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Contenido neto: Netflix y su apuesta por las producciones con sello Hecho en México

Netflix llegó al país como un factor disruptivo que sacudió el cine, la tv y las producciones locales.

Contenido neto: Netflix y su apuesta por las producciones con sello Hecho en México [Foto: Alejandra Mejía Insausti/Fast Company México]

Si auditamos los números, mi relación sentimental más larga y estable ha sido con Netflix. Lo nuestro empezó el 12 de noviembre de 2011. ¿Qué fue a lo primero que le di clic? National Treasure: Book of Secrets… ¡yuck! No me juzguen, no sabía lo que hacía.

Con esa nada memorable película, Nicolas Cage vive sin pagar renta en la primera entrada de mi historial de cosas vistas en Netflix que —al momento que aporreo el teclado para escribir esto— acumula 4,479 entradas. Que alguien convierta eso a horas, por favor.

En estos casi 14 años de relación solo hemos tenido una crisis. El año pasado, me sentí traicionado y cancelé mi cuenta. ¿Qué pasó? El aviso definitivo de que ya no podía compartir mi cuenta con mi hija —quien vive con su mamá en otra ciudad—. 

A ver, empecé pagando 99 al mes, pero ya el año pasado eran 249 por el plan premium, a los que ahora tenía que sumarle 69 por cada miembro extra. Además de Camila, dos de mis hermanos remoreaban mi cuenta. Mantener las cosas como estaban me iba a costar otros 207 pesos al mes y, haciendo un redondeo furioso del total, ese deal ya estaba más cerca de los 500 que de los 99 originales. Y yo que pensaba que me querías, Netflix, pero solo quieres mi dinero… Lo nuestro se acabó.

“Cuando a uno le fascina lo que hace, no hay nada igual”

Carolina Leconte

VP de Contenidos de Netflix en México.

Cuando le avisé a Cami, me dijo: “Está bien, no te preocupes, uso la de mi mamá”. Cero drama. No sé de dónde vino esa madurez, pero de mí, no. Lo mío, lo mío es el azote por detalles random. Por ejemplo: desde hace un año dejé de comer en la cafetería de la oficina nomás porque uno de los encargados me habló feo…

Sí, lo de Netflix fue un berrinche. Me duró tres meses y una semana, específicamente, del 11 de febrero al 19 de mayo de 2024. Al final, me ganó la nostalgia nomás de acordarme de todas las horas que pasé los fines de semana con Cami comiendo Takis Fuego —ya sé, pésimo parenting, su mamá me lo recuerda constantemente, gracias—, viendo Nailed it!, Miraculous: las aventuras de Ladybug, Victorious o Go! Vive a tu manera.

También extrañé una dinámica que nos inventamos hace años: cambiarnos el uno al otro el ícono y el nombre de perfil por algo absurdo. Camila ha sido “Camello”, “Chimichango” o “Salchipulpo” con los íconos del cholo de On My Block, Pogo el simio de Umbrella Academy o el cerdo gruñón de Aggrestuko. Yo he sido “Armando Renato”, “Armándaro” o “Arbusto” con foto de un becerro, capibara, Front Man de Squid Game o la versión anciana de Martha Nielsen de Dark. Sí, es una bobada, pero se convirtió en una manera de decirnos: “Te pienso, aunque no te vea”. Es mensajeo vía Netflix. Nuestra serie
inventada lleva ya varias temporadas, y quién diablos soy yo para cancelarla.

Obviamente, Netflix sabía que volvería. Ahí estaba mi historial esperándome. Aquí no pasó nada, cariño.

La historia de una guerra que no fue

¿Se acuerdan de la dichosa guerra del streaming? Esa donde, en 2019, otras compañías se lanzaron sobre Netflix con el sueño de quitarle el trono de las plataformas. “No va a pasar nada, voy a regresar intacto, limpio. Ahorita vengo…”. Pum, pandemia. Pum, recortes. Pum, esto es muy caro de mantener. “Ya regresé, pecas. No pus no recomiendo hacer esto, está muy extremo”.

El plan de quedarse en casa para ver algo es “vamos a ver Netflix”. Nunca nadie dijo: “Ven a mi casa, vamos a ver Prime”… Ni Disney+ Ni Paramount+, ni AppleTV+, ni inserte aquí su plataforma alternativa. A ver, todas tienen lo suyo, pero por pura escala Netflix tiene más, y lo empaqueta y vende mejor. Además, la idea de “guerra” implicaba que solo habría una ganadora absoluta. En la práctica, desde el lado de los consumidores, terminamos teniendo dos, tres o cuatro para tener opciones, pero la N roja es la básica.

