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Cómo liderar en la era del caos continuo: del permarriesgo a la antifragilidad

El impacto reputacional ya no es una variable periférica: forma parte de la ecuación estratégica.

Cómo liderar en la era del caos continuo: del permarriesgo a la antifragilidad [Ilustración: envato]

Al revisar la evolución de los riesgos corporativos, queda claro que las empresas han pasado de gestionar crisis puntuales a operar en un entorno de exposición constante. Hoy, los riesgos ocurren al mismo tiempo, se interconectan y muchas veces resultan difíciles de anticipar. Ese estado se conoce como permarriesgo, y define buena parte del contexto actual.

En respuesta, muchas organizaciones han creado estructuras especializadas —como Oficinas de Gestión de Riesgos o Unidades de Compliance— para atender incidentes operativos, logísticos o tecnológicos. Sin embargo, hay un pilar que suele quedar fuera del radar: la reputación corporativa. Se le resta prioridad hasta que una situación inesperada —como una kisscam durante el concierto de Coldplay— desencadena una ola de reacciones que afectan el valor de una compañía en cuestión de horas.

Ese tipo de episodios evidencia que la imagen de una empresa no se sostiene únicamente en sus productos o servicios. También influyen sus decisiones, posturas públicas y la percepción que construyen sus audiencias más allá de lo comercial. En un entorno hiperconectado, basta una decisión mal comunicada o un silencio inoportuno para generar un impacto directo en la confianza y la estabilidad del negocio.

Aquí surge una pregunta fundamental: si todo termina reflejándose en los resultados financieros, ¿por qué no comenzar por aquello que los hace posibles: la confianza, la credibilidad, la percepción?

Reputación y resultados

Quienes lideran empresas deben mirar más allá de los indicadores inmediatos y preguntarse cuáles son las expectativas sociales, cómo se relacionan con sus grupos de interés y hasta qué punto una situación puede escalar rápidamente. El impacto reputacional ya no es una variable periférica: forma parte de la ecuación estratégica.

En este contexto, el concepto de antifragilidad se vuelve cada vez más relevante. A diferencia de la resiliencia, que se enfoca en resistir y volver a la normalidad, la antifragilidad describe la capacidad de una organización para crecer a partir de la presión, adaptarse con agilidad y descubrir oportunidades en medio del caos. Este enfoque se está convirtiendo en un estándar para quienes buscan no solo superar crisis, sino liderar transformaciones.

En el estudio Antifragilidad: Análisis de Riesgos en México, realizado por LLYC, detectamos que la vulnerabilidad reputacional en el país es elevada y abarca todos los sectores. Los principales temas de riesgo giran en torno a integridad, seguridad y la creciente participación de voces independientes como periodistas y líderes de opinión, que ya no requieren de grandes plataformas para incidir en la conversación pública.

Estar un paso adelante de los riesgos

Más que una advertencia, estos hallazgos invitan a rediseñar la forma en que se gestionan los riesgos. Las empresas con mayor capacidad de escucha, anticipación y reacción efectiva son también las que logran mantener su relevancia y generar ventajas competitivas sostenibles.

Hoy, gestionar el riesgo no significa protegerse del cambio, sino integrar el cambio a la estrategia. Y liderar, en este nuevo entorno, exige abandonar los planes cerrados para empezar a construir escenarios abiertos, flexibles y con visión a futuro.

La antifragilidad, entonces, representa algo más que una herramienta para enfrentar crisis. Es una forma de liderazgo alineada con la complejidad del mundo actual. Las organizaciones que la asuman estarán mejor preparadas y tendrán más posibilidades de evolucionar y fortalecerse en cada desafío.

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Sobre el autor

es director general de Corporate Affairs en Latinoamérica de LLYC.