La victoria de Donald Trump en las elecciones de 2024 y su amenaza de imponer aranceles a todas las importaciones a Estados Unidos subraya un problema importante para la economía global.
Estados Unidos es una potencia tecnológica, al invertir más que cualquier otro país en investigación y desarrollo y ganar más premios Nobel en los últimos cinco años que todos los demás países juntos. Sus inventos y éxitos económicos son la envidia del mundo. Sin embargo, el resto del mundo debe hacer todo lo posible para evitar depender en exceso de Estados Unidos.
Y esta situación no habría sido muy diferente si Harris hubiera ganado.
El enfoque de “Estados Unidos primero” de Donald Trump es, en realidad, una política bipartidista. Al menos desde la política de independencia energética del expresidente Barack Obama, el país ha estado en una búsqueda, en su mayoría introspectiva, de mantener su supremacía tecnológica mientras pone fin a la externalización de empleos industriales.
Una de las decisiones clave de economía de Trump en su primer mandato fue aceptar precios más altos para los consumidores estadounidenses para proteger a los productores nacionales, imponiendo altos aranceles a casi todos sus socios comerciales.
Por ejemplo, los aranceles de Trump en 2018 sobre lavadoras de todo el mundo significaron que los consumidores estadounidenses paguen 12% más por estos productos.
Luego, el presidente Joe Biden, de una manera más diplomática, aumentó algunos de los aranceles de Trump: hasta 100% en vehículos eléctricos, 50% en celdas solares y 25% en baterías provenientes de China.
En un momento de emergencia climática, esta fue una decisión clara para ralentizar la transición energética en favor de la protección de la manufactura estadounidense.
Aunque Biden firmó una tregua con Europa en materia de aranceles, comenzó una batalla quizás aún más perjudicial al lanzar una carrera de subsidios.
Por ejemplo, la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos incluye 369,000 millones de dólares en subsidios en áreas como vehículos eléctricos o energías renovables. Y la Ley de Chips comprometió 52,000 millones de dólares para subsidiar la producción de semiconductores y chips de computadora.
China, Europa y el resto del mundo
Esta política industrial estadounidense puede haber sido introspectiva, pero tiene claras consecuencias para el resto del mundo. China, después de décadas de crecimiento basado principalmente en exportaciones, ahora debe lidiar con problemas masivos de sobrecapacidad industrial.
El país ahora intenta fomentar un mayor consumo interno y diversificar sus socios comerciales.
Europa, a pesar de una fuerte restricción presupuestaria, invierte gran cantidad de dinero en esta carrera de subsidios. Alemania, un país con un crecimiento lento y grandes dudas sobre su modelo industrial, se compromete a igualar los subsidios estadounidenses, ofreciendo, por ejemplo, 900 millones de euros a la empresa sueca de baterías Northvolt para que continúe produciendo en el país.
Todos esos subsidios están dañando la economía mundial y podrían haber financiado fácilmente necesidades urgentes como la electrificación de todo el continente africano con paneles solares y baterías. Mientras tanto, China ha reemplazado a Estados Unidos y Europa como el mayor inversor en África, siguiendo su propio interés en recursos naturales.
El próximo mandato de Trump podría ser una oportunidad para fijar ideas.
Podría argumentarse, por ejemplo, que la invasión a gran escala de Ucrania, los miles de muertes y la crisis energética que le siguió, podrían haberse evitado si la administración de Biden hubiera sido más clara con el presidente ruso Vladimir Putin sobre las consecuencias de una invasión, y si hubiera provisto armas modernas a Kiev antes de la guerra.
Pero la mayor parte de la culpa recae en Europa. Hay que darle crédito a Trump: el problema estratégico de volverse demasiado dependiente del gas ruso es algo que Trump claramente advirtió a Alemania durante su primer mandato.
Hay un camino claro a seguir: Europa podría ayudar a China a solucionar sus problemas de sobrecapacidad negociando el fin de su propia guerra de aranceles sobre la tecnología china, como paneles solares y autos eléctricos.
A cambio, Europa recuperaría algo de soberanía produciendo más de su propia energía limpia en lugar de importar cantidades récord de gas licuado desde Estados Unidos. También podría aprender algunas cosas al producir con empresas chinas, y China podría usar su inmenso poder de influencia sobre Rusia para poner fin a la invasión de Ucrania.
La Unión Europea también podría esforzarse más en lo que mejor hace: firmar acuerdos comerciales y usarlos como una herramienta para reducir las emisiones de carbono en todo el mundo.
Esto no es solo sobre Europa y China. Después de décadas de mejora continua en todas las dimensiones importantes de la vida humana, el mundo está retrocediendo.
El número de personas que enfrentan hambre está aumentando, llevándonos de regreso a los niveles de 2008-2009. La guerra está en auge en Gaza, Sudán, Myanmar, Siria, y ahora en Líbano. El mundo no había visto tantas bajas civiles desde 2010.
Para bien o para mal, es improbable que una administración de Trump revierta el camino de menor intervencionismo estadounidense. Tampoco es probable que lidere alguna iniciativa importante en temas de paz, cambio climático o liberalización del comercio.
El mundo está solo y Estados Unidos no vendrá a salvarlo.
No sabemos qué pasará con Estados Unidos. Tal vez el regreso de Trump sea, en gran medida, una continuación de los últimos diez años. Tal vez aranceles prohibitivos o la destrucción de las instituciones que hicieron de Estados Unidos una potencia económica hagan que la economía estadounidense sea menos relevante. Pero esto es algo que los estadounidenses han elegido y con lo que el resto del mundo simplemente tendrá que aprender a lidiar.
Mientras tanto, lo único que el mundo puede hacer es aprender a trabajar mejor en conjunto, sin depender demasiado unos de otros.
Renaud Foucart es profesor titular de Economía en la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad de Lancaster.
Este artículo fue republicado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lee el artículo original.