La empresa ya no publica su número de suscriptores, pero según estimaciones de la consultoría Ampere Analysis, serían unos 310 millones. Le siguen Amazon con unos 220 millones y Disney+ con 125 millones.

Se veía venir. Netflix trae muchos años de ventaja haciendo las cosas bien. Su oferta de contenidos sigue creciendo, su plataforma es la más amigable, su algoritmo sabe perfecto lo que nos gusta a cada uno y, en su expansión global, supo ir sumando la creatividad local para contar otras historias.

El saborcito local

Hablemos de esas historias. De esas historias y de la gente que las hace. Pero empecemos no con cifras, ni con presentaciones estratégicas. Tampoco con planes de expansión ni con alguna declaración súper pulida de un ejecutivo sobre lo importante de “destrabar mercados emergentes”, sino con un sillón. El tuyo. Contigo ahí sentado, quizás un poco cansado del trabajo, quizás abrazando un bowl de papitas con Valentina, y bañado por una lucecita roja que produce una N en tu pantalla. 

Escroleas. Das clics. Aterrizas en Club de Cuervos (2015), probablemente sin reparar en que fue la primera serie original de Netflix en español. Das play. Te ríes. Te sientes visto. Y —te des cuenta o no— algo cambia.

Justo en ese momento, Netflix dejó de ser un producto extranjero en México. Ahí empezó a ser nuestro. Netflix, hermano, ya eres mexicano.

Cuando Netflix llegó a producir contenido en México, no lo hizo con pasitos discretos. Llegó con ideas. Con apuestas. Con una convicción absoluta y desbordada en el poder de las historias mexicanas. No solo para “representar” a la región, sino para empaparse de ella.

Después vino el trancazo de Roma (2018). Ese peliculón de Alfonso Cuarón que es una oda pausada, íntima y monumental a su familia, su infancia y el barrió donde creció: la colonia Roma, en Ciudad de México. Español y mixteco. Blanco y negro. Luces y sombras. ¡Demonios, alguien páseme el meme de Mads Mikkelsen, ese que bien dice: “Joder. Esto es arte”!

[Foto: cortesía Netflix]

Cuarón ya era Cuarón, y Netflix compró los derechos de distribución de la película, como parte de su plan para gritarle a la industria cinematográfica tradicional que lo suyo no era puro entretenimiento light

Netflix no solo la distribuyó, la aventó a pelear con los grandes. Ganó 255 premios incluyendo tres Oscar, dos bafta, el León de Oro del Festival de Cine de Venecia y un lugar en nuestra memoria colectiva. ¿Ese sonido del mar al final? Era el sonido de Hollywood escuchando de verdad, tal vez por primera vez, una historia mexicana.

Y de ahí: ¡boom! En 2019 anunció la apertura de su oficina en Ciudad de México. La cosa iba en serio.

Mil millones de razones

Fast-forward a febrero de 2025. Netflix no está aquí nomás para vender suscripciones de streaming, está aquí para invertir 1,000 millones de dólares (mdd) en producciones mexicanas en los próximos cuatro años. Eso, mi gente, es dinero nivel Marvel. Es dinero nivel transforma el país en tu set.

El plan es empujar 20 nuevas producciones al año, darle un facelift a los icónicos Estudios Churubusco —con sus ocho décadas como un pilar del cine mexicano—, asociarse con equipos y talento locales, y nutrir ecosistemas creativos completos a partir de ideas que antes vivían garabateadas en cuadernos o perdidas en notas de voz de WhatsApp.

“Ser locales es muy importante para nosotros. Por eso, todas nuestras series y películas en México se realizan en alianza con productoras y socios locales. Cada una de ellas. Esto significa que estamos invirtiendo en la comunidad creativa y ayudando a que el talento encuentre su vocación en nuestra industria”, dijo Ted Sarandos, co-CEO de Netflix, durante el anuncio de la inversión en México junto a la presidenta Claudia Sheinbaum. Gracias, tío Ted. Nunca cambies.

La sabiduría popular asegura que “dinero llama dinero”, así que semejante inversión es vista como un detonador de algo más grande. Las personas dentro de la industria —productores, directores, técnicos, actores, etcétera— lo perciben así.

