
Tu perro inclina la cabeza cuando lloras, camina de un lado a otro cuando estás estresado y, de alguna manera, aparece a tu lado en tus peores momentos. ¿Casualidad? Ni de cerca.
Miles de años de coevolución han dotado a los perros de una capacidad especial para sintonizar con nuestras voces, rostros e incluso con la química cerebral. Desde las regiones cerebrales dedicadas a procesar el habla hasta la oxitocina, la hormona del amor, que se libera cuando nos miramos a los ojos, la mente de tu perro está programada para captar lo que sientes.
La evidencia de esta extraordinaria inteligencia emocional comienza en el propio cerebro. El cerebro canino posee áreas específicas sensibles a la voz, similares a las de los humanos. En un estudio de imágenes cerebrales, los investigadores descubrieron que los perros poseen regiones de procesamiento de voz en la corteza temporal que se activan en respuesta a los sonidos vocales.
Los perros responden no solo a cualquier sonido, sino también al tono emocional de su voz. Las exploraciones cerebrales revelan que los sonidos con carga emocional (una risa, un llanto, un grito de ira) activan la corteza auditiva canina y la amígdala, una parte del cerebro involucrada en el procesamiento de las emociones.
Los perros también son hábiles lectores de rostros. Al mostrarles imágenes de rostros humanos, exhiben una mayor actividad cerebral. Un estudio descubrió que ver un rostro humano familiar activa los centros de recompensa y emocionales de un perro, lo que significa que su cerebro procesa sus expresiones, quizás no en palabras, sino en sentimientos.
Los perros no solo observan tus emociones; también pueden “contagiarlas”. Los investigadores lo llaman contagio emocional, una forma básica de empatía en la que un individuo refleja el estado emocional de otro. Un estudio de 2019 descubrió que algunas parejas de perros y humanos presentaban patrones cardíacos sincronizados durante momentos de estrés, con latidos que se reflejaban mutuamente.
Este contagio emocional no requiere un razonamiento complejo; se trata más bien de una empatía automática que surge de un vínculo estrecho. Los bostezos o gemidos empáticos de tu perro probablemente se deban a una asociación aprendida y a una sintonía emocional, más que a una simple imitación mental.
El efecto de la oxitocina
El descubrimiento más notable en el vínculo entre perros y humanos podría ser la conexión química que compartimos. Cuando perros y humanos establecen un contacto visual suave, ambos experimentan una oleada de oxitocina, a menudo llamada la “hormona del amor”.
En un estudio, los dueños que mantuvieron miradas mutuas prolongadas con sus perros tuvieron niveles de oxitocina significativamente más altos después, y lo mismo ocurrió con sus perros.
Este ciclo de retroalimentación de oxitocina refuerza el vínculo, de forma similar a la mirada entre un padre y su cría. Sorprendentemente, este efecto es exclusivo de los perros domésticos: los lobos criados a mano no respondían de la misma manera al contacto visual humano. A medida que los perros se domesticaron, desarrollaron este ciclo de oxitocina interespecie como una forma de conectarlos emocionalmente con sus humanos. Esa mirada conmovedora que tu cachorro te dirige los une químicamente.
Más allá del contacto visual, los perros son sorprendentemente hábiles para interpretar el lenguaje corporal y las expresiones faciales humanas. Experimentos demuestran que los perros domésticos pueden distinguir una cara sonriente de una enojada, incluso en fotos.
Los perros muestran un sesgo sutil hacia el hemisferio derecho cuando procesan señales emocionales y tienden a mirar hacia el lado izquierdo de la cara de un humano cuando evalúan las expresiones, un patrón que también se observa en humanos y primates.

Los perros utilizan múltiples sentidos para discernir cómo te sientes. Un “¡Buen chico!” alegre y agudo, con una postura relajada, transmite un mensaje muy diferente a un grito severo con un lenguaje corporal rígido. Sorprendentemente, incluso pueden olfatear las emociones. En un estudio de 2018, los perros expuestos al sudor de personas asustadas mostraron más estrés que los perros que olieron sudor de “felicidad”. En esencia, tu ansiedad le resulta desagradable a tu perro, mientras que tu felicidad relajada puede tranquilizarlo.
El perro, criado para la amistad
¿Cómo lograron los perros una sintonía tan notable con las emociones humanas? La respuesta reside en su trayectoria evolutiva junto con nosotros. Los perros tienen cerebros más pequeños que sus ancestros lobos salvajes, pero en el proceso de domesticación, sus cerebros podrían haberse reconfigurado para mejorar la inteligencia social y emocional.
Las pistas provienen de un experimento ruso de domesticación de zorros. Los zorros criados para la mansedumbre mostraron un aumento de materia gris en las regiones relacionadas con la emoción y la recompensa. Estos resultados desafían la suposición de que la domesticación reduce la inteligencia de los animales. En cambio, criar animales para que sean amigables y sociables puede mejorar las vías cerebrales que les ayudan a formar vínculos.
En los perros, miles de años viviendo como nuestros compañeros han perfeccionado las vías cerebrales para interpretar las señales sociales humanas. Aunque el cerebro de tu perro sea más pequeño que el de un lobo, podría estar optimizado para amar y comprender a los humanos.
Los perros probablemente no se preguntan por qué estás molesto ni se dan cuenta de que tienes pensamientos e intenciones distintos. En cambio, son expertos en captar lo que proyectas y responder en consecuencia.
Puede que los perros no puedan leernos la mente, pero al leer nuestro comportamiento y sentimientos, nos conectan emocionalmente como pocos animales pueden. En nuestro agitado mundo moderno, esa empatía entre especies no solo es entrañable, sino también evolutiva y socialmente significativa, recordándonos que el lenguaje de la amistad a veces trasciende las palabras.
Laura Elin Pigott es profesora titular de neurociencias y neurorrehabilitación, y jefa de curso en la Facultad de Salud y Ciencias de la Vida de la Universidad South Bank de Londres.
Este artículo se publicó en The Conversation. Puedes leer el original aquí.