
OpenAI anunció que, a partir de diciembre, ChatGPT permitirá la generación de contenido erótico para usuarios adultos verificados. Al mismo tiempo, xAI de Elon Musk lanzó Grok Imagine, un sistema de generación de imágenes que ya incluye un modo NSFW para producir imágenes explícitas.
Nada de esto debería sorprender a nadie. El deseo, la fantasía y la pornografía siempre han sido poderosos motores de la adopción tecnológica. La fotografía, el vIdeo, internet e incluso los pagos online crecieron, en parte, gracias a ello. La pregunta interesante no es sobre el sexo: se trata de lo que estas decisiones revelan sobre el tipo de humanidad que las grandes tecnológicas están moldeando.
El deseo como servicio gestionado
No se trata de pudor ni pánico. La sexualidad, por supuesto, encontrará sus expresiones digitales. Lo inquietante no es la presencia del erotismo en la tecnología, sino su gestión industrializada.
La diferencia entre el erotismo y el consumo algorítmico es la misma que entre la experiencia y la dopamina: uno se construye a través de la relación; la otra se dosifica desde el exterior. Al integrar la sexualidad en amplios modelos lingüísticos y generadores visuales, las plataformas no liberan el deseo: lo administran.
Deciden qué fantasías son “aceptables”, qué cuerpos existen y cuáles no, qué límites merece la imaginación y cuáles se censuran preventivamente. La promesa es libertad; el resultado, la regulación del placer.
De la exploración a la domesticación
Cuando la excitación, la ternura y la curiosidad se median a través de una interfaz, nuestra relación con nuestros cuerpos y con los demás cambia. Esto no es moralismo. Es arquitectura del comportamiento.
Los algoritmos aprenden lo que nos atrae, lo replican, lo refuerzan y lo convierten en dependencia. Los usuarios dejan de explorar el deseo; lo repiten. Y la repetición, segura, cómoda y sin riesgos, se convierte en una forma de domesticación.
No hay necesidad de manipular a las personas con ideología cuando se puede condicionarlas con placer. La estimulación constante es una forma de control mucho más efectiva que la censura.
Un nuevo vector de captura
No es casualidad que esta expansión llegue justo cuando los grandes modelos de lenguaje maduran y las corporaciones compiten por mantener a los usuarios dentro de sus ecosistemas cerrados.
El sexo, en este contexto, se convierte en otro vector de captación de atención, una forma de profundizar el vínculo emocional entre humanos y máquinas.
El objetivo ya no es que la IA responda, sino que acompañe, emocione, calme y reemplace. La fantasía no es compañía: es contención. Una pareja artificial diseñada para nunca desafiar, nunca rechazar, nunca sentir.
Esto no es liberación tecnológica. Es la automatización de la comodidad.
Del entretenimiento al deseo gestionado
Como dije hace un par de semanas, ya hemos pasado por esto antes. Desde las redes sociales hasta los videojuegos, el entretenimiento digital ha seguido la misma lógica de estimulación permanente. Lo que cambia ahora es el terreno: ya no se trata del tiempo libre: se trata del deseo mismo, ese núcleo donde la emoción y la biología se encuentran.
Convertir el deseo en un servicio gestionado por algoritmos es el paso final hacia una humanidad dócil, una en la que incluso la intimidad se convierte en una suscripción.
Sexo digital vs. sexo algorítmico
No se trata de moralizar sobre la pornografía: se trata de comprender lo que significa ceder el control de la imaginación erótica, una de las fuerzas creativas más poderosas de la humanidad, a sistemas cerrados que no explican cómo aprenden, qué filtran ni a quién sirven.
El problema no es el sexo digital. Es el sexo algorítmico. No el placer, sino el control.
Una vez que estos sistemas aprenden a medir, ajustar y estimular el deseo, el libre albedrío se convierte en un parámetro de optimización más.
La nueva anestesia
Tras esta aparente liberalización del contenido se esconde una estrategia más sencilla y eficaz: mantenernos ocupados, satisfechos y distraídos.
No adoctrinados: anestesiados.
Una especie de ganado emocional, alimentado por impulsos diseñados en servidores remotos. Ovejas algorítmicas: artificialmente felices, productivas e incapaces de distinguir entre el deseo genuino y el estímulo fabricado.