
En la comedia Tag de 2018, un grupo de amigos de la infancia mantiene una conexión peculiar a lo largo de 30 años de amistad. Se trata del juego de “la mancha las traes”, jugado en bodas, salas de juntas y visitas al hospital. Es absurdo y conmovedor a la vez. Pero la frase que resuena a lo largo de la película es donde reside la verdadera sabiduría: «No dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar».
Esa cita no es solo un sentimiento nostálgico. Es una reformulación de la adultez misma. ¿Y si la erosión de la alegría, la curiosidad y la espontaneidad es lo que nos envejece, no el paso del tiempo, sino la pérdida de ligereza?
En mi trabajo con líderes y equipos, he observado que, al abandonar el juego, no solo perdemos la ligereza, sino también el acceso a la resiliencia, la creatividad y la conexión. Y en el entorno laboral actual, ese es un precio que no podemos permitirnos.
Por qué el juego todavía es importante
Jugar no es un capricho infantil; es una necesidad neurológica. Cuando jugamos, reducimos el estrés, reconfiguramos nuestra manera de pensar y reabrimos canales de colaboración.
El juego funciona en dos niveles poderosos: como un interruptor y como una bujía. Como interruptor, interrumpe los incesantes ciclos mentales del estrés, el perfeccionismo y el sobreanálisis, frenando el agotamiento antes de que se agrave. Como bujía, revitaliza nuestras mentes, nos saca del pensamiento habitual y despierta nuevas ideas que desconocíamos tener. Ya sea una carcajada, una lluvia de ideas o un desvío creativo espontáneo, el juego restaura nuestra capacidad de estar presentes, inventivos y conectados.
Las investigaciones lo confirman. Estudios de Texas A&M y la Universidad de Massachusetts Boston demuestran que incluso los micromomentos de juego aumentan la productividad, la creatividad y la seguridad psicológica. Jugar reduce los niveles de cortisol, potencia la capacidad de resolución de problemas y fomenta la confianza en los equipos. En esencia, jugar no es lo opuesto al trabajo: es un ingrediente fundamental para hacerlo bien.
De los micromomentos a los macrocambios
En un retiro de liderazgo en biotecnología que facilité recientemente, comenzamos con un “microrecreo” lúdico, que incluyó carreras de aviones de papel, una fiesta de baile de cinco minutos y una ronda de preguntas ridículas para romper el hielo.
Lo que podría haber parecido un evento corporativo aburrido se convirtió rápidamente en algo más real. La gente se abrió, se derrumbaron las barreras y, a lo largo del día, esa energía se tradujo en sesiones de estrategia más enriquecedoras, perspectivas inesperadas y un aumento medible de la participación, que aumentó un 30 % en las encuestas posteriores al evento. No es magia, es juego intencional en acción. El juego no desperdicia tiempo; transforma la forma en que se experimenta el tiempo.
En lugar de un marco rígido, piense en ellas como tres invitaciones abiertas a cambiar su forma de presentarse, que crean las condiciones para que el juego prospere.
1. Permiso para no pulir
En muchos entornos de liderazgo, el perfeccionismo se disfraza de profesionalismo. Pero la perfección es enemiga de la posibilidad. El juego crea un permiso psicológico para presentarse sin pulir. Suaviza la necesidad de actuar e invita a las personas a explorar.
Intenta empezar una reunión no con actualizaciones de estado, sino con curiosidad: “¿Qué fue lo extraño o maravilloso que te inspiró esta semana?”. Cuando nos quitamos la máscara, la mente se abre.
2. Replantear la agenda
Jugar no tiene por qué significar mesas de ping-pong ni búsquedas del tesoro fuera de la oficina. A veces es tan sencillo como replantear el propósito de una reunión: de “tomar decisiones” a “plantear ideas”.
Cambia las presentaciones de PowerPoint por prototipos en papel. Agrega 90 segundos de reflexión creativa antes de pasar a la acción. Rompe el ritmo para descubrir nuevas ideas.
3. Honra lo absurdo
No toda lo brillante nace de la seriedad. Algunos de los avances más profundos surgen de inicios absurdos. Los equipos más innovadores con los que he trabajado saben cómo seguir el hilo de la ridiculez hasta el límite de la verdadera comprensión.
Celebre la idea fuera de lo común, el chiste que esconde una verdad, la metáfora que no tiene mucho sentido, hasta que lo tiene.
Diseña culturas de juego, no solo de momentos
Es fácil considerar el juego como una táctica momentánea, un descanso del “trabajo real”. Pero las organizaciones más vanguardistas lo integran en su cultura. No solo lo toleran, sino que lo valoran.
Esto podría significar incorporar el juego en la incorporación, transformar las retrospectivas en círculos narrativos o diseñar espacios de trabajo que fomenten el movimiento y la curiosidad. Estas prácticas no diluyen el rendimiento; de hecho, lo impulsan.
Estamos entrando en una era que prioriza la agilidad sobre la eficiencia, la imaginación sobre la repetición y la inteligencia emocional sobre la mera experiencia. En ese mundo, el juego se convierte en una habilidad estratégica. Fortalece la cultura, mejora la cognición y ayuda a prevenir el agotamiento. Y lo más importante, nos recuerda que, incluso en entornos de alto riesgo, la ligereza no es un lujo; es nuestra forma de mantenernos humanos.
Así que, si tu próxima reunión te parece aburrida, prueba algo inesperado. Haz una pausa, juega y deja entrar la risa. Porque en un mundo que se apresura a obtener resultados, quienes se mantienen lúdicos suelen liderar con más presencia, más creatividad y, sí, más impacto.