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Cuando no hay plan B: la resiliencia no se hereda, se construye

El verdadero punto de partida es aceptar la vulnerabilidad.

Cuando no hay plan B: la resiliencia no se hereda, se construye

¿Qué haces cuando todo lo que construiste se cae en 15 segundos? Cuando no hay plan B, ni simulacro, ni manual de recuperación. Cuando el cuerpo duele, la mente se bloquea y el liderazgo ya no es un rol, sino una responsabilidad emocional.

Solo 15 segundos. Suficientes para que todo cambiara. Oficinas colapsadas. Colegas fallecidos. Amigas perdidas. Proyectos enterrados. Mi cuerpo herido. Y, por un instante, ese 19S, la sensación de que también podía perderme a mí misma.

Ese fue mi “Minuto Cero”: la línea invisible entre lo que era… y lo que sería. Perdí a miembros clave de mi equipo, se detuvo por completo la operación y tuve que reconstruir no solo una empresa, sino también mi confianza y estabilidad. Un punto de quiebre tan brutal como claro. O me quedaba ahí, en la desesperanza, o empezaba a moverme —aunque fuera en silla de ruedas— hacia una nueva versión de mí y de mi empresa.

Hoy, esta historia se analiza como caso empresarial del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección (CIMAD), en el IPADE. Más de 2,000 directivos reflexionaron ya sobre qué habrían hecho en mis zapatos. Porque cuando las estructuras colapsan —físicas o estratégicas— lo que queda al centro es la capacidad humana de sostener, decidir y evolucionar. Y eso aplica para cualquier líder, en cualquier sector. Pero esto no va solo de decisiones empresariales. Va de una capacidad que todos llevamos dentro y que rara vez cultivamos con intención: la resiliencia.

En esos días sin oficina, sin certezas y sin tregua, confirmé que liderar en crisis es muy distinto a liderar en la estabilidad. No se trata de tener respuestas inmediatas, sino de sostener la incertidumbre sin perder el rumbo. En tiempos de crisis, el liderazgo no consiste en tenerlo todo claro, sino en mantener la serenidad y el propósito mientras las respuestas se construyen paso a paso.

La vida me empujó a encontrar fuerza en lo más inesperado. A reinventarme mientras sostenía a otros. A reconstruirme, no como era antes, sino como podía ser ahora. La resiliencia no se activa con protocolos. Se activa con conciencia. Y esa conciencia rara vez nace de la comodidad.

Spoiler: no es aguantarlo todo

Por mucho tiempo pensé que la resiliencia era eso: aguantar. Mostrar buena cara. No quebrarse. Hasta que me rompí. Y entonces descubrí que la resiliencia es un músculo. Aprendí que quebrarse no es fracaso. Es parte del proceso. Lo que te detiene no es la caída, sino quedarte en el suelo sin sentido ni dirección.

Confundimos resiliencia con negación. Con fuerza bruta. Con esa imagen del héroe que no se quiebra nunca. Pero esa narrativa es peligrosa. Porque invisibiliza el miedo, el llanto, el agotamiento. Y sin eso, no hay reconstrucción auténtica.

La resiliencia, mal entendida, puede incluso volverse autoexigencia tóxica. Una máscara que impide el aprendizaje. Por eso, el verdadero punto de partida es otro desde mi opinión: aceptar la vulnerabilidad.

Sí, esa palabra incómoda en entornos empresariales. Pero, ¿cómo vamos a fortalecer una organización si quienes la lideran no se permiten ser humanos? Si eres líder, sabes que te miran esperando respuestas. Pero lo más valiente a veces es admitir que no las tienes aún. Que estás navegando la tormenta con ellos, no por encima de ellos.

En mi caso, reconocer que no podía más fue el primer paso para recuperar claridad. Aceptar que no tenía todas las respuestas me permitió empezar a buscar mejores preguntas. La vulnerabilidad no me debilitó: me devolvió foco, me conectó con mi equipo y generó una empatía mutua que fue clave en nuestro proceso de reconstrucción empresarial.

