
Es ampliamente reconocido que la realidad influye en la ficción que creamos. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la ficción comienza a moldear nuestra percepción de la realidad? Esta no es una pregunta abstracta, sino una verdad que ha moldeado y sigue moldeando nuestra sociedad.
En 1938, la emisión radiofónica de La guerra de los mundos por Orson Welles causó pánico entre los oyentes que creyeron estar presenciando una invasión extraterrestre real. Este evento histórico evidenció el poder de los medios para alterar la percepción pública y sembró las bases para futuras reflexiones sobre la influencia de la ficción en la sociedad.
Décadas después, los reality shows emergieron como una forma de entretenimiento que, aunque presentada como “realidad”, a menudo está cuidadosamente editada y guionizada. Estos programas más allá de ser mero entretenimiento han replanteado la percepción la belleza, el éxito y las relaciones personales, especialmente para las generaciones más jóvenes, borrando la línea entre lo genuino y lo fabricado.
Recientemente, dos producciones han ejemplificado cómo la ficción puede influir en la realidad: Cónclave y El Eternauta.
La delgada línea de la realidad
Cónclave, dirigida por Edward Berger y protagonizada por Ralph Fiennes, experimentó un aumento del 283 % en visualizaciones tras la muerte del Papa Francisco, convirtiéndose en la película más vista en plataformas digitales durante ese periodo. La coincidencia entre la trama de la película y los eventos reales en el Vaticano llevó incluso al nuevo Papa, León XIV (Robert Francis Prevost), a verla para comprender mejor el proceso que estaba por vivir. ¿Un guion anticipando la vida real o la vida imitando el guion?
Por otro lado, la adaptación de El Eternauta en Netflix ha reavivado el interés en la memoria histórica argentina. La serie, basada en la historieta de Héctor Germán Oesterheld, desaparecido durante la dictadura militar, ha generado debates sobre derechos humanos y la importancia de recordar el pasado para construir un futuro más justo.
Estos ejemplos no solo confirman que la ficción refleja la realidad: también la interpreta, la reconfigura y, en muchos casos, la anticipa. En una era donde las narrativas viajan más rápido que los hechos, comprender el poder de las historias para moldear la opinión pública no es un mero ejercicio cultural: es una necesidad crítica para nuestra supervivencia colectiva.
Lo que vemos en pantalla puede terminar guiando lo que creemos, votamos o incluso tememos. Por eso, con una urgencia sin precedentes, debemos enfrentar una pregunta incómoda y fundamental: ¿quién está escribiendo la historia que creemos vivir? La respuesta a esa pregunta podría determinar el futuro de nuestra realidad.