser intermedia. La IA no ha resucitado la energía nuclear, pero sí ha acelerado el reconocimiento de una realidad: la descarbonización total exige una combinación diversa de fuentes, donde la estabilidad del suministro importa tanto como la limpieza.
El reto, una vez más, no es tecnológico, sino político y social: cómo equilibrar los riesgos y los beneficios de una energía que nunca se fue del todo, pero que ahora regresa con nuevo impulso. La IA promete transformar la economía. Lo que pocos previeron es que, en el proceso, también podría transformar el mapa energético mundial.
Carme Frau es profesora Ayudante Doctora (UIB, Facultad de Economía y Empresa, Área de Finanzas) en la Universitat de les Illes Balears.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.
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