Lo dijo Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto y psiquiatra: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”. Esa actitud no nace de la negación, nace de la capacidad de sostener lo incierto con claridad, de anclarte en lo que sí puedes mover cuando todo lo demás se tambalea. Y eso también es liderazgo. Nace de la capacidad de sostenerse, aceptar lo que no se puede controlar y actuar desde lo que sí.

La verdadera resiliencia no se mide por cuánto aguantas, sino por cuánta verdad te atreves a sostener —la tuya, la del equipo y la del momento que te toca liderar—. La verdadera resiliencia no es no caer. Es permitirte sentir la caída, levantar la mirada y seguir liderando desde lo más humano que tienes: tu verdad.

APRENDER A SOBREVIVIR

El mundo laboral nos exige certezas, planes y crecimiento continuo. Pero la vida tiene otros planes. Nadie te prepara para liderar con miedo, para emprender con una bebé en brazos o para despedir a alguien cuando estás al borde del colapso. En plena maternidad, también estaba levantando una empresa que requería atención constante, decisiones críticas y una resiliencia que no se aprende en los libros. Me enfrenté al síndrome del impostor, a la duda constante, al miedo de no volver a caminar.

Hoy veo hacia atrás y me doy cuenta de que, muchas veces, operamos como si estuviéramos en piloto automático. Seguimos avanzando sin detenernos a entender qué nos está ocurriendo. Nos volvemos funcionales, pero no conscientes. Resistimos… pero no aprendemos cómo.

Lo vemos en líderes que normalizan jornadas infinitas, en culturas de trabajo donde colapsar se vuelve el precio silencioso del éxito. Y en todo esto, la resiliencia no es resistencia ciega. Es la pausa que permite replantear el camino.

La carencia de herramientas emocionales en el liderazgo es una deuda que aún sigue pendiente. Porque gestionar personas no es solo movilizarlas hacia un objetivo. Es también acompañarlas en lo incierto, sostenerlas en lo incómodo, y crear contextos donde caerse no signifique quedar excluidos.

Uno de nuestros valores como empresa es el empoderamiento. Queremos desarrollar líderes, no seguidores. Eso implica crear espacios donde atreverse no sea penalizado, sino reconocido. Donde probar, errar y aprender sean parte del ciclo natural del éxito. Porque cuando llega la crisis —y siempre llega— no da tanto miedo intentar nuevas cosas si sabes que equivocarte también cuenta como avanzar.

Y esto nos lleva a una verdad poco cómoda: el cambio no es un reto de digitalización ni de procesos. Es un reto de personas. 

Adaptarse al cambio no es solo rediseñar flujos, sino reconstruir confianza, entrenar nuevas habilidades, gestionar miedos y contener frustraciones. La agilidad tecnológica y de proyectos sin agilidad emocional no transforma nada.

Avanzar, incluso con miedo

La resiliencia no se activa solo en sismos. Está incluso en cada pequeña decisión que tomas cuando nadie te ve. En la líder que da una presentación crucial después de una noche sin dormir por un hijo enfermo. En el emprendedor que ajusta su modelo con lo poco que tiene y se atreve a relanzar. En el joven que regresa a trabajar con el corazón roto, pero con el compromiso intacto. La resiliencia vive en esos gestos cotidianos y muy discretos, pero profundamente valientes.

Es saber que, aunque el miedo no se va, puedes seguir avanzando con él. Es caminar con dudas, pero caminar. Y también es detenerte cuando necesitas respirar.

Y si queremos que nuestras hijas e hijos sepan enfrentar un mundo aún más incierto, tenemos que prepararlos: no sobreprotegerlos, sino permitirles equivocarse, reflexionar, aprender. La resiliencia no se enseña con palabras ni discursos motivacionales. Se contagia con ejemplo. Se construye enfrentando la realidad.

Ocho formas reales de entrenar tu resiliencia

No necesitas frases motivacionales. La resiliencia es una práctica diaria. A lo largo del camino, identifiqué ocho formas concretas que a mí me ayudaron a sostenerme, reconstruirme y volver a confiar en el camino, incluso en medio de la tormenta.

