Hace unos días, mientras esperaba a que llegara una amiga, en la mesa de junto había un grupo de personas en una muy intensa conversación sobre política. Hablaban del hartazgo que sentían de escuchar siempre lo mismo, y de que ya nadie en realidad creía en la palabra de un político, ya fuera de derecha o de izquierda. Una conversación bastante común, ¿están de acuerdo?
Unas horas después, estando en el cine, durante los comerciales que anteceden a la película, platicaba con mi amiga sobre lo parecidos que son los guiones de un gran número de anuncios: todos hablan sobre tomar lo mejor de la vida, valorar a quienes amas, tener experiencias únicas… y luego venderte algo. De nuevo, bastante común.
Y si esta mirada curiosa la llevas a las redes sociales, seguramente pasará algo similar, trends que van y vienen, información que no sabes si es confiable, montones de links rogando por clics.
Hay demasiado de lo mismo, y esto nos tiene en medio de una crisis de narrativas, es decir, como señala el neuropsicólogo Mariano Sigman, una crisis de confianza, y por lo tanto, una crisis de las instituciones.
Crisis de narrativas: abrumados por el exceso de información
Nuestro día completo está plagado de información, es tanta que nuestro cerebro debe elegir a qué prestar atención, y creamos esas famosas “burbujas” que son nuestras cuentas de redes sociales, haciéndonos creer que tenemos acceso a la información que sea, y paradójicamente, solo consumimos lo que nuestro algoritmo aprende que nos gusta y que va a generar esa dopamina necesaria para mantenernos ahí, consumiendo de manera superficial, sin reflexionar.
Y nosotrxs en la ilusión de ser libres en la internet. Aunque, en un planteamiento bastante incendiario, Byung-Chul Han asegura que en esta era de la información “no son las personas las realmente libres, sino la información […] las personas están atrapadas en la información”.
Esta crisis de las narrativas nos tiene en una especie de loop en el que la información abunda, pero la calidad no; en el que puedes ver miles de contenidos, pero profundizar en ninguno; en el que puedes saciar tu curiosidad en segundos, pero no darte el tiempo de corroborar que lo que encontraste es cierto, e incluso caer en el “doomscrolling” (pasar mucho tiempo leyendo noticias negativas).
Una gran parte de la población, especialmente los y las jóvenes, están teniendo problemas de ansiedad y desesperanza, entre otras razones, por la presión social y tecnológica derivada de las redes sociales (World Happiness Report, 2024). Se habla de la necesidad de una regulación de estos medios, pero aún no se ve cercana la alineación global para lograr un consenso sobre la mejor manera de hacerlo. Y en tanto, ¿qué podemos hacer?
¿Qué puedes hacer?
Aquí algunas propuestas para reducir el impacto que esta crisis de narrativas puede tener en nosotrxs:
- Cuestiona. ¿Quién comparte ese contenido?, ¿de cuándo es?, ¿a quién beneficia?, ¿cuál es su objetivo?
- Limita. Trata de no pasar horas en las redes sociales o revisando noticias negativas. Cuida tu mente y consume contenidos analógicos, respira observando tu alrededor sin que medie una pantalla.
- Diversifica. ¿Estás viendo siempre las mismas fuentes y el mismo tipo de información? Recuerda que el mundo analógico existe, se aprende mucho en las conversaciones presenciales. Reflexiona sobre lo que buscas en las redes sociales, sobre las cuentas que normalmente revisas, y trata de buscar alternativas, haz consciente de que puedes estar en tu “caja de resonancia” y pensar que lo que está ahí, es lo único real, y créeme, no es así.
- Filtra. Si no suma, adiós.
- Sé responsable con lo que publicas. Especialmente si estás en una posición con gran poder de amplificación o trabajas en una organización que genera contenidos, piensa si no estás cayendo en esos lugares comunes que repiten los mismos mensajes de una marca a otra. Hazlo por ti, y por todas las personas que tendrán contacto con esos mensajes.
Es importante entrenar nuestro pensamiento crítico y trabajar en nuevas narrativas que se generen por y para el bien común. Y no lo digo desde un espacio onírico y sobre simplificado, sino buscando hacer un llamado a una revolución de la consciencia que sólo va a funcionar si actuamos en comunidad.
Drop of knowledge
Un gran porcentaje de nuestras decisiones las tomamos de forma automática e inconsciente, de acuerdo con diversas investigaciones, nuestro cerebro tarda entre 7 y 10 segundos antes de elegir conscientemente.