Donald Trump ha amenazado con retomar el control del Canal de Panamá, ha reavivado su viejo anhelo de comprar Groenlandia y ha bromeado con anexar Canadá a Estados Unidos. Unas palabras que el resto del mundo se pregunta si son solo una provocación o si el presidente electo habla en serio.
El magnate no parece preocupado por desafiar la soberanía de algunos de los aliados más cercanos de Washington. Más bien lo contrario. A menos de cuatro semanas de la asunción como presidente, Trump provoca nuevamente quebraderos de cabeza en su empeño de mostrarse como el perturbador en jefe de las relaciones internacionales.
Sus comentarios recientes han disparado los temores de que en su segundo mandato sea más duro con los tradicionales amigos de Estados Unidos que con países enemigos, como Rusia. Pero también hay sospechas de que el magnate solo busca emanar una imagen de dirigente duro en casa y en el extranjero.
“Es difícil saber cuánto de esto quiere realmente” o si estos temas quedarán en olvido, explica Frank Sesno, profesor de la Universidad George Washington y excorresponsal de la Casa Blanca. “Pone a otros líderes en la tesitura de tener que averiguar qué es literal y qué no”.
Aunque Trump los quiera, no se venden
Trump ya lanzó durante su primer mandato (2017-2021) la idea de comprar Groenlandia debido a la importancia estratégica que tiene esta inmensa isla, perteneciente a la Corona de Dinamarca pero que cuenta con un gobierno autónomo con vastas competencias.
El magnate reavivó esta posibilidad el fin de semana cuando nombró al que será su embajador en Dinamarca: “La propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta” para la seguridad nacional estadounidense.
Como ya hiciera cinco años atrás, el primer ministro de Groenlandia, Mute Egede, declaró el lunes que la isla, rica en recursos naturales, “no está en venta”.
Además de viejos anhelos, Trump tiene nuevos, como que Washington recupere el control del Canal de Panamá. El republicano considera que los barcos estadounidenses pagan tarifas desorbitadas por usar este paso que conecta los océanos Pacífico y Atlántico.
El presidente electo advirtió el sábado que si el Gobierno de Panamá no remedia esta situación exigirá que el canal “sea devuelto a los Estados Unidos de América – en su totalidad, rápidamente y sin lugar a dudas”.
Trump hizo referencia también a una supuesta influencia de China sobre el canal, construido por Estados Unidos a principios del siglo XX. Washington administró el paso desde su inauguración, en 1914, hasta 1999, cuando se lo cedió a Panamá en virtud de un acuerdo firmado 22 años antes.
El presidente del país centroamericano, José Raúl Mulino, afirmó el domingo que “cada metro cuadrado” del canal seguirá bajo control panameño. “¡Eso ya lo veremos!”, replicó el republicano.
Un mensaje a China
Otra de la nuevas provocaciones de Trump afecta a Canadá. El mandatario consideró recientemente “una gran idea” que el país vecino se convierta en el 51º estado de Estados Unidos. Unas palabras vertidas poco después de amenazar tanto a Ottawa como a México, ambos miembros junto a Washington del tratado de libre comercio TLCAN, con imponer aranceles a las importaciones provenientes de estos países.
Sesno dijo que era difícil para otros países saber cómo lidiar con los comentarios de Trump. “Está claro que es una broma. ¿O no lo es?”, plantea.
“Imagina que eres el presidente de Panamá, ¿cómo reaccionas ante algo así? No puedes ignorarlo y tu país no te lo permitirá. Así que el efecto dominó de estos comentarios es enorme”.
La política de mano dura de Trump con sus aliados contrasta con los elogios que lanza sobre los líderes de países enemigos, como el ruso Vladimir Putin.
Cabe la posibilidad de que esta retórica tenga otro fin. Cuando habla de comprar Groenlandia, “puede que el mensaje sea para China”, considera Stephanie Pezard, politóloga sénior de la Rand Corporation.
Al igual que Trump expresó su preocupación por la influencia de Pekín sobre Panamá, la creciente presencia de China en el Ártico y sus lazos con Rusia son “algo que realmente preocupa a Estados Unidos”, explica Pezard a la AFP.
Su postura sobre la isla del Ártico puede ser una advertencia a los gobiernos de Dinamarca y Groenlandia: “Si te vuelves demasiado amigo de China, nos veremos las caras”.
También cabe la posibilidad de que Trump conozca la realidad. La compra de Groenlandia no solo contravendría la ley internacional, sino que chocaría frontalmente con “el orden global que Estados Unidos ha tratado de mantener” durante décadas, explica Pezard.