  1. Aceptar lo que no puedes cambiar. El primer paso no es moverse, es dejar de resistirse. Aceptar lo que ocurrió, aunque duela, es lo único que abre la posibilidad de avanzar con lucidez.
  2. Autorregular tus emociones sin reprimirlas. Ser resiliente no es dejar de sentir, es no dejar que esas emociones te inmovilicen. Aprendí a pasar del llanto a la acción sin saltarme el duelo. Y también a reírme, aunque fuera de mí misma.
  3. Confiar en ti mismx. La voz más peligrosa es la que te dice que no puedes. Pero también puedes recordarte todo lo que ya superaste. Usar el pasado como brincolín, no como sofá.
  4. Desacelerar para no estrellarte. No todo tiene que resolverse hoy. La crisis nos pone en modo sprint, pero la resiliencia se construye en maratón. Hacer una pausa, respirar, pensar antes de actuar… también es liderar.
  5. Pasar del por qué al cómo. Preguntarse por qué solo lleva al lamento. El cómo abre camino. ¿Cómo sigo? ¿Cómo reconstruyo? ¿Cómo convierto esta fractura en una oportunidad para hacer mejor las cosas?
  6. Practicar un positivismo realista. No se trata de negar los problemas, sino de verlos con ojos de posibilidad. Buscar sentido, aunque no haya certeza. No es optimismo ciego, es enfoque lúcido. Lo que parecía un colapso puede ser un reinicio. Pero solo si lo enfrentas con voluntad y perspectiva.
  7. Tener un propósito claro. Cuando sabes para qué te estás levantando, te levantas más rápido. Por tu familia. Por tu equipo. Por esa versión futura de ti que te va a agradecer no haber soltado.
  8. Sostenerte en una red real. Nadie sale solo de una crisis. Y eso no es debilidad. Es humanidad. Rodéate de personas que te levanten, no que te hundan. Y si no están, búscalas. Si están, agradécelas. Como empresa también aprendimos eso. Nuestra resiliencia no dependió solo de nuestras capacidades internas, sino de la comunidad que habíamos construido alrededor: clientes, aliados, prospectos, incluso competidores. Todos ellos fueron parte de nuestra capacidad de respuesta. Y esa red no se activó sola. Fue el resultado de años de colaboración genuina, de sembrar antes de cosechar.

No comparto estos puntos como receta perfecta. Cada quien tiene su propio mapa. Pero sí puedo decirte que, en mi historia, estas ocho claves fueron las que hicieron la diferencia entre quedarme en el piso o levantarme, incluso con las piernas temblando.

No volví a ser la misma. Fui mejor

Ser resiliente ante una crisis no es volver a ser quien eras. Es darte chance de evolucionar. 

El terremoto de 2017 se llevó muchas cosas. Pero también me dio algo: una mirada más estratégica, más libre, más humana. Y una empresa más digital, más rentable, más fuerte. En resumen: una mejor versión mía y de mis empresas.

Y si algo he aprendido es esto: nunca hay que desperdiciar una buena crisis.

Porque a veces, después del derrumbe, lo único que queda es reconstruir. Y si lo hacemos con conciencia, memoria y respeto por lo perdido, podremos levantar algo más sólido, más sabio, más auténtico. No para olvidar lo que pasó, sino para honrarlo transformando el dolor en impulso.

La resiliencia no es ser fuerte como un roble. Es ser flexible como el bambú. Doblarte sin quebrarte. Y volver a crecer. Y si te quiebras, también está bien. Hay maderas que, después de arder, vuelven a brotar con más fuerza. 


Este artículo fue publicado originalmente en la edición Verano 2025 de Fast Company México.

Author

  • Gwenaelle Gerard

    es CEO de ResponSable, empresa dedicada a mejorar las relaciones que tienen las empresas industriales con sus grupos de interés a través de estrategias de RSE y gestión de riesgos ESG.

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Sobre el autor

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