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ChatGPT quiere ser el nuevo sistema operativo y eso debería preocuparnos

La computación se ha convertido en el nuevo petróleo, y OpenAI acaba de asegurarse los derechos de perforación.

ChatGPT quiere ser el nuevo sistema operativo y eso debería preocuparnos [Imagen: Jiva Core/Adobe Stock]

En un solo día, OpenAI definió los dos pilares de su próximo imperio. Primero, firmó un acuerdo integral con Advanced Micro Devices (AMD) para asegurar nada menos que 6 gigawatts de computación en GPU, un acuerdo que podría otorgarle hasta 10% de participación en AMD si se cumplen ciertos objetivos. Después, en el escenario del DevDay, presentó una nueva capa de “miniaplicaciones” que residen dentro de ChatGPT, convirtiendo al chatbot en algo mucho más grande: no un producto, sino una plataforma.

En conjunto, estos movimientos definen la ambición de OpenAI con total claridad: controlar la potencia y la interfaz.

Poder, literalmente

El acuerdo con AMD es más que un contrato de suministro. Es una señal. Seis gigawatts de computación en GPU para 2026, la primera planta de 1 gigawatt en construcción y garantías sobre acciones por hasta 160 millones de títulos a un centavo cada uno, si se cumplen los objetivos de desempeño.

Eso no es adquisición. Es integración vertical mediante ingeniería financiera. Al integrarse en la hoja de ruta de AMD para los chips MI450 de próxima generación, OpenAI está consolidando capacidad de cómputo a escala planetaria. También está adquiriendo influencia: el derecho a codiseñar, la capacidad de influir en los precios y una protección contra el dominio de Nvidia.

La computación se ha convertido en el nuevo petróleo, y OpenAI acaba de obtener los derechos de perforación.

De la aplicación al ecosistema

Luego llegó el DevDay. En el escenario, Sam Altman presentó “miniaplicaciones” de Spotify, Canva, Expedia, Zillow y otras: microinterfaces integradas en ChatGPT. El objetivo: permitir a los usuarios interactuar con servicios de terceros sin salir del chat: la apuesta de OpenAI por convertir ChatGPT en su sistema operativo conversacional.

Piensa en ello como una tienda de aplicaciones pero sin la tienda. Sin iconos, sin pantallas, solo conversación. Le pides a ChatGPT que planifique un viaje; llama a Expedia. Le preguntas por alojamiento; consulta a Zillow. Pide diseñar un logotipo y Canva aparece, sin problemas. La interfaz desaparece. El agente decide.

No se trata de una superaplicación en el sentido asiático. Es algo más profundo: una capa de orquestación que se sitúa por encima de cualquier otro servicio digital, convirtiendo el lenguaje natural en la superficie de control predeterminada para tu vida digital.

Si funciona, ChatGPT deja de ser un chatbot y se convierte en la interfaz de internet.

Ya hemos pasado por esto

Cualquiera que haya observado la historia de Silicon Valley sabe cómo funciona esto. Las plataformas empiezan como facilitadoras y acaban como guardianes. En la década de 1980, Microsoft utilizó Windows para controlar la distribución. En la década de 2000, Google convirtió las búsquedas en una subasta para captar la atención. En la década de 2010, Apple y Meta crearon tiendas de aplicaciones y ecosistemas publicitarios que extraían ingresos de todo lo que pasaba por ellas.

Ahora, la propia interfaz, la conversación, se convierte en la plataforma. Y el patrón se repite.

Cuando ChatGPT “sugiere” qué aplicación usar, ¿quién decide cuáles aparecen? Zillow se enorgullece de ser el socio inmobiliario exclusivo de ChatGPT. Pero ¿qué pasa cuando llega la competencia? (Y todos sabemos que llegará). ¿Dependerá la colocación del mérito o de la puja? ¿Veremos un mercado donde las empresas paguen por su espacio en las recomendaciones del agente, como el SEO para las conversaciones con IA?

La historia sugiere que sí. La diferencia es que, esta vez, no hay una página de resultados de búsqueda que analizar. La decisión se toma de forma invisible, en el flujo de una conversación.