“Fue muy emocionante ese anuncio, a nivel industria, a nivel creadores, y no solo en México —dice Stacy Perskie, un productor con más de 15 años en el mundo del cine y las series, en entrevista con Fast Company México—. Yo recibí llamadas y mensajes de diferentes partes del mundo, porque fue saber que hay estabilidad para la industria hacia los siguientes cuatro años, que hay posibilidad de crecimiento”.

Él es fundador de la casa productora Redrum y, entre muchas otras cosas, hizo La casa de las flores, Narcos México, Brado y Pedro Páramo con Netflix; El candidato y A millones de kilómetros, con Amazon, y The Mosquito Coast, con Apple. 

“Empecé Redrum hace 15 años. En ese entonces dependíamos mucho de la cadencia sobre cómo se hace el cine, que también ha ido teniendo cambios y altibajos, pero que ha sido muy beneficiado por el streaming”, recordó Stacy, quien acaba de estrenar en julio la serie Los gringo hunters en Netflix.

El elenco de Los gringo hunters derrochando actitud. [Foto: cortesía Netflix]

“Por ejemplo, Pedro Páramo era una cosa de gran envergadura, sobre todo por las épocas, por los cambios de edades de los personajes y por la tecnología que se necesitaba para hacer eso, tanto en efectos visuales como en efectos físicos y prácticos. Yo no sé si se hubiera podido hacer Pedro Páramo hace 10 años”, sostiene.

México tiene una enorme tradición de producción audiovisual —tanto cinematográfica con los ires y venires de la industria local donde el dinero nunca sobra, como televisiva [nos guste o no lo que hacen] con gigantes como Televisa y TV Azteca con sus populares melodramas, comedias y shows de variedad como estandarte—, pero el boom de las plataformas de streaming generó un nuevo stream de recursos. Así como Netflix produce en México, también lo hacen Prime, Apple y MAX —de Warner Bros. Discovery—, aunque en menor escala.

“Netflix tomó el lead de hacer cosas internacionales y locales en diferentes partes del mundo —dice Stacey—. Para México en particular, desde mi punto de vista y experiencia, sí generó una explosión increíble de oportunidades de trabajo y para contar historias”.

En medio de esta era donde el dinero sí fluye para este negocio en el país, en junio se estableció la Federación Mexicana de Productores de Cine (fmpc). “Estamos frente a un momento muy efervescente y realmente emocionante”, dijo a El País Nicolás Celis, fundador de Pimienta Films y productor de Roma.

Cazadora de historias

Yo, que andaba lloriqueando por la idea de pagar 207 pesos extras al mes por mi suscripción, no sabría qué hacer con 1,000 mdd —bueno, quizá sí, pero nada productivo—, así que mejor me senté a platicar con Carolina Leconte, vicepresidenta de Contenido en México y Licencias para Latinoamérica de Netflix. Ella y su equipo son los encargados de encontrar, filtrar, pelotear, aprobar y acompañar todas las historias que se hacen en el país.

[Foto: Alejandra Mejía Insausti/Fast Company México]

Carolina es colombiana y tiene 26 años de experiencia en este negocio. Es de sonrisa fácil y, cuando hablas con ella, te ve directo a los ojos, como si ahí en el fondo de tu retina pudiera leer la historia de tu vida. Estudió comunicación social y periodismo, y empezó su carrera en MBA Networks, una distribuidora de contenido independiente para tv de paga—. En uno de esos giros irónicos de la vida, su siguiente trabajo fue en Blockbuster —un minuto de silencio por la era de los dvds en renta— como jefa de distribución. Luego ocupó varios puestos directivos en Caracol, la mayor televisora de Colombia. En 2013 llegó a Sony Pictures como VP Creativo México y, en 2019, se integró a Gato Grande, la filial de MGM para desarrollar “latin content”.

En 2021 llegó a Netflix como directora de series originales para América Latina y, en enero de este año, un mes antes del anuncio de la inversión, fue nombrada vicepresidenta de Contenido en México. “Cuando miro lo que ha pasado en los últimos cuatro años, me sorprendo —dice—. Es el trabajo de un equipo enorme, pero sobre todo, de la industria misma”.

Estamos en su oficina, un espacio funcional y sin excesos con solo un par de sillones, una mesita esquinera y un escritorio recargado contra una esquina. “Aquí me la paso leyendo”, comenta.

¿Se dan cuenta del impacto que generan?, le pregunto.

“Es realmente lindo saber que nosotros no solo hemos movido la industria audiovisual, sino que de alguna manera la derrama, no solo económica sino de empleo, se termina escalonando a otras muchas industrias: la turística, de fierros, de catering. Es una derrama que le ha sentado muy bien al país”, dice Carolina.

