
Si alguna vez te has sentido víctima de demasiados chistes malos de tu jefe mientras estás junto al garrafón de agua, no estás solo. Ahora hay investigaciones que confirman que un jefe que intenta ser gracioso demasiado no es motivo de risa.
El hallazgo de que los intentos fallidos de humor por parte de un superior pueden afectar la satisfacción laboral, y no de una manera positiva, proviene de un nuevo estudio publicado en el Academy of Management Journal. La investigación fue realizada por un equipo de la Universidad de Pensilvania y la London School of Economics and Political Science. A lo largo de varias sesiones, los investigadores descubrieron que los líderes que abusaban de los juegos de palabras y los chistes agotaban la energía emocional de sus empleados, lo que reducía su satisfacción en el trabajo.
Los resultados son claros: cuando se trata de mantener una buena relación en la oficina, lo mejor es dejar de actuar como Michael Scott.
Fingir que tu jefe es gracioso es agotador
En un estudio inicial, los investigadores llevaron a cabo pruebas en el sur de China. Durante una semana, emparejaron a 88 gerentes con sus empleados. Un grupo de gerentes recibió instrucciones para mejorar la interacción general con sus subordinados, mientras que el otro fue instruido específicamente para usar el humor en su comunicación, según un artículo publicado en Harvard Business Review.
Al finalizar la semana, los empleados del segundo grupo reportaron un aumento en los niveles de actuación superficial, es decir, fingir que encontraban graciosos los chistes de su jefe para mantener la armonía en el ambiente laboral. Este esfuerzo emocional adicional derivó en agotamiento y, como resultado, una menor satisfacción en el trabajo.
La autenticidad importa
Un segundo estudio, realizado en un laboratorio, encontró que existen factores que pueden intensificar o reducir el impacto negativo de un jefe que usa demasiado el humor.
En este caso, se trabajó con 212 participantes de una escuela de negocios en Estados Unidos. Se les informó que participarían en una serie de grupos de discusión en una librería del campus y luego fueron divididos en dos grupos: uno con un gerente de “alto humor” y otro con un gerente de “bajo humor”.
Los investigadores también probaron dos estilos de liderazgo: uno en el que el gerente vestía formalmente y hablaba con un tono de autoridad, y otro en el que vestía de manera informal y se presentaba con su nombre de pila. Una vez más, los participantes en los grupos con un gerente de alto humor se sintieron más agotados y menos satisfechos. Sin embargo, el impacto negativo fue mayor cuando el jefe tenía una actitud más autoritaria.
“El moderador hizo muchos juegos de palabras… fingí reírme para ser amable”, recordó un participante del grupo con el jefe autoritario.
Según los investigadores, esta diferencia se debe a la percepción de poder entre el jefe y los empleados. Cuanto mayor es la brecha de poder, más probable es que el humor excesivo resulte incómodo y molesto para el equipo.
Jefes: reduzcan los juegos de palabras, incluso si son buenos
Para los gerentes, estos hallazgos sugieren que el humor funciona mejor cuando es auténtico y no cuando se usa como una estrategia calculada para fomentar la camaradería. Incluso cuando se trata de bromas espontáneas, es mejor pensar dos veces antes de lanzar el tercer juego de palabras consecutivo.
“Nuestros hallazgos desafían la suposición de que el humor en el liderazgo siempre es algo positivo”, escriben los investigadores en Harvard Business Review. “Cuando se usa con demasiada frecuencia, especialmente cuando los empleados perciben una gran diferencia de poder, puede ser contraproducente. […] En su lugar, nuestros resultados sugieren que los líderes deberían enfocarse en expresiones de humor menos frecuentes, pero de mayor impacto. En este caso, menos realmente puede ser más”.