La ilusión de agencia

Para los usuarios, la promesa es muy seductora y suena bastante bien. Ya no es necesario hacer malabarismos con pestañas o aplicaciones: el agente lo hace todo. Incluso inicia las conversaciones. Pero el precio de la comodidad es la asimetría. Cuando le pides a ChatGPT que “encuentre el mejor vuelo”, no estás buscando, estás delegando. Y todos sabemos que delegar sin transparencia conduce a la dependencia.

¿Quién audita la lógica detrás de las decisiones de tu agente? ¿Qué datos los informan? ¿Qué incentivos económicos los sesgan? Cuanto más se simplifica la interfaz, más opaco se vuelve el proceso subyacente.

Llevamos dos décadas quejándonos de las cajas negras algorítmicas en las búsquedas y las redes sociales. Ahora estamos a punto de construir una en torno a cada decisión digital que tomamos.

La computación como barrera, la distribución como captura

La alianza con AMD y el anuncio de las miniaplicaciones son dos mitades de la misma estrategia. La computación es la barrera de entrada y la distribución es el mecanismo de captura.

Al asegurar una vasta capacidad de energía y chips, OpenAI garantiza que ningún competidor pueda igualar fácilmente su escala. Al integrarse como interfaz para otras aplicaciones, garantiza que, incluso si existen competidores, estos tendrán que atravesar su ecosistema para llegar a los usuarios. Es el clásico manual de estrategias de Silicon Valley, ejecutado con una velocidad vertiginosa y una capa de polvo mágico de IA.

Altman aprendió de los mejores. Observó cómo Apple, Google y Facebook convirtieron el control de las interfaces en control de las economías. Ahora aplica la lección a la era de los agentes: domina la conversación y dominarás al usuario.

La cuestión energética

El acuerdo con AMD también pone de relieve una verdad incómoda: la IA a gran escala consume mucha energía por diseño. Seis gigawatts equivalen aproximadamente a la potencia de seis reactores nucleares. El entrenamiento y la ejecución de modelos avanzados ya consumen cantidades asombrosas de energía. ¿Qué sucede cuando la interfaz más popular del mundo es también uno de sus mayores consumidores de electricidad?

OpenAI no solo desarrolla software; también construye infraestructura con una huella de carbono y consecuencias geopolíticas. Cuando una empresa privada empieza a acaparar gigawatts de capacidad de generación, los reguladores deberían tratarla no como una startup, sino como una empresa de servicios públicos.

La brecha de gobernanza

Cada cambio de plataforma genera retrasos en la gobernanza: las normas llegan años después de que se establezca el dominio. Así es como terminamos con monopolios en las tiendas de aplicaciones, cárteles de tecnología publicitaria y mercados de búsqueda que valen billones, pero que no rinden cuentas a nadie.

La plataformización de ChatGPT está ocurriendo más rápido que cualquier transición anterior. Y los reguladores, distraídos por la moderación de contenido y las disputas por derechos de autor, parecen estar completamente desprevenidos.

Los riesgos no son teóricos. Una vez que un agente actúa en tu nombre (reservando viajes, recomendando compras, incluso tomando decisiones de contratación), será imposible separar la conveniencia de la manipulación. Cuanto más externalicemos el juicio a las máquinas, más fácil será para quienes las poseen moldear nuestro comportamiento.

¿Qué sucederá después?

El impulso es innegable. OpenAI está adquiriendo informática, integrando socios y posicionando ChatGPT como la interfaz de todo. La prensa financiera lo interpreta como un triunfo de la ejecución. La industria tecnológica lo interpreta como el amanecer de la computación agéntica. Puede que ambos tengan razón.

Pero bajo la emoción, hay una advertencia escrita en las notas a pie de página de la historia de la tecnología. Cada vez que una plataforma promete una integración sin fricciones, termina centralizando el poder. Cada vez que pensamos “esta será diferente”, no lo es.

No soy un europeo más obsesionado con regularlo todo. Simplemente tengo la edad suficiente para recordar varias experiencias previas similares a esta. El mundo no necesita otro sistema operativo que medie el acceso a todo. Necesita transparencia, interoperabilidad y competencia. Si no insistimos en ello ahora, podríamos encontrarnos viviendo en la caja negra más poderosa jamás construida: una que no solo responde a nuestras preguntas, sino que decide discretamente cuáles podemos hacer. Están advertidos.

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