Según Netflix, cada dólar que invierte en producciones genera 1.6 dólares en valor agregado. Ahora están esos 1,000 mdd asignados para producciones en México, pero no por eso se trata de aventarlos al aire como bolo en bautizo de pueblo.

“Netflix está viendo a México como un punto súper importante. ¿Qué implica eso? Compromiso de parte de nosotros y una enorme responsabilidad. Soy muy disciplinada y no solo yo, sino Netflix en general es súper disciplinado —asegura Carolina—. Sabemos la responsabilidad que tenemos. Yo siempre le digo a todas las personas que trabajan conmigo: ‘A ver, si fuera tu sueldo, ¿comprarías esa serie?’. Tenemos que pensar que el dinero de Netflix es así de juicioso”.

No hay fórmulas ni todo vuela

Si uno ve el calendario global de lanzamientos de Netflix, todo el tiempo están estrenando algo. La rueda no para. Visto desde fuera, pareciera que solo hace falta llegar con una idea a la oficina de Netflix más cercana, tocar la puerta de la Carolina local y salir de ahí con un enorme cheque, como esos de ganador de programa de concursos: entra música alegre y cortinilla de Pitchando por un cheque. Esperen, voy corriendo a registrar la idea. 

“La gente cree que es una cuadrícula —dice Carolina—. Es un proceso 100% creativo, evidentemente hay una estrategia, pero no es meter las cosas en cuadros, así de ‘esto me falta’, sino elegir cuáles son las mejores historias que están allá afuera. Además, ¿cuáles son las historias más relevantes para este momento en particular? Gran parte de mi trabajo es leer las tendencias de lo que va a ser relevante para nosotros, como mexicanos, dentro de dos o tres años. Esto que yo empiezo a hacer hoy, cuando selecciono una historia, va a salir en unos tres o hasta cuatro años”.

Tampoco se trata, como mucha gente cree, que su trabajo es darle la bendición —y el dinero— a puro proyecto que a ella le entusiasma.

“No necesariamente lo que me gusta a mí es lo que está en el slate —la pizarra—. Me acuerdo que a mí me contrataron con esta premisa y no la olvido ningún día: ‘Carolina, tú tienes que conseguir que cada uno de los viewers de Netflix encuentre algo relevante y algo que lo enamore’. Creo que esa es la parte más linda de mi trabajo, porque te tienes que despojar del ego y entender que hay diferentes historias para cada tipo de persona”.

No hay recetario ni fórmulas para cocinar un hit, pero el trabajo de Netflix México está dando resultados: Contraataque, del director tapatío Chava Cartas y estrenada a finales de febrero de este año, se disparó al puesto 7 del Top 10 de películas originales en lengua distinta al inglés más vistas en la historia de la plataforma.

“Me moría por hacer algo de acción en Netflix —dice Carolina—. Contraataque que es el ejemplo perfecto de cómo una mexicanidad se refleja a sí misma; habla de la dignidad de México y no pretende ser wanna be de nadie. Somos lo que somos, eso fue lo que se reflejó y es la película mexicana [de Netflix] más vista de todos los tiempos”.

Un gran issue en el negocio de la cacería de historias originales que comanda Carolina es, justamente, la falta de originalidad.

“No sé si era porque nos veían como una compañía internacional, pero los contenidos que nos presentaban, como que querían parecerse a los norteamericanos”, dice Caro
—sí, a estas alturas ya le agarré confianza, porque así comando mi negocio de cacería de frases y citas.

Las cosas están así: las historias que Netflix elige contar no son la décima vuelta de la guerra de narcos y balaceras locas. Son divertidas, raras, surreales y específicas. Científicos viajando, rompiendo el tejido espacio temporal en Nuestro tiempos —con Benny Ibarra y Lucerito—. La extraordinaria vida cotidiana de un chico ciego en Ojitos de huevo. Son raras, pero gloriosas y distintivamente mexicanas. 

“Estamos buscando las mejores historias —dice—. Hoy es acción, mañana romance; otro, una serie histórica como Mal de amores y una sobre una mujer discapacitada como Santita […]; después, Amor de oficina, que es una comedia que habla del amor en el mundo godín”. Todos ellos, proyectos que recientemente entraron a producción.

Un lugar de ambiente donde todo es diferente

Carolina explica que ella y su equipo tienen libertad total para elegir los proyectos, pero eso, a su vez, tiene una gran responsabilidad.

