Cuando figuras famosas y poderosas hablan sobre su experiencia con el autismo, capturan la atención del público. Un ejemplo es Bill Gates, quien en su próxima autobiografía Source Code: My Beginnings escribe: “Si creciera hoy, probablemente me diagnosticarían dentro del espectro autista”. Aunque reconoce los desafíos que esto le presentó, también afirma: “No cambiaría el cerebro que me tocó por nada”.
Para muchas personas en la comunidad autista, esta visibilidad es una victoria. Ver a alguien exitoso identificarse como autista puede inspirar y recordar que un cerebro autista no es motivo de vergüenza, sino algo que merece celebrarse.
Sin embargo, estas revelaciones de alto perfil también generan sentimientos encontrados. Junto con la celebración, surgen preocupaciones sobre la narrativa del autismo y el éxito: ¿a quién beneficia y a quién deja fuera?
El estereotipo del “genio autista” y la narrativa de la superhabilidad
Los discursos populares suelen presentar a las personas autistas de manera extrema: o como genios incomprendidos que revolucionan industrias o como figuras trágicas que se definen por sus dificultades. Cuando alguien influyente se identifica como autista, la historia se enfoca en su “brillante neurodivergencia imparable”: sus talentos extraordinarios, creatividad, persistencia “sobrehumana” o su enfoque único para resolver problemas. Esto refuerza la idea de que el autismo es una especie de superpoder.
Si bien este enfoque parece una mejora frente al estigma de “discapacidad o deficiencia”, también puede convertirse en una trampa. La imagen del “genio” puede distorsionar la realidad del autismo y crear estereotipos que, aunque aparentemente positivos, tienen efectos negativos en muchas personas autistas.
Uno de los efectos más evidentes del estereotipo del “genio tecnológico” es la presión para que las personas autistas se inclinen hacia carreras en tecnología, aunque no necesariamente sean su vocación. También se corre el riesgo de reforzar la idea de que el valor de una persona autista depende de su capacidad para sobresalir en algo excepcional. Esto genera una jerarquía de valor donde solo quienes son “útiles” o “excepcionales” son vistos como valiosos, lo que puede alimentar sentimientos de insuficiencia, exclusión y agotamiento.
Además, la narrativa del “genio millonario” puede ocultar los desafíos económicos que enfrenta la mayoría de las personas autistas. Si las políticas y programas solo se centran en “aprovechar el potencial autista”, pueden descuidar necesidades esenciales como vivienda, transporte, acceso a atención médica y la protección contra la discriminación laboral.
La realidad del trabajo siendo autista
En sus memorias, Gates reconoce tanto su suerte como su privilegio y su historia merece celebrarse. Pero hay muchas otras historias que siguen sin contarse ni escucharse.
La mayoría de las personas autistas enfrentan dificultades laborales complejas y dolorosas. Más allá de la alta tasa de desempleo, incluso quienes trabajan suelen verse limitados por la pobreza, ambientes inaccesibles y la falta de comprensión de sus empleadores.
Sus historias pueden no ser glamorosas, pero son igual de importantes. Representan la realidad de la mayoría de las personas autistas: aquellas que no aparecen en los titulares.
Por ejemplo, Charlie Hart, analista de sistemas de RR. HH. en el Reino Unido, fue elogiada por su productividad y atención al detalle. Sin embargo, en sus evaluaciones de desempeño nunca obtuvo una calificación superior a “satisfactorio”. Cuando preguntó cómo podía mejorar, le dijeron que debía ser “otra persona” y la enviaron a un programa de coaching para enmascarar su neurodivergencia, lo que la llevó a una profunda depresión.
Burnett Grant, técnico de laboratorio autista en Estados Unidos, recibió un consejo no solicitado de su supervisor: que solicitara beneficios por discapacidad y limpiara casas por dinero extra. Burnett nunca había pedido ayuda financiera ni mostrado bajo desempeño, lo que sugiere que el comentario se basó en estereotipos.
Jacqui Wilmshurst, psicóloga en Reino Unido, reveló su diagnóstico a su jefe después de haber sido contratada por su pensamiento innovador. La respuesta inmediata fue someterla a una evaluación médica para determinar si aún era apta para el trabajo. La presión y la falta de apoyo la llevaron a renunciar.
Justin Donne trabajó en el Reino Unido y Francia para organizaciones gubernamentales, empresas privadas y muchas juntas directivas. También lo consideraban “demasiado” y le decían que fuera más despacio. En uno de sus puestos, Justin batió récords organizativos en cuanto a indicadores clave de rendimiento, facilitó la recaudación de fondos y desarrolló programas premiados. Luego, lo pusieron bajo la supervisión de otros jefe que quería controlar todo lo que Justin hacía y cómo lo hacía. Ese fue el final de la carrera de Justin en esa organización.
Estas historias reflejan las experiencias de la mayoría de los talentos autistas, aquellos que con demasiada frecuencia quedan excluidos de las conversaciones o consideraciones laborales y que se quedan sin trabajo. Sus dificultades son una señal de alerta sobre las fallas en los sistemas de gestión y recursos humanos, como los canarios en las minas de carbón.
Una visión más amplia del talento autista
Un entorno laboral justo debe estar diseñado para permitir que todas las personas autistas desarrollen su talento, sin importar si son “extraordinarias” o no. Para lograrlo, es necesario:
- Ampliar la narrativa. Destacar una diversidad de historias autistas, incluyendo aquellas de personas comunes que enfrentan dificultades diarias. Es necesario alejarse de la visión reduccionista del autismo como un “superpoder” o una “tragedia”. El autismo es una experiencia humana compleja, no un eslogan de marketing.
- Celebrar el valor humano. Reconocer el valor de todas las personas, autistas o no, sin condicionar su dignidad a la posesión de habilidades excepcionales. Todos merecen dignidad, pertenencia y la oportunidad de contribuir.
- Eliminar barreras. Diseñar lugares de trabajo justos y flexibles que ofrezcan oportunidades de empleo y éxito para todas las personas, independientemente de su posición económica o social. Estos lugares de trabajo benefician a todos y ayudan a crear más historias para celebrar.
Cuando una figura de alto perfil visibiliza el autismo, se abre una oportunidad para educar y reflexionar. Pero también es el momento de preguntarnos: ¿de quién se está hablando? ¿A quién se deja fuera? ¿Y cómo podemos ampliar la conversación para que todas las personas autistas tengan las mismas oportunidades de prosperar?
La verdadera historia del talento autista es sobre personas –todas– que merecen dignidad, respeto y el apoyo necesario para prosperar. Fomentar el desarrollo de todos enriquece el trabajo y la sociedad más allá de cualquier logro individual, por brillante que sea.