Está bien, tecnobros, ya tuve suficiente con sus dispositivos de wearables con IA inútiles. Cuando los avances de sus productos parecen el trailer de Black Mirror combinado con American Psycho, sabes que han ido demasiado lejos.
Entiendo que solo quieren hacer un “Elizabeth Holmes” para conquistar a inversionistas ansiosos de subirse al tren de la próxima gran innovación tecnológica. Lo entiendo, créanme. Pero por más que practiquen sus presentaciones falsas con pijamas estilo Steve Jobs, sus juguetes glorificados de IA nunca serán el heredero del iPhone que imaginan.
Hablo de su Friend AI, Limitless y los colgantes Omi AI. De sus pulseras Bee AI y NotePin. Incluso del pin Humane AI y ese bloque cámara-pantalla de Rabbit AI. Estos son los dispositivos pasados y futuros de una debacle de wearables de IA que ya ocurrió. Ninguno de sus caballos ganará el Derby de Silicon Valley, mis queridos aprendices de Victor Lustig. En su mente eran increíbles, sí, pero sus gadgets ni siquiera se venderán en un depósito de chatarra.
Humane lanzó su pin a principios de 2024 tras recaudar aproximadamente 230 millones de dólares de inversionistas. Quería vender 100,000 unidades en el año, pero solo logró 10,000 (de las cuales, cerca de 30% fueron devueltas). No necesitan su pin para hacer las cuentas. El lanzamiento de Rabbit fue menos bochornoso, pero no mucho mejor: vendió unas 50,000 unidades a 199 dólares cada una, generando casi 10 millones en ventas frente a una inversión de 64.7 millones.
Al menos estos dos productos tenían una visión, aunque borrosa, mal dirigida y condenada al fracaso, sobre lo que podría ser la próxima generación de hardware de computación. Rabbit incluso ofrecía un diseño retro hermoso, pero eso no fue suficiente.
Todos estos dispositivos tienen algo en común: ninguno ha logrado convertir la capacidad de lenguaje natural de la IA en la prometida cuarta revolución de la experiencia de usuario. Ya saben, esa que debería reemplazar al smartphone que superó la interfaz gráfica con ratón, que a su vez destruyó la interfaz de línea de comandos, que previamente dejó atrás las tarjetas perforadas.
Tomen a Omi como el ejemplo máximo de vacío. Su creador afirma que será “el futuro de la computación” (no lo será, ni ahora, ni en cinco años, ni en un millón de años) porque “lee tu mente” mediante un electrodo que se activa con la concentración. Este botón luminoso en la frente no lee la mente de nadie. Es solo un micrófono tonto que habla con una IA en la nube a través de tu teléfono. Como todos los demás. Ahora cualquiera puede hacer esto. Solo necesitas cinta adhesiva, pegarte tu MacBook en la cabeza como un sombrero y hablarle a ChatGPT. ¡Funciona! O simplemente saca tu teléfono del bolsillo o, mejor aún, usa el micrófono de tus audífonos. Imagina eso.
No me malinterpreten. Sigo creyendo que la IA será la clave de la cuarta y definitiva revolución UX. Algún día eliminará las barreras entre los usuarios y las computadoras, dando acceso total al poder de cómputo de manera verdaderamente invisible, indistinguible de interactuar con otros humanos y objetos del mundo real. Un sueño digno de las computadoras y tricorders de Star Trek Enterprise, pero mejor.
Los modelos de IA son insuficientes. Son más tontos que bolsitas de té impermeables e incapaces de procesar y entender el mundo en tiempo real como lo hace un cerebro humano, así que no captan los matices necesarios para ser realmente útiles para alguien. Además, el hardware no tiene ni de cerca la potencia necesaria para ofrecer retroalimentación instantánea localmente.
Me atrevo a decir que la persona que desarrollará la idea correcta para superar al smartphone aún no ha nacido. Y tal vez nunca lo haga porque, bueno, quizá no necesitamos una nueva revolución UX. Quizá solo necesitamos que las experiencias de usuario actuales sean mucho más inteligentes y menos intrusivas. Tal vez el problema que deben resolver esté en otra parte de la sociedad, no en otro trozo de hardware inútil o una app tonta de citas conectada con drones de entrega de comida. Quién sabe.
Lo que sí sé es que estas novedades —los aretes, los pins, las pulseras, ese AirTag pegado en tu sien con un LED soldado— son solo falsas visiones futuristas de un futuro que no es de nadie. Si quieren cambiar el mundo e inventar el próximo iPhone, mejor desarrollen inteligencia artificial general. Pero estos artilugios que promueven se sienten menos como el iPhone y más como un hack de fin de semana.