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Pocas cosas parecen más obvias e incuestionables que la noción de que los líderes siempre deben ser fieles a sus valores, pase lo que pase.
Este mantra ampliamente aceptado, conocido como autenticidad moral, se basa en dos supuestos bastante lógicos.
En primer lugar, los líderes (a diferencia, por ejemplo, de los supervisores de primera línea o los gerentes de nivel medio) no solo se encargan de coordinar la actividad humana, sino también de actuar como agentes de significado. De hecho, lo que la mayoría de las personas espera de los líderes es algún tipo de inspiración. Esto incluye un guía ética, dirección espiritual y una sólida alineación entre sus valores y comportamientos.
En segundo lugar, los seguidores se sienten atraídos por líderes que comparten sus valores o creencias fundamentales. Por lo tanto, tienen un incentivo para conocer y comprender cómo se sienten y piensan los líderes sobre temas cruciales (por ejemplo, ideología, política, problemas sociales y actualidad) para decidir si merecen ser seguidos.
En consecuencia, los líderes que no tienen claros sus valores, o no son capaces de proyectarlos de manera convincente, pueden ser incapaces de liderar y ser cuestionados, o incluso ignorados, por sus seguidores. Como ejemplo moderno en política, pensemos en John Kerry, quien se convirtió en un símbolo de la volatilidad política cuando, durante la campaña de 2004, comentó que había «votado a favor de los 87,000 millones de dólares antes de votar en contra», cuando se refirió a un proyecto de ley de financiación de la guerra que inicialmente apoyó con condiciones y al que luego se opuso. Esto erosionó la confianza pública en la coherencia de sus convicciones.
EL ARGUMENTO A FAVOR DE UN CAMBIO DE RUMBO
Y, sin embargo, existen razones por las que mantener una coherencia estricta no siempre es lo mejor. Por ejemplo:
1. La incertidumbre invita a la duda: En una época donde casi nada es seguro y el mundo parece impredecible, es racional (y humano) que los líderes piensen antes de actuar y tengan la capacidad de no seguir su corazón, controlen sus instintos y desvinculen la cadena estímulo-respuesta de las reacciones impulsivas. Lo que parece vacilación suele ser un signo de madurez: la capacidad de detenerse, reflexionar y anular las propias intuiciones emocionales para elegir la respuesta que beneficia al grupo, no al ego. En otras palabras, un líder que nunca duda de sí mismo no tiene confianza; es peligroso.
2. La tolerancia requiere flexibilidad: La capacidad de no simplemente “aparcar” sus valores, sino de intentar comprender y aceptar los valores de los demás (no solo seguidores, subordinados y votantes, sino también críticos y opositores) fortalece la capacidad de los líderes para unir y, en definitiva, liderar, ya que el liderazgo consiste en unir a las personas en lugar de dividirlas o acentuar las divisiones existentes. Por el contrario, los líderes que tratan sus propios valores como mandamientos sagrados fomentarán facciones, polarizarán, atraerán a seguidores y fanáticos con un carisma sectario, pero repeleran y antagonizarán a casi todos los demás. La rigidez dogmática respecto a los propios valores crea tribus; la curiosidad flexible crea coaliciones pragmáticas y unidad.
3. Valores tóxicos o problemáticos: ¿Qué sucede si los valores del líder son erróneos, antisociales o tóxicos? En esos casos, seguramente los líderes se beneficiarían al menos de considerar la posibilidad de adoptar y promover mejores valores en beneficio de la mayoría. Los valores generalmente son estables a lo largo del tiempo, pero tenemos la capacidad de cambiar, lo que incluye cambiar nuestras perspectivas y creencias en torno a los valores fundamentales (si desea conocer los suyos, realice esta breve evaluación gratuita). Esto es especialmente importante cuando los valores son inadaptados o simplemente erróneos.
Como ilustro en mi último libro, los dictadores más brutales de la historia tienen muy pocas reservas sobre seguir sus propios valores corruptos; de hecho, fueron transparentes e inflexiblemente fieles a ellos, pero en detrimento de todos. Un líder que insiste en ser fiel a sus valores, incluso cuando estos perjudican a otros, no le hace ningún favor a nadie. Desde una perspectiva diferente, a estos líderes les iría mejor sin cuestionaran, cambiaran o ignoraran sus propios valores para comportarse de acuerdo con los valores prosociales de la mayoría.
4. La decencia básica y la integridad son suficientes: después de eso, los valores son un buen complemento, pero lo que importa es la competencia real de los líderes y su capacidad para liderar. La verdadera prueba no es si los líderes tienen los valores “correctos”, sino si se comportan con integridad, justicia y moderación cuando importa. La competencia, la empatía y el control de los impulsos superan rutinariamente cualquier compromiso abstracto con el sistema interno de creencias de uno, sin importar cuán lógico o psicológicamente atractivo pueda ser ese sistema para algunos (lo que tiende a significar que será poco atractivo para otros). Las personas no te siguen porque estén de acuerdo con todos los valores que supuestamente tienes; te siguen porque tomas buenas decisiones que benefician a más que solo a ti mismo, y porque tienes las habilidades, la personalidad y la capacidad para mejorarlas.
ADAPTAR, REPENSAR Y REVISAR
En resumen, cuando los líderes son seres humanos decentes, capaces de controlar su lado oscuro y resistir las tentaciones a corto plazo de beneficiarse individualmente en detrimento del colectivo, lo que importa no es tanto lo que piensan o sienten sobre temas polarizantes, sino su capacidad para persuadir a un grupo de personas a dejar de lado sus agendas individuales para formar una unidad, un colectivo fuerte capaz de funcionar y rendir. Esto también implica convencer a las personas a dejar de lado sus propias diferencias de valores, al menos en el trabajo o al intentar colaborar, para que el grupo pueda dedicarse a la tarea de lograr algo en lugar de litigar incesantemente sus visiones personales del mundo.
Lo que los seguidores necesitan no son líderes que pongan en práctica sus valores, sino líderes que se autorregulen al servicio del grupo. Los equipos, las organizaciones e incluso las naciones generalmente se beneficiarán de líderes capaces de adaptarse, repensar y revisar, no por falta de convicción, sino por la humildad de priorizar el progreso colectivo sobre la pureza personal.
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