“No es como en esas compañías jerárquicas, donde todos dicen: ‘Ay, a mí me dijeron, a mí me dijeron, a mí me dijeron’ —comenta, mientras hace el movimiento de pasar el balón al de a lado—. No, acá todo el mundo tiene las manitas puestas porque sabes que tú eres responsable de este pedazo y él otro de este pedazo. Existe un compromiso mucho mayor porque, al final, el resultado también te afecta directamente a ti”, explica.

Un proyecto que está cerca de llegar a las pantallas y que emociona mucho al equipo de Netflix es el documental de Juan Gabriel, uno de los artistas más grandes que ha dado México. Un titán. Un ícono que representa la complejidad y emotividad de lo mexicano.

“Cuando salió [el anuncio de] lo de Juan Gabriel no pude hablar. Es que me pongo a llorar como niña chiquita”, dice Caro, quien —me consta— se conmueve cuando algo de verdad la emociona. “Juan Gabriel tiene algo icónico […], refleja la latinidad”.

Ese proyecto es una producción de Laura Woldenberg, quien es una de las documentalistas más destacadas de México en las últimas décadas. Laura ya ha trabajado con Netflix. De esa alianza salieron 1994: poder, rebeldía y crimen en México (2019), Las Tres Muertes de Marisela Escobedo (2020), La Dama del Silencio (2024) y El portal: la historia oculta de Zona Divas (2024).

Laura Woldenberg [Foto: Carlos Álvarez-Montero/Netflix]

“Las plataformas como Netflix nos han ayudado a que el documental se pueda consumir de manera global —dice Laura—. Es increíble que  proyectos que quizás hace 20 años eran considerados de nicho, o que incluso tenían los adjetivos de aburrido o educativo, ahora se han transformado en formatos que pueden competir con cualquier ficción”.

“El hecho de que lo puedan ver en tantos países, en diferentes idiomas, y que la cultura mexicana y los problemas de nuestra región se puedan entender en otras partes del mundo, es muy satisfactorio”, añade.

Más allá del dinero

Los números apantallan, pero al final, lo que más importa es quién se levanta. Miles empleos. Comunidades que se vuelven el hilo de la historia, no solo el fondo. No se trata solo de financiar contenido, sino de financiar voces.

“Me llena de orgullo ese instinto de defender lo nuestro —dice Caro—. No hay nada más lindo que ser reales, auténticos. Y la autenticidad no solamente viene del color de la mexicanidad, eso es un pedacito, es la parte superficial. ¿Cómo lloramos los mexicanos? ¿Cómo nos queremos los mexicanos? ¿Cómo nos ponemos bravos los mexicanos? ¿Cómo nos duele a los mexicanos?”.

México no es solo un lugar para filmar. Es un lugar que moldea. El adn creativo de este país es tan vívido, tan lleno de texturas, tan vivo, que jamás iba a quedarse encasillado en las telenovelas o en los espacios de “sabor local”. Netflix lo entendió. Y rápido.

Y ahora México ya no aparece solo en los créditos: es el showrunner. El director. La estrella.

Imagínate esto: una chavita en Veracruz que acaba de escribir su primer guion. Una ingeniera de sonido en Guadalajara contratada para su primera gran serie. Un cuate en Mérida que ve Bardo y piensa: “Espérate… yo puedo hacer esto también”. Ahora multiplícalo por miles. Ese es el impacto: no solo dólares gastados, sino posibilidades abiertas.

Obvio, Netflix no arregló todo. No salvó al cine. Pero le puso un megáfono a voces que llevaban décadas susurrando. Por fin le estamos subiendo el volumen.

Esto ya no es una historia de Netflix. Es una historia de México. Y está lejos del final. Así que agarra el control remoto. O mejor aún, agarra la cámara. La próxima gran historia mexicana está ahí afuera. Y esta vez, la puede ver todo el mundo.


Este artículo fue publicado originalmente en la edición Verano 2025 de Fast Company México.

Author

  • Armando Tovar

    es editor en jefe de Fast Company México. Tiene más de 25 años en medios de comunicación. Ha trabajado para Reuters, Expansión, Moi, Muy Interesante y Business Insider México. Por un tiempo chapoteó en las aguas del marketing en EGADE Business School y UVM.

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Sobre el autor

es editor en jefe de Fast Company México. Tiene más de 25 años en medios de comunicación. Ha trabajado para Reuters, Expansión, Moi, Muy Interesante y Business Insider México. Por un tiempo chapoteó en las aguas del marketing en EGADE Business School y